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Marzo 2013
Edición No. 289
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Ciudadanía, Democracia y Federalismo

Centralismo y federalismo conceptos añejos cargados de antagonismo
en la historia de nuestro país.


Luis Fernando Hernández González.

La lucha entre centralistas y federalistas en nuestro país tiene sus orígenes en las contradicciones propias de la corona española y su relación con las colonias y provincias territoriales dominadas de manera trans-peninsular, conceptos enraizados para ejercer el predominio imperial en las variables de gobernabilidad tanto en materia política, económica, social y cultural; método bajo el cual se sometía tanto a los grupos de poder, como a las mismas situaciones en las que se insinuaban liderazgos y proyectaban suficiencia autonómica en los distintos campos del quehacer financiero social y público.

Surge el concepto federalista como corriente política basada en la soberanía del pueblo que pugnó por diferenciarse de aquella de orden central sustentada en la fuerza, creando los principios de representatividad republicana, en donde los estados fueran soberanos y libres, pero además de aliados y federados, alejando de los quehaceres civiles la participación de la iglesia, quitándole privilegios y canonjías de todo orden.

Situación que el mismo Santa Anna echa por los suelos, aquellos principios de equilibrio federalistas conquistados por los pueblos en aquellas cortes de dinastía palaciega, desconocía el esfuerzo participativo de los liberales, precursores de conceptos que derivaban en la búsqueda de dotar de personalidad y responsabilidad jurídica administrativa a entidades y territorios.

Cuando este personaje perverso y maligno, dispone cambiar el sistema federalista por un sistema centralista apoyado por los grupos conservadores, hechos que sucedieran en 1835, con la creación de una constitución de corte centralista, cuyos objetivos se agrupaban en la creación de una República Centralista como forma de gobierno, ajustaba la ley para que los estados se transformaran en departamentos, los gobiernos estatales quedarían sujetos al gobierno central, se suprimían los congresos estatales y se creaban las juntas departamentales integradas por cinco miembros, las rentas públicas de los departamentos quedaban a cargo del gobierno central, con estas disposiciones de leyes y ordenamientos que el propio Santa Anna había impuesto por la vía de la fuerza de las armas, México como estado nación, sucumbía ante los embates de los grupos políticos de interés centralista y conservador de aquel momento.

Encontramos en las páginas de nuestra historia esos avances incipientes con la creación de las Leyes de la Reforma, en las que se busca la secularización de los bienes del clero, una educación pública en la cual se incorpore de manera decidida la participación de la mujer, amplias garantías para los trabajos de la suprema corte de la nación, y por supuesto el fortalecimiento de una división de poderes que permitiera un auténtico equilibrio de la cámara legislativa y el titular del ejecutivo a efecto evitar surgimientos como los del propio Santa Anna.

El federalismo entendido como una forma de gobierno capaz de hacer dialogar los niveles de gobierno federal, estatal y local es una realidad que empieza a desarrollarse en los años de 1860, durante la denominada república restaurada.

Precisamente porque el nuevo federalismo liberal requirió de un largo proceso de gestación y de reflexión por parte de la sociedad política, presenta una fuerte diferencia del primer federalismo, el confederalista. La diferencia la observamos en la capacidad del federalismo liberal de reorientar y romper incluso con la tradición política preexistente para afirmar tres grandes novedades: el ideario republicano, la necesidad de ofrecer un orden constitucional que garantizara e implementara los derechos y deberes de los ciudadanos y la necesidad que el estado federal asumiera un papel protagónico en la transformación económica y social que demandaba la ciudadanía. A lo largo de dos decenios se fue afirmando en la clase política la convicción que el nuevo escenario internacional ofrecía una serie de posibilidades para materializar la modernización que necesitaba el país, según lo sostiene don Manuel González Oropeza en sus distintos tratados sobre este tema.

Recordemos también -como apunte- que las figuras del federalismo tienen sus orígenes por personajes norteamericanos como Hamilton, Madison y Jay, en sus documentos conocidos como Federalist papers al ser la Confederación Helvética Europea el primer estado que resume en un ente político las regiones, las etnias, las lenguas y distintos credos, para de esta forma crear el federalismo en los EEUU y así unificar las entidades independientes unas de otras.

Los sucesos acontecidos durante el presente siglo nos invitan a los mexicanos a considerar las especificaciones bajo las cuales se soporta el liberalismo democrático de la revolución con el que busca la sociedad sea precisamente el federalismo propio del siglo XXI, en donde estos valores se sustenten en una asociación política y pública que vinculen los niveles de gobierno federación, estados y municipios, incluyendo a los partidos políticos, los organismos de la sociedad civil, iniciativa privada en cada una de sus esferas de participación, en donde su inter actuación sea responsable y funcional con el fin de fortalecer la participación democrática de la ciudadanía.

Y generar con ello un rotundo detente al verticalismo y centralismo que los grupos de poder dogmáticos confesionales y conservadores de derecha, los mismos que al perder el poder ahora pretenden en este tiempo aplicar en perjuicio de las entidades federativas y de la misma ciudadanía ávida de un mejor destino, que fortalezca la unidad nacional, la pertenencia y la identidad de los mexicanos, tanto de la periferia al centro, como solidariamente del centro a la periferia, como lo exigen hoy en día los tiempos de la nación, con las fuerzas de avanzada que buscan impulsar el desarrollo nacional, estatal, regional y municipal bajo competencias y responsabilidades que demanda la realidad puntual del país.

 

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