Arrancó la era de lo que será un mandato de caprichos: ¿Una nueva teoría del Estado?

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por Adolfo Olmedo Muñoz.
ed. 358, enero 2019

Simulado un anti neoliberalismo o un existencialismo de “amor y paz”, la política lopezobradorista no tiene ni pies ni cabeza.

En realidad, hay muy poco que decir sobre los actos con que se oficializó el ascenso de Andrés Manuel López Obrador el pasado primero de diciembre de 2018 que por lo que se apunta, pasará a la historia, de una u otra manera, aunque ninguna de ellas dentro de una coherencia racional o desde un punto de vista doctrinario de las ciencias políticas, pues desde antes, pero más evidente el día de marras, se confirmó que en el mundo, las reacciones de lo que está sucediendo en nuestro país, fueron, y por lo que se adivina, seguirán siendo; de “pronósticos reservados”.

Independientemente de los caprichos que han sido obvios y muy grotescos, la actitud del nuevo mandatario de este país no ha dado color de lo que en realidad es. Y no me estoy refiriendo a su conducta diaria, más allá de su obsesión por el poder, aunque lo esconda con frases que digan lo contrario.
Lo que es el principal enigma y el gran riesgo, es saber que clase de mandatario va a ser, apegado a qué tipo de lineamientos u ordenamientos, más allá de su presunción de un código ético o moral que a todas luces se contradice, pues si se ha demostrado que si una persona que no tiene un trabajo productivo durante, por lo menos 18 años, y ¡vive bien! (aunque sin lujos), pues por lo menos, vive de alguien o de un colectivo. Un mendigo podría ser el caso, pero creo que no es el caso, en cambio bien pudiera encuadrársele como un mantenido, por lo menos.

Pero volviendo a mi duda pseudocientífica, de cómo encuadrar el pensamiento filosófico social y político de quien, se supone tendrá, o por lo menos debería tener las mejores respuestas para la difícil problemática que vive el país, ¡dentro de un marco de normatividad!, pero no lo hallo.

Luego de repasar, a vuelo de pájaro lo reconozco, pero no de manera tan vulgar y corriente como un tal Paco… Ignacio Taibo, no encuentro dentro de la teoría del estado, algo que me configure una fisonomía de lo que antes se le denominaba, “la forma personal de gobernar” pues más allá del estilo, se contaba con un acervo, teórico ideológico, basado en definiciones.

Más allá de la lucha abierta en contra del capitalismo, simulado con una postura antagónica al neoliberalismo, o de un anacrónico existencialismo de “amor y paz”, la política lopezobradorista no tiene ni pies ni cabeza.

Ni en las antiguas enseñanzas aristotélicas, de las formas de gobierno, ni en ninguna otra clasificación, ni de Montesquieu, ni Maquiavelo, ni Kelsen quien de seguro se avergonzaría por lo menos, al oír y ver los desplantes de quienes se encargarán de crear el andamiaje jurídico de México en esa, “cuarta transformación”, encontramos… nada.

Aunque el Barón de Montesquieu, al modificar la visión aristotélica, hace una distinción entre Monarquía, Despotismo y República. Lo cual, aunque de manera muy remota, nos abre un poco la puerta para retomar el concepto de Despotismo, el cual tuvo una época calificada de “Despotismo Ilustrado”, pero francamente con las vulgaridades de los “morenistas”, como que no encajaría lo de “ilustrado”.

Pero lo del “despotismo” habrá que estudiarlo, para darle por lo menos un sustrato ideológico a esa, la llamada cuarta transformación. En ese sentido, como una modesta contribución les comento que el despotismo -como forma de gobierno- es una forma o modalidad en la que el poder está en manos de un gobernante único.

En dicho sistema, los súbditos están totalmente sometidos (si no para qué diablos servirían las “consultas ciudadanas”), pero a diferencia de la tiranía o la dictadura que la más de las veces tienen que inventarse un “marco legal”, el despotismo no necesita de ninguna regla, simplemente cualquier mecanismo que le permita sobreponerse al pueblo, a toda esa gente que no es capaz de expresarse, mucho menos de autogobernarse, y en cambio dejan el poder en manos de uno solo, ya sea por miedo (miedo a un futuro inventado por los llamados “stakeholders” a través de las redes cibernéticas), o el desconocimiento de no saber qué hacer (ignorancia).
Y si, de acuerdo con lo dicho por ese Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu, simplemente el Despotismo se trata, tan solo, de un gobierno sin leyes ni reglas, que arrastra todo (incluyendo importantísimas obras transexenales como un aeropuerto), con su voluntad y capricho.

Es muy importante señalar que una de las principales características de este “sistema de gobierno” es que con el despotismo se pone de manifiesto, la falta de conexión entre los gobernados, lo cual se evidencia, por las intensas campañas mediáticas que durante años fueron socavando el poder institucional de nuestro país.

Pero si me lo permite, amable lector, quisiera ir un poco más allá y señalar que existe otra forma impura de gobierno. Lo de impura es porque no hallé a ningún tratadista serio que recomendara dicha forma, pero se sabe que, en los hechos, muchas veces se ha caído en ese sistema de “gobierno”, y es la “oclocracia”, que, de acuerdo con sus raíces etimológicas, no es más que: Ahí, donde gobierna la “muchedumbre”, con bastón o sin bastón … de mando.