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el periodico de saltillo
Octubre 2014, edición #308



Desafío

*Protestas Efímeras
*Sin Calidad de Vida
*Peores Publicistas


Rafael Loret de Mola

Todo pasa y muy rápido. En ocasiones tengo la impresión de que cuanto sucedía antes a lo largo de un sexenio, vuela ahora en un año o menos. Era notorio que los mandatarios envejecieran sin remedio y para confirmarlo era casi parte del juego social comparar los rostros del antes y el después. Eran brutales las diferencias y no sólo por el inevitable flagelo de la edad; ocurría en ellos un desgaste casi sobrehumano, precisamente, porque habían pretendido ser eso: superiores a cualquiera, con su voluntad libre de réplicas y un tremendo peso porque todo debían resolverlo ellos. Ahora, por desgracia, no estamos muy lejos de esa perspectiva.

Quienes sufren la erosión en el presente son los mexicanos, aquellos que no hemos heredado más que el trabajo, y no porque seamos partícipes de las decisiones gubernamentales, aplicando los términos modernos de la democracia, sino, más bien, ante el horror permanente de no poder confiar en las instituciones gubernamentales en medio de un caos de violencia en donde las confusiones, las percepciones equivocadas, los engaños y las farsas son los ingredientes de todos los días. No podemos sentirnos seguros ante quienes debieran proveernos de tranquilidad, de cuantos con poder de fuego deben preservar nuestro entorno y no lo hacen, no sólo por la diferencia de pertrechos respecto a las mafias dominantes sino porque, en un buen número de casos, están aliados con ellas y sólo aparentan servir a la comunidad como si se tratase de un espejismo en el desierto de la justicia.

¿Cuántos gobernadores y alcaldes han negociado -o tranzado para decirlo con mayor claridad- con los jefes criminales, desde capos hasta bandoleros de horca y cuchillo cuyo dominio territorial es tan grande que ni siquiera las autoridades dudan sobre quienes mandan en serio. Imagínense: una de las mayores atrocidades que recuerdo, la persecución brutal a los normalistas deAyotzinapa, fue convertida en una suerte de drama propio de un corral de comedias. Lo digo, por supuesto, con el dolor solidario hacia los familiares de las jóvenes víctimas. Luego de ametrallar autobuses a discreción, cincuenta y ocho estudiantes huyeron; y de ellos, sólo quince retornaron luego de la refriega insólita... los demás presuntamente fueron ¡quemados vivos! Pero de esto fue más sencillo enterarse por la prensa internacional para vergüenza del periodismo mexicano.

¿No estamos ya no sólo en la consolidación del retorno del PRI sino, más atrás, en la década de los sesenta cuando los silencios informativos marcaron las líneas de la impudicia entre políticos e informadores? No existe justificación alguna para ello. Sólo siento rabia y la misma opresión que entonces con un agravante: el cinismo exacerbado de los dirigentes políticos. ¿Cómo es posible que los nuevos “líderes” del PRD, que surgió sobre la sangre derramada por muchos de los miembros del que fue Frente Democrático Nacional, primero, y de algunos de los propios fundadores de ese partido, después, prefieran rodear al gobernador Ángel Aguirre Rivero, peñista y después perredista –el presidente fue su padrino al cumplir sus bodas de plata perfilándose hacia la candidatura priísta que no alcanzó porque en el pulso le ganó Manlio Fabio Beltrones quien impuso a Manuel Añorve Baños-, por escisión convenenciera, en vez de investigar los hechos ominosos de Iguala y Tlatlaya.

No, claro, volvemos a las viejas costumbres: no hablar ni cuestionar al presidente, ni a ejército ni a la Virgen de Guadalupe. No sería capaz de andar contra la devoción a la Reina del Tepeyac, pese algunas indagatorias realizadas en Extremadura, sobre todo porque no podría negar sus raíces mexicanas y me inclino a creer porque me da la gana, parafraseando al maestro de América, José Vasconcelos. Pero de las instituciones nombradas si me he ocupado, a veces con dureza mayor a la necesaria –lo admito-, pero seguro de que al ejercer la crítica sirvo con uno de los más importantes canales de la democracia: ser contrapeso a los abusos del poder. Es mi deber y bien caro me ha costado cumplirlo.

La sociedad, en fin, se está cansando y muy rápidamente. Lo he constatado más en los últimos días cuando, de hecho, las voces han elevado su tono para exigir renuncias, informes, en fin, justicia. No sólo son las familias de Iguala las afrentadas con las pérdidas brutales sufridas, dramatización de la furia militar de 1968 cuando los tanques de guerra apuntaban hacia la población civil y se apostaban en las esquinas de las preparatorias, como la mía; también lo somos cada uno de los mexicanos que nos estrellamos ante un autoritarismo de tales dimensiones que incluso puede aliarse con los grupos delincuenciales más feroces, infiltrados en el ejército y la marina a través de mandos medios y superiores, para tener las vidas de todos nosotros en sus manos. Por eso murieron los jóvenes normalistas quienes pretendían sembrar semillas para el futuro que no fue para ellos. ¿Podrán vivir tranquilos el gobernador de Guerrero y quien porta la banda tricolor con esta carga sobre su la relatoría de sus gestiones?

Quizá suceda como en el caso del execrable doctor “Z”, esto es ernesto zedillo ponce de león, a quien la Corte Suprema de los Estados Unidos sigue brindándole protección e inmunidad sobre las evidencias sobre su responsabilidad en la matanza de Acteal, en Chiapas, en 1997, cuando paramilitares acribillaron a cuarenta y cinco indígenas tzotziles mientras oraban en un templo con techo de guano porque pertenecían a una organización social “Las Abejas” que el entonces gobernador chiapaneco, Julio César Ruiz Ferro, consideraba de alto riesgo. El sujeto acabó por solicitar licencia y loe sustituyó Roberto Albores Guillén; y, desde entonces, no han cesado las arbitrariedades contra los chiapanecos con una larga secuela de mandatarios turbios, represores, asesinos y ladrones.

Desde luego, zedillo también era mandatario cuando ocurrió la matanza de Aguas Blancas, en Guerrero, ocurrida el 28 de junio de 1995 –un año después del levantamiento zapatista cuyos encapuchados no reaccionaron ante este acto de suprema barbarie-; en aquella ocasión un destacamento motorizado de la policía estatal abrió fuego contra los camiones de redilas en donde se transportaban decenas de miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur, asesinando a mansalva a diecisiete de ellos. Y, como fue costumbre, el enajenado gobernador de Guerrero, Rubencito Figueroa Alcocer, uno de los más nefastos personajes de la historia negra del PRI, fue obligado a dejar el poder en marzo de 1996 ¡a cambio de una absoluta impunidad! ¿Tampoco de esto se hace responsable el prepotente señor zedillo refugiado en los tribunales norteamericanos... por lo que, al someterse a una soberanía ajena, cuando menos debiera esta circunstancia dar paso a su pérdida de nacionalidad? A él le vendría muy bien no ser mexicano; acaso lo ha pretendido siempre. Infeliz.

¿Y los demás? ¿Es una mera coincidencia que desde Guerrero hayan fluido tantos malos gobernantes? Podríamos empezar con el cuñado de salinas, el asesinado Francisco Ruiz Massieu, los Figueroa -el primero de ellos murió en marzo de 1991 deseando hacérselo con una pantaletas femeninas sobre los ojos y un brazier entre las piernas, Alejandro Cervantes Delgado -el gran cómplice de bartlett para ciertas ejecuciones-, y Ángel Aguirre Rivero quien ya lo había sido sustituyendo a Figueroa Alcocer y acaso no pueda ni siquiera terminar un sexenio completo.

¿Qué van a ser en Iguala?¿Quemar a todos los que protesten a la manera como fue “liquidado” el Partido de los Pobres con el profesor-guerrillero Lucio Cabañas al frente?¿Obligarnos a olvidar, rápidamente, aplicando la medicina de la amnesia y distrayendo las miradas en otros temas mientras se alega que el ADN de las víctimas encontradas en las fosas clandestinas sólo podrá identificarse en dos meses? Para entonces habrán llegado las fiestas de Navidad y acaso la chimenea de Los Pinos esté demasiado agitada por las decisiones por tomar antes de la llegada de Santa-Claus, el rojo cocacolero que también entrega carbón... seguramente a germán larrea y al Grupo México, los homicidas de setenta y cinco mineros en los últimos años. ¿Ya se olvidaron de la historia? No es que México esté en una encrucijada. Lo ha estado siempre. Pero en estos días la intolerancia y la prepotencia se han ahondado y extendido a cada una de las dirigencias partidistas que no observa la perspectiva nacional y sólo ve paja en el ojo ajeno. Pobres de nosotros que, por ser paja y olvidar pronto, seguimos siendo susceptibles de la manipulación oficial, sabia en proponer versiones “indignantes, dolorosas e inaceptables” como explicó el presidente peña para sacar las manos de las matanzas recientes.

Debate

Vamos a decirlo una vez más. México está en el último lugar entre las naciones integradas a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Igualmente, se encuentra “reprobado” en cuanto a la calidad de vida; es decir, vivimos incluso menos como consecuencia del estrés, la inseguridad manifiesta, la contaminación del aire y la polución política. Con estas expectativas si vivimos más de sesenta años ya vamos ganándole tiempo a la parca aunque no digan lo mismo las estadísticas oficiales cuyas cifras deben ser halagüeñas para las mujeres: si los varones tienen una esperanza vital de 73 años con seis meses, las damas podrían permanecer en su suelo durante 78 años y dos meses. Dicen que sobran sitios para las viudas alegres. ¡Es broma, no soy misógino ni pretendo serlo! Pese a lo anterior seguimos en la misma línea: los consorcios multinacionales nos aprecian mucho, casi nos quieren. Invierten más y hacen “cola” para obtener los generosos contratos ofrecidos por PEMEX gracias al talento de Luis Téllez Kuenzler, el verdadero autor de la reforma energética bajo el periodo del nefasto zedillo, y al desmantelamiento peñista en la praxis. La idea germinó diecisiete años después de sembrada por los neoliberales al servicio del Fondo Monetario Internacional, el verdadero blindaje de zedillo en donde sólo atiende, dicen, a quienes son, de acuerdo a su criterio, mentalmente paralelos, o un poco inferiores más bien, a él. Clasismo intelectual, diríamos, o discriminación cultural.

Estamos mal y lo sabemos. Pero, caramba, ¿cómo se explica que los adinerados de fuera tengan tanta avidez por instalarse en un país con tan pobres calidades y calificaciones en la órbita internacional? Si se trata de ser peores, ¿por qué no han ido en busca de las tierras muy baratas de Afganistán? Es obvio, entonces, que hablamos de mafias y de hilos conductores agraviados por el mal gobierno. Y este es, sin duda, el verdadero mal endémico de nuestro saqueado país.

La Anécdota

Un amigo español -todavía me quedan algunos, pero dudo que los encuentre cuando salga “El Alma También Enferma”-, llegó a decirme un día, cual si fuese una sentencia:

--Ustedes, los mexicanos, son los peores publicistas de su país que conozco.

No niego que me ericé por un momento, sin saber cómo responder el desafío. Hasta que entendí el truco: sobrevaluar lo propio a costa de humillar a los demás y hacerse sentirse menos. Tómenlo en cuenta, amables lectores, cuando deban ser corteses con uno de esos ejecutivos de allende el mar que ya no tienen necesidad de quemar sus naves. Ya hicieron lo suyo... otra vez.

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