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el periodico de saltillo
Noviembre 2014, ed. #309


La SCJN o la sierva fiel... de la mano que la engorda


…pero las lágrimas no son de ningún provecho. Es preciso de acuerdo
con el consejo de Spinoza, ¡no reír ni llorar, sino comprender!
León Trotsky.

 

Alfredo Velázquez Valle.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) desechó la propuesta de consulta popular sobre la reforma energética implementada, de manera unilateral, por el ejecutivo del gobierno federal y sus aliados políticos que militan en un solo partido: el pri-an-rd.

No podía ser de otra forma. La iniciativa de reformas económicas y de otra índole (educativas, de salud, ecológicas, laborales, etc.) no pueden ser materia de consulta popular.

Ello, porque no es atributo de las clases subalternas el tomar decisiones que afectan los intereses de las clases privilegiadas: políticas y económicas (al menos en este México capitalista… y subdesarrollado).

¿Quién puede suponer que una consulta popular en un régimen de privilegios pueda ser tomada en serio… por los dueños de la casa?

Sólamente aquellos que ingenuamente creen que la democracia burguesa es extensiva a los desposeídos de los medios de producción o mercantilización de los productos hechos por los trabajadores. Sólo ellos, o los oportunistas políticos que no ven la suya dentro de los cuadros ya ocupados por los barones de la política del sexenio.

Los ministros de “justicia” no son enteramente culpables de tal fallo judicial… e inapelable. No lo son en virtud de que sólo cumplen la función que “la nación”, a través de la Constitución política les demanda: velar por los intereses de la clase en el poder, que indistintamente quieren hacer pasar, sus particulares conveniencias, por los intereses de los mexicanos.

Si a estas alturas aún pensamos que los mexicanos todos, o al menos el 99 %, tenemos los mismos intereses que los de Grupo México, o Televisa, o Grupo Cemex o, en el plano político, los de la jerarquía priísta, panista, perredista, etc., etc., estamos entonces desfasados de la realidad.

Pero, tampoco será culpa nuestra él creer que la justicia y la democracia existen así, puras y diáfanas, en un sistema económico-social donde las desigualdades, las exclusiones y las segregaciones son el pan nuestro de cada día; el pensarlo así, lo reitero, no es fortuito: a ello abonan, a que seamos crédulos ciudadanos de las instituciones que nos dominan, perdón, gobiernan, tanto los medios de difusión (que no de comunicación, la cual implica un diálogo, inexistente entre las cadenas televisivas y de radiodifusión y el receptor) como instituciones oficiales de variada índole, como son el propio Instituto Nacional Electoral (INE), las escuelas, los partidos políticos, etc., etc., y, cuando lo requiere el momento, las fuerzas armadas.

El verdadero crimen que representan dichas “reformas estructurales” para los intereses de los mexicanos, los que trabajan para sostener su vida y la de los suyos, y no los otros pocos mexicanos, que se dedican a administrar y apropiarse la riqueza ajena, jamás será reconocido por el aparato de Estado, que mediante argucias legales (que para eso existe, en última instancia, la SCJN) siempre dejará en la lona las justas demandas populares, y de las cuales ya obra un corolario bastante largo y ejemplificador.

Los “partidos de izquierda”, que no marxistas, verán la manera de encontrar otras banderas espurias de justificar su permanencia dentro de la nómina del erario estatal a costa del engaño a las masas proletarias y en franco servicio al capital nacional… y extranjero.

A nosotros, sólo nos queda tomar conciencia de los verdaderos nexos entre los aparatos ideológicos del Estado para mantener las relaciones sociales de producción idénticas e inmutables; y no esperar de una corte de justicia, que dice ser suprema y servir a todos los mexicanos, más que lo que ella puede ofrecer: servilismo al que le paga, y bien, y unilateralidad y/o parcialidad en los asuntos donde los intereses del pueblo desafíen o cuestionen la estabilidad de los ingresos económicos empresariales (y sus secuaces políticos), y a la que llama, pomposamente, “interés supremo de la nación”.

La ruta de la impugnación popular, de la demanda escuchada y seguida, de la revolución en sí, transita, efectivamente, a través de los laberintos de la democracia burguesa (hasta agotarla o evidenciarla), pero jamás queda circunscrita a ella. Quizá, ya sea tiempo de comprenderlo, para después, poder dar el siguiente paso.

 
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