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Junio 2013
Edición No. 292
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Disciplina china

      
Arcelia Ayup Silveti.

Hace días llevé mi carro a una agencia en Saltillo, Coahuila. Me citaron a las tres y media de la tarde y me aseguraron que ya estaría listo para esa hora. Llegué después de las cuatro. Afirmaron que lo habían lavado y “que sólo le harían el servicio de su kilometraje, que sería cosa de media hora y que pasara a la sala de espera”. Compartí la sala con un par de jóvenes orientales, quienes también hacían antesala.

Contestaron mi saludo en español y después los escuché hablar y hablar. Ninguna sílaba me sonaba familiar. Empecé a leer y a atender mi teléfono. Ellos se levantaron por unos refrescos. Después de 20 minutos, pasó el gerente muy atento, refiriéndose a ellos les dijo que en cinco minutitos estaría preparada su unidad. No resistí la curiosidad de preguntarles si ya tenían mucho tiempo esperando. Me dijeron que una hora, que ya estaban desesperados, se extrañaron porque les dijeron a cierta hora y no cumplieron.

Indagué de dónde son y si tienen poco viviendo en nuestro país. Son chinos, de Cantón y desde hace un par de meses viven en Ramos Arizpe, Coahuila. Les comenté que hace ya algunos años visité su lugar de origen y lo mucho que me sorprendió de su tierra, además de los lugares turísticos, es la disciplina de los niños y jóvenes chinos. Afirmaron que ahora las escuelas son más estrictas, demandan más horas de estudio, trabajos extraescolares y es imprescindible que a temprana edad vayan de intercambio a otro país.

Esa obsesión de los chinos por la educación es uno de los elementos que los convierte en una potencia económica mundial. Los jóvenes chinos me comentaron que la mayoría de las familias invierten gran parte de su tiempo y de sus ingresos en la educación de los hijos. Afirmaron que sigue vigente la regla de tener sólo un hijo por familia, lo que les permite tener un mapa familiar típico de un hijo, dos padres y cuatro abuelos, los cuales ahorran entre todos para solventar los gastos universitarios, ya que las escuelas y facultades no son gratuitos.

Por no dejar, les cuestioné si en su país pasaban situaciones similares como la propia espera en la agencia automotriz. Se rieron a coro y dijeron que no. Uno de ellos dijo que no recuerda ninguna experiencia como esa en China. Coincidieron en que las empresas instaladas en su país, hasta las más pequeñas están obligadas a cumplir las condiciones y garantías que ofrecen, además de los tiempos de entrega de un bien o servicio.

Los 20 minutos que me prometieron de espera se convirtieron en 40. Los jóvenes orientales llevaban más de una hora aguardando su auto. Me despedí de ellos pensando qué sería de nosotros los mexicanos con un poco de su disciplina.

 
 
 
biznagaas@hotmail.com
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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