Manuel Padilla Muñoz.
Los mexicanos celebramos el 16 de septiembre El Día de la Independencia, más de 300 años de la conquista de los españoles, con aquel grito libertario de Don Miguel Hidalgo que nos libertó de la corona española y abolió la esclavitud. Durante ese tiempo el esclavismo fue un sistema social tan inhumano que negaba todo derecho a los aborígenes de la Nueva España los que solamente tenían que callar y obedecer además de ser apresados en sus territorio y llevados en masa, con colleras de fierro, a venderlos como esclavos en las grandes plantaciones del Caribe y Sudamérica. El esclavismo había terminado ya en Europa pero no en América.
Poco más de una década después de aquel memorable 1910 y a pesar de sus guerras internas caudillistas, México surge como una nación con ciertas libertades, la más importante, su libertad de gobernarse a sí misma.
Durante una centuria México tuvo una paz relativa y un progreso de igual forma, ya con instituciones propias y sistemas políticos más modernos hasta llegar a los primeros años de 1910 en que, como la historia es cíclica, había nuevas condiciones sociales que llegó a tal grado la “explotación del hombre por el hombre” que las graves contradicciones sociales se agudizaron hasta llegar a una nueva explosión social: la revolución Mexicana.
La “paz porfiriana cobró muchas vidas; se había creado una nueva clase social que dominaba el país integrada por los amigos y cercanos al presidente y los grandes terratenientes dueños de la riqueza del país mientras que millones de mexicanos del pueblo sufría hambre, se conculcaron todos sus derechos políticos y la relativa paz se mantenía a fuerza de las armas y el ejército. La disidencia y la democracia eran fuertemente castigados. El penal de San Juan de Ulúa y Valle Nacional así como las levas fueron los mejores ejemplos hasta llegar al detonante: las huelgas mineras de Cananea y Río Blanco.
Con el triunfo del movimiento armado de la Revolución Mexicana, que costó la vida de un millón de personas, el 20 de noviembre se celebra, por segunda ocasión el Día de la Libertad.
A partir de entonces, nuestro país vive una época de prosperidad económica e industrial en que mejoran un poco las condiciones económicas del pueblo. Se crean nuevas leyes e instituciones para la vida democrática con el surgimiento de los partidos políticos, creados, supuestamente, para enseñar la democracia a los mexicanos. México ingresa así al concierto de las naciones modernas.
Por contraparte surge, el mismo tiempo, una nueva clase social más depredadora: La gran burguesía, que se apodera rápidamente de la riqueza nacional y de las instituciones. Nacen los grandes capitales, los imperios creados por unas cuantas familias que tienen en sus manos el poder económico y los partidos políticos se prostituyen hasta convertirse en simples agencias de empleo de la nueva clase gobernante.
Más de 80 años de priato hemos de soportar hasta llegar a la época actual. El priato ha sido el generador del mayor número de mexicanos pobres y estima que la mitad de la población se debate entre la pobreza sin esperanza alguna.
A lo anterior agregue la galopante corrupción de la clase gobernante así como la impunidad y, lo más grave, la intervención del crimen organizado cuya ola de inseguridad ha dejado más de 100 mil muertos, más que en la guerra de Afganistán y del Golfo.
Ha llegado a tales niveles el hartazgo de este sistema social injusto que estamos a punto de llegar a una nueva revolución, solo que ésta no será por medio de las armas, (a menos -claro está- si la actual burguesía no se atreve a cometer un nuevo fraude electoral), sino con la fuerza del voto, es decir, pacifica. Una burguesía que pasó de la discreción al cinismo con la impunidad de la cual gozan ahora muchos políticos que se han enriquecido rabiosamente y no están en la cárcel, donde deberían estar.
Si todo sucede como se prevee, el día 2 de julio estaremos celebrando otro Día de la Independencia: acabaremos con un sistema social injusto con aspiraciones a lograr un México nuevo, con mejores oportunidades y, sobre todo, en paz, para bien de nuestros hijos. El México del futuro, pues.
Que así sea.
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