Don Braulio
Armando Moncada Díaz de León.
Cuando alguien, en el inmenso territorio del estado de Coahuila, durante los últimos cincuenta años ha hablado de “Don Braulio”, se ha referido sin duda a Don Braulio Fernández Aguirre.
Él ha sido el Don Braulio por antonomasia durante tres generaciones. Desde la lejana Acuña, en la frontera norte, hasta Saltillo en el sur; desde donde se pone el sol en las tardes frescas y anaranjadas de Sierra Mojada, hasta los confines del llano reseco de Candela donde bailan los diablos en la canícula y se percibe el aire de Nuevo León, todo el mundo le rendía honores, merecidos honores que ya quisiera cualquier personaje mediático.
Don Braulio ha muerto. La vida le duró un siglo y un año. Nada más. ¿Para qué hubiese querido más días sobre la tierra? Fue un hombre íntegro que tuvo una vida fructífera y una vejez feliz porque siempre dedicó sus energías y su talento a servir a su pueblo, y su pueblo siempre le correspondió con cariño y le miró con respeto.
—Mira, allí va Don Braulio...
—Adiós, Don Braulio... y el hombre se detenía a saludar a su gente.
Conocía a todos en los pueblos y ejidos, preguntaba con familiaridad por Fulano y Zutano y por la salud de doña Perengana en el municipio más apartado. Tenía una memoria prodigiosa. La última ocasión que tuve el placer de saludarlo, un lustro atrás, me preguntó lúcido y entero, ya bien pasados sus noventa y tantos:
—Y dígame, cómo les fue a sus tíos con la sequía este año allá en el Hundido?...
—Qué me cuenta de nuestro amigo Montañés, el organista, todavía vive en México?...
—Mucho gusto en saludarlo, me decía muy serio, mirándome de frente desde sus emblemáticos anteojos y dándome su mano efusivamente al despedirnos en las contadas ocasiones que lo vi casualmente y me acerqué a presentarle mis respetos en los últimos veinte años.
Los coahuilenses lo recordamos como uno de los mejores gobernadores de la entidad (lo fue entre 1963 y 1969) al lado dignísimo de Don Nazario (otro de nombre antonomásico) en la primera mitad del siglo pasado, y Don Eulalio (otro más, faltaba más) Gutiérrez Treviño que gobernó en el periodo siguiente con no menos prudencia, decencia y sabiduría que aquellos.
Después vino la debacle en el panorama político y subieron al poder en Saltillo reyezuelos y bufones como Óscar Flores Tapia, que puso a Coahuila en el candelero nacional de la mofa y la burleta que causaba su personalidad folclórica y por la clamorosa corrupción que lo llevó primero a ser defenestrado y, décadas después, -imagínese usted- a hacer compañía a los hombres ilustres del estado en su panteón de la bella capital peronera.
El último cuarto de centuria se caracterizó por una sucesión de mediocridades y sobre todo la formación de una cleptocracia y una cultura política mendaz y de bajo nivel auspiciadas en parte por grises gobernantes, con alguna excepción de por medio.
El nuevo milenio nos escrituró el moreirato, desgracia de la cual, por decoro, mejor no hablamos aquí.
Ha terminado pues la vida de Don Braulio, el último de los grandes políticos genuinos de mi estado.
Al alba y café en mano, frente al monitor de mi computadora me enteré hoy de su deceso al ver los diarios. Recordé las charlas vespertinas en el Vip´s de Tonalá en la capital, cuando era director de la Comisión Nacional de Zonas Áridas; se me vino a la memoria la generosidad y finura de su trato cuando, siendo un adolescente, acompañé como chalán, traductor a Minckley y a Pepe Lugo para presentarle un proyecto que elaboró el famoso científico destinado a proteger al Valle de Cuatro Ciénegas de la depredación que ya comenzaba desde entonces.
No dejé de recordar asimismo cuando en 1972, Gustavo Villarreal Maury y el que escribe le presentaron en sus oficinas del Senado de la República un estudio sobre el guayule y los felicitó efusivamente, no por el contenido de la investigación, sino porque cuando les preguntó en qué los podía ayudar, le respondieron que en no permitir que se tiraran a la basura recursos públicos para financiar la siembra de la planta, en razón de una comprobada inviabilidad del proyecto, que hoy se denominaría insustentabilidad.
Me acordé igual del gesto elegante y atento con que me correspondía el saludo y alguna brevísima charla de banqueta cuando en tiempos recientes caminaba de paso frente su casa de Torreón Jardín.
Un poco más tarde, esta mañana, pasé por el lugar, pero no había allí el movimiento usual de estos casos; sin embargo, su jardinero me confirmó la noticia con expresión de tristeza y me indicó que sería despedido en una funeraria cercana.
Se ha apagado otra luz fuerte en la bóveda celeste de Coahuila. ¿Queda alguna de la misma potencia?
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