por Jorge Arturo Estrada García.
ed. 358, enero 2019
“El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse.”
Ryszard Kapuœciñski.
La banda presidencial cruzando el pecho, lo cambia todo. Quien la porta se transforma o se trastorna. Quien asegure conocer a un presidente recién investido está engañando, tanto a sí mismo como a los demás. Para el nuevo presidente todo cambió. Cambió su tono y cambió el de los demás. Casi todos lo verán como un hacedor de favores o un pagador de recompensas por acciones en campaña. Otros, como un mesías que te salvará de la pobreza sin esperanza, que le dará voz y visibilidad, a los sin voz y a los invisibles. Para sus adversarios será, ya con certeza, “un peligro para México”. Entramos en una nueva era, eso es definitivo.
Para un personaje tan afecto a los símbolos, el despachar y dormir en Palacio Nacional; la banda y su orden en los colores; la silla del águila, su panteón de héroes de la patria reproducidos ad infinitum, en su logo oficial, serán impactantes. Su discurso reiterativo y el imaginario creado en 18 años de campaña pesarán en la historia de México, para bien o para mal.
Madero, Juárez y Cárdenas, quienes lo antecedieron en las transformaciones, son claves en su personalidad y sus sueños. Y serán los espíritus de ellos con los que conversará en las cortas noches en la soledad de su despacho, que vivirá en el antiguo edificio del zócalo. El proceso de transformación de humano en prócer será interesante de seguir. El presidente López Obrador será un personaje interesante de conocer.
Para los observadores de la política, el tema no se trata de fustigar o aplaudir a un personaje, se trata de analizar los procesos del fenómeno que vive México, actualmente. Esto deberá trascender a las infantiles posiciones de chairos y fifís, eso queda en retórica simplona.
Andrés Manuel está forjado políticamente en el PRI ancestral, el del nacionalismo setentero. De ahí salen las grandes marcas del discurso del nuevo presidente. Más que un discurso marxista lo suyo es el nacionalismo del Desarrollo Compartido, más de Luis Echeverría que de José López Portillo. Ellos fueron los últimos presidentes que defendieron al país hasta el desprestigio y la ruina política. Ambos personajes terminaron sus sexenios en medio de tormentas, ambos fueron fieramente atacados por las élites económicas del país: uno es el “asesino del Tlatelolco” y el otro es el “Perro de la Colina. Y, entre los dos, “son los autores de la Docena Trágica”.
Aquellos intentos nacionalistas, más voluntariosos que eficientes llevaron a la ruina económica al país, y nos dejaron en manos del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la OCDE y del imperio. El enorme mercado mexicano, sus millones de consumidores y manos de obra barata servirían para generar riqueza para los capitalistas internacionales. Desde los organismos financieros salieron todas las medidas que nos llevaron al neoliberalismo salvaje que nos rige y nos mantiene subdesarrollados. Que nos deja pobres mientras ellos se enriquecen. El sueño de que en este modelo, “cuando menos mis hijos tendrán mejores condiciones de vida”, quedan en meras quimeras. Lo cierto es que se necesitan 11 generaciones para salir de la pobreza en México detallan los estudios de la OCDE. El promedio de la OCDE son 4.5 generaciones, para que un niño pobre alcance el nivel de ingreso promedio de su país. Estamos jodidos.]
Los ataques al modelo liberal por parte de López Obrador y su discurso recuerdan a Luis Echeverría, más que a Madero, Juárez o Cárdenas. El estilo personal de gobernar es una frase de don Daniel Cossío Villegas que le aplicó Luis Echeverría y su transformación en presidente. Este personaje era un seco, discreto, parco y obediente alto burócrata se transformó en un terco, soberbio, desafiante y combativo líder de izquierda, de los no alineados, contra el capitalismo y el imperio en México y en el extranjero. Antes de ser presidente pocos lo veían con un discurso antimperialista y tan crítico hacia la burguesía mexicana. La banda, la presidencia imperial, los cortesanos, el poder, los elogios, las críticas y los adversarios reales o imaginarios lo transformaron. Su slogan fue: Arriba y adelante, su consigna fue Desarrollo Compartido en alusión a la injusticia social imperante que el 68 y toda esa década habían desnudado,
En la década 70 del siglo XX, de los presidentes nacionalistas: Echeverría y José López Portillo, el país creció a más del 8 por ciento anual, actualmente se crece al 2 por ciento, así vamos desde hace 15 años. En el milagro mexicano, algunos años se creció al 5 o 6 por ciento. Durante este “milagro” aparecieron las enormes fortunas de los grupos empresariales y financieros, acumuladas bajo la protección del gobierno priísta.
Andrés Manuel está forjado políticamente en el PRI ancestral; ése del nacionalismo setentero. De ahí salen las grandes marcas del discurso del nuevo presidente, más que un discurso marxista lo suyo es el nacionalismo del Desarrollo Compartido. De aquel PRI que se negó a incorporarse al neoliberalismo.
Por el momento, estamos ante un cambio de régimen, sin cambio de modelo. El combate se da en el discurso y en una amplia redistribución presupuestal de la riqueza a través de programas sociales. Pero estamos encadenados y estancados en un país quebrado, que vive de prestado, que dilapidó su riqueza, que fue expoliado y que la cede a cambio de unas monedas. Y que además, está endeudado, arruinado y dividido.
Ser ensamblador de autopartes y exportador de televisiones planas es éxito suficiente para alcaldes, gobernadores y presidentes neoliberales, cuando en realidad tenemos precariedad laboral, mercados oligopólicos y sólo 2% de crecimiento anual. Hasta donde la cuarta transformación será capaz de responder a la siempre precaria clase media mexicana. El neoliberalismo nos metió en un proceso de salarios bajos, de maquiladores de autos, televisiones y computadoras.
En el proyecto de López no encontramos un lugar para la educación de alto nivel, para el ingreso a la Sociedad del Conocimiento, con el desarrollo de la innovación, la ciencia y la tecnología como los motores del desarrollo.
La lucha no es entre ricos y pobres, izquierdas o derechas, chairos y fifís, debería ser entre modelos. No basta repartir dinero entre pobres. Se trata de evolucionar de la manufactura a la mentefactura. Aprovechar el talento de los millones de jóvenes que comprenden y consumen tecnologías para apoyarlos en capacitación del siglo XXI que atraigan empleos globales de alto valor agregado.
López Obrador no es tonto ni impreparado. Él trabaja para someter y conquistar. Aplica las reglas del poder sistemático. Él sigue un plan estratégico para medir fuerzas y desalentar a la Mafia del Poder. Con la oligarquía, con los fifís. Él irá desgastando, inhibiendo y desprestigiando adversarios. Sus compañeros el poder son avezados políticos, muy diestros en el juego rudo y muy lejos de la ingenuidad. Los de izquierda traen sed de revancha social, los expriístas van por el poder simple y llanamente, los demás son arribistas. Hay muy pocos tecnólogos y escasos ciudadanos. La partidocracia sigue en el poder. Será un duelo de poder a poder entre las élites económicas trasnacionales y Andrés Manuel. Definitivamente, estamos ante un escenario muy interesante para observar y analizar. Lo malo es que los errores de los políticos los pagamos todos los ciudadanos.
En México no hay ideologías ni hay demócratas. Sólo en algunos segmentos de población quedan restos de nacionalismo, pero tampoco hay conciencia social, ni pensamiento crítico. Muchos de la generación ddel 68 ya se murieron, envejecieron, se cansaron, pero conservan sus ideales. Esa generación preocupada por la libertad y la independencia, intentó cambiar el mundo. Se convirtieron en un problema mundial, se percibía “excesiva democracia” en el ambiente. El resto de las generaciones creció en medio de ideologías diluidas, de la guerra fría, del discurso anticomunista y del fomento del consumismo que alimenta los mercados en el liberalismo salvaje que nos implantaron. Ahora, a lo más que llegamos es a etiquetarnos como baby Boomers, Millennials, Generación Z, chairos y fifís. Los debates por ideas casi se extinguieron. La corrupción, la impunidad, la demagogia y la posverdad, lo contaminaron todo.
Los gobernadores convertidos en virreyes fracasaron como ejes articuladores de la vida política nacional, sólo se dedicaron al pillaje. Ellos son ejemplo de las peores épocas de corrupción documentada en la época contemporánea. Ellos y sus aliados, impusieron al presidente Enrique Peña Nieto que que pasará a la historia como un incapaz, corrupto y tal vez como el destructor del PRI.
Los virreyes y sus delfines demostraron los alcances de hacer política sin talento ni honestidad. Todos los partidos quedaron marcados. Esta época deberá llamarse la de Los Gobernadores Ladrones. Estamos ante el fin de una época negra.
Estamos ante el fin de una época: sin avión no mansión; sin estado mayor prepotente y manchado de sangre. Pero estamos también ante la incertidumbre.
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