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Agosto 2013
Edición No. 294
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Ana María Rodríguez de Flores

IN MEMÓRIAM


"Que bueno que viniste a verme" decía todos los días en canto llegaba a su casa, en cumplimiento de mi diario ritual de acompañarla a desayunar, convivir, compartir, a tener charlas y silencios que me hacían disfrutar la calidez y calidad de su efecto.

Sentía que de aquel cuerpo menudo, pequeño, petít, surgía como torrente caudaloso todo el cariño de su corazón tan enorme, que por lo grande casi rebasa el tamaño de su propio cuerpo. Ella era así, se entregaba totalmente, se daba a su misma, entera, en cuerpo y en alma, sin egoísmo, sin condiciones, sin restricción alguna a quien se acercara, y a cualquiera que quisiera aproximársele. Parecía llevar consigo, como en una especia de bouquet, la rosa blanca de Martí para ofrecerla espontáneamente y sin reparos a quien fuera que estuviera dispuesto a aceptarla.

Ese impetuoso cariño se vertía por doquier sin condición aguja. A su padre, a su madre después a su esposo, luego a sus hijos y en ciclo recurrente y envolvente a los hijos de sus hijos, a sus nietos, finalmente a sus parientes, amigos, vaya ni siquiera dejaba de lado a su entorno de servicio. A todos abría ese enorme corazón; a todo entregaba ese afecto a raudales. Unicamente una vez desfalleció aquel ímpetu y es que al fallecimiento de su padre cuando era muy joven aun, su madre, costumbres de época, le exigió luto riguroso. Vestiría de negro un año. Solo mucho tiempo después estallaría en rebelión frente al recuerdo de la exigencia maternal "Por que tenia que imponer mi madre esa penitencia a mi alegría" pregunto con tristeza sin el menor asomo de rencor, hablandóse en voz alta a si mísma.

El cariño que le era consubstancial a su persona fluyó intermitentemente durante mas de 50 años hacia su marido.A él, solo a el, amo sin condición, son lealtad, con apego con pasión. A el sirvió, a el respeto hasta el ultimo día de su vida y hasta el primer día de su muerte; fue hasta entonces que ante la ausencia se inicio la devoción por su recuerdo.

En su soledad y en el transcurrir de sus días, entre nostalgia, los recuerdos y la familia llenaban sus jornadas con conversaciones, con lecturas y sobre todo con música, que escuchaba con deleite y con pasión.

Su alegría contagiaba a cualquiera. La recuerdo, con su movilidad reducida, pero su espíritu intacto, en la gran plaza de una ciudad lejana cuyos lados opuestos tocaban orquestas diferentes. Tan pronto concluían los últimos acordes del primer ensamble pedía que condujeran su silla de ruedas al otro extremo de la plaza donde la orquesta vecina apenas afinaba para comenzar.

Seguía a la música nota tras nota y gozaba atreviendo a entonar canciones y melodías que la emocionaba. De igual manera devoraba libro tras libro. pagina a pagina. Cuando concluía uno empezaba de inmediato el siguiente. Vigilaba el cuidado de sus geranios y en especial el rosal de rosas rojas obsequio de su nieto. Sabia que esas acciones, actividades, pasatiempos no eran tales, si no mas bien el alimento vital para el espíritu edificante que tenia.

"Que bueno que viniste a verme" me dijo también, el día aciago del accidente y por ultima ves en aquel ritual establecido, desayunamos, platicamos y me regalo de nueva cuenta la misma alegría viva, contagiosa, generosa, de los otros días. No fue mi despedida; dos horas mas tarde la alcance a llegar al sitio del percance y la encontré increíblemente serena en medio de los fierros retorcidos y del dolor por los golpes y las heridas recibidas, estaba consciente y mas preocupada por el estado de salud de quienes la acompañaban que por el de ella misma.

En la ambulancia rumbo al hospital conservaba su optimismo y en su todavía lucida conversación solo preguntaba por los otros. En la sala de emergencia, tras los primeros cuidados médicos, su mirada sin resolverse aun parecía a ratos querer quedarse con nosotros, pero igual también a ratos, la sentía como queriendo marcharse ya, para acompañar al amor de su vida, su marido.

Ya no hubo despedida; se fue yendo lenta, imperceptible, inevitablemente, sin quejas, sin sollozos. Se fue simplemente, sin perder la sonrisa, mientras yo ocupado en cavilaciones sobre la situación y la circunstancias, no advertí siquiera como se fue apagando su alegría.

Hoy, que el tiempo ha pasado inexorablemente, algunas veces, cuando sueño, cuando evoco su recuerdo, cuando admiro su aliento vital, cuando extraños su sonrisa, cuando envidio su alegría, todavía creo escuchar sus palabras "Que bueno que viniste a verme"

Onésimo Flores Rodríguez
 
 
Saltillo, Coahuila, a 3 de agosto de 2013


 
 
 

 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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