por Alfredo Velázquez Valle.
ed. 357, noviembre 2018
Las veces en que en nuestra vida hemos creído falsamente y la realidad ha terminado por imponérsenos con toda su crudeza no ha sido una sola.
Lo que ha sucedido es que en el devenir de la vida los sucesos que nos determinan no pasan de una vez y para siempre; suelen repetirse en tanto quizá no se hayan sentado bien los cimientos sobre los cuales pretendamos edificar lo nuevo.
Ha sucedido y volverá a pasar las veces en que no hagamos el trabajo de fundamentación tan correctamente como deba ser.
Así sucede en cada uno de los distintos lados del prisma que compone nuestra historia de vida. Lo ha sido cuando hay que repetir la jugada, cuando hay que repasar lo que se creía aprendido y hay que plantar pie de nueva cuenta en ese camino difuso en que la memoria aún no logra reconocerse.
Hoy, los regímenes fascistas están de nueva cuenta en el horizonte cercano. Algo no se hizo bien, algo no se aprendió y algo no se repasó con el mayor de los celos.
Así, al mundo, como hace ochenta años, lo vuelven a convulsionar las guerras de exterminio, los racismos, las intolerancias, las exclusiones, los fundamentalismos, la violencia sistémica de este orbe cuyo norte no es el sur y cuya savia es la (sobre) explotación de los seres humanos y de los medios en los cuales éste se desenvuelve.
No hace aún un siglo en que este fenómeno propio de los sistemas económicos capitalistas “degenerados” apareció sobre la faz de nuestro planeta.
No hace un siglo aún, lo digo, en que León Trotsky alertaba por vez primera, con la lucidez propia de su talento, sobre ello; este hombre caracterizó de una manera diáfana los elementos constitutivos que le alimentaban:
“El fascismo encuentra su material humano sobre todo en el seno de la pequeña burguesía. Ésta es totalmente arruinada por el gran capital. Con la actual estructura social, no tiene salvación. Pero no conoce otra salida. Su descontento, su desesperación, su indignación, son desviados por los fascistas del gran capital y dirigidos contra los obreros. Del fascismo puede decirse que es una operación de dislocación de los cerebros de la pequeña burguesía en interés de sus peores enemigos. Así, el gran capital arruina primero a las clases medias y enseguida, con ayuda de sus agentes los mercenarios, los demagogos fascistas, dirige contra el proletariado a la pequeña burguesía sumida en la desesperación. No es sino por medio de tales procedimientos que el régimen burgués es capaz de mantenerse. ¿Hasta cuándo? Hasta que sea derrocado por la revolución proletaria.”
El capitalismo como sistema hegemónico mundial ha sabido sobrevivirse. Ha sabido imponer su dominio por encima de fronteras mentales, culturales y geográficas. Lo ha hecho a través y por sobre movimientos liberadores, de grandes y colectivas empresas revolucionarias. Sin embargo, dicho cáncer social hace metástasis.
Esta capacidad de permanencia por sobre proyectos, alternativas y crisis estructurales ha sido porque en alguna parte de nuestro aprendizaje hemos sido insuficientes.
Este mundo se nos va de entre los dedos de las manos; es un sistema-mundo que agota todas las posibilidades de sobrevivirse; es un planeta en agonía hoy más que nunca.
Como clases subalternas (proletariado, desplazados, periféricos, excluidos, sobrantes, etc.) sabemos, porque la teoría del materialismo histórico nos ha dado las claves para comprenderlo así, donde se encuentra el desatino; sabemos bien donde radican las poleas que dan movimiento a estos sistemas como para no saber hacerlas explotar en mil añicos; estas verdaderas fábricas de muerte llamadas fascismos (como el que catapultó al recién electo mandatario brasileño, Yair Bolsonaro) tienen, como todo, su talón de Aquiles.
¿Entonces?