El mito, legendario sobreviviente

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por José C. Serrano Cuevas

Allá por el año de 1995 fue publicado el libro Mitos mexicanos. La edición estuvo coordinada por el historiador Enrique Florescano. En el texto se incluyen trabajos de 41 autores, quienes de acuerdo a su formación y experiencia abordan el tema.

En el prólogo, Florescano afirma que “el mundo de ayer, como el actual está poblado de mitos y personajes mitológicos, cuya presencia se manifiesta a través de poderosas imágenes visuales, orales o escritas. Igual que ayer el mito goza de una gran popularidad, atraviesa todos los sectores sociales y se difunde por los medios más variados. Camina envuelto en mensajes políticos, religiosos o ideológicos que tienen una resonancia colectiva”.

Por sus 315 páginas desfilan mitos tan arraigados en el imaginario colectivo como: El águila y la serpiente, el tapado, la izquierda, el PRI, Quetzalcóatl, la Malinche, la Virgen de Guadalupe, el caudillo, el pueblo, la madre, el macho, el licenciado, el indigenista, el narcotraficante, entre otros.

La lectura de estos ensayos ofrece la posibilidad de entender que el mito es el canal por el que corren las pulsiones que demandan un mundo mejor. Y cuando se concentra en las personas o en sus actos, el mito es el constructor de seres de leyenda: héroes, mesías, genios, villanos, redentores y otros personajes rodeados por el halo del carisma. Esa imagen que prevalece está fundada en apreciaciones fantasiosas o míticas. Son los mitos los que le dan sustento a las creencias colectivas.

Carlos Monsiváis enhebra un ensayo de lectura bastante disfrutable que intitula El político: arquetipo y estereotipo. El periodista y escritor de fama reconocida sostiene que “desde la segunda mitad del siglo XIX en el peridismo, la literatura y la vida social de México, se establece el arquetipo y el estereotipo del Político, que será el Politicazo y se degradará a la figura del Grillo, el que vale porque el puesto le inventó la personalidad, y al dejar el puesto se quedó con el aura solemne de quienes son importantes no por su trayectoria o sus méritos, sino porque han ocupado situaciones de poder, y porque ha sido suya la respiración del mando, el jadeo que acompaña a la certeza: estoy aquí porque el Presidente de la República no puede desempeñar todos los cargos al mismo tiempo…”

Claudio Lomnitz, antropólogo, profesor y escritor pone en blancas y negras el mito en que 30 millones de mexicanos han convertido a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su Cuarta Transformación. Dice: “El Presidente se rodea de signos patrios. Indígenas entregando el bastón de mando en una fumarola de copal y toda una corte de apellidos históricos, blasones vivientes de ancestros sagrados. Vasconcelos, Clouthier, Cárdenas… los que sean que puedan iluminar al poder actual con esos ayeres. Sólo que en realidad no es el pasado el que regresa, sino la historia como leyenda que se repite”.

En las conferencias de prensa matutinas se muestra de cuerpo entero como un nacionalista obsesivo, como alguien que predica su fe absoluta en el poder curativo del Estado; su fe en el poder místico del Estado; su fe en el Estado como fetiche. AMLO ha afirmado que si el presidente es honesto, la corrupción se acabará por un efecto de contagio.

El tabasqueño gobernante dijo alguna vez que la tercera es la vencida, y llegó al cargo tan anhelado. El pueblo encantado por esa mítica figura ha cifrado toda clase de esperanzas en el líder. Sólo que no será fácil convertir al Estado en fuente de salud y bienestar para todos los mexicanos, porque el Estado realmente existente tiene empleados de carne y hueso que forman parte de un gobierno pachorrudo, que va muchas leguas atrás del paso veloz de quien blande la vara mágica cuartotransformadora.

Ahora, que si de soñar se trata, esta nación y sus sobrevivientes bien podrían intentar hacer un trueque: el mito por un mitote.