El racismo de Israel

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Augusto Hugo Peña Delgadillo.

Nadie en este mundo salvo una mayoría de judíos radicales ve el triunfo electoral del partido Likud -fundado por Menágen Beguín-  en Israel y el de su líder el ultra racista y experto en crímenes de lesa humanidad, Benjamín Netanyahu, como algo positivo y digno de celebrar sino por el contrario, el belicismo de este personaje corrupto y criminal y de los partidos de derecha y ultra derecha que lo respaldan, es patente y está presente en todo momento mientras alguien de tan malas entrañas como Netanyahu sea el primer ministro de un país que se dice hogar nacional de los judíos, pero que de eso nada tiene, porque es un nido de truhánes que viven al amparo de la fuerza más radical y retrógrada dentro de la industria bélica que ha usado ya por más de 40 años a Israel y a la judería como su piloto de prueba para mantener una amenaza latente en el área del Medio Oriente, mientras Inglaterra, Francia y sobre todo Estados Unidos, expolian sus riquezas, mano de obra árabe abaratada y sus productos naturales a las 22 naciones árabes y a sus vecinos del Cáucaso.

La continuidad de las fuerzas racistas de la ultra derecha en Israel seguirán siendo un obstáculo para la paz del Medio Oriente, considerando que la creación de este Estado racista tuvo entre sus motivos el desestabilizar el Medio Oriente y mantener a raya a los palestinos mientras paso a paso le fueron robando su territorio para darle cabida a los colonos judíos  llegados de Europa del Este en donde no eran bien vistos y de plano se les despreciaba, cuestión que no tiene nada que ver con Palestina ni los palestinos y, a pesar de ello, los palestinos y su territorio son los que están pagando los platos rotos del antisemitismo europeo.

En triunfo electoral del Likud y de su candidato Benjamín Netanyahu no ofrece nada bueno para nadie incluyendo a los israelitas y judíos de la diáspora, pues estamos hablando de un partido fundado por Beguín al calor del racismo haciendo uso y abuso de todas las medidas militares para imponerse ante un pueblo, el palestino, el que jamás les ha hecho ningún mal. La judería internacional debería verse en el espejo y reconocerse como un segmento humano agresor en lugar de plañir cotidianamente un pasado tan desagradable como el enfrentado en Alemania y parte del Europa del Este ya hace más de 80 años, el que culminó, gracias a EEUU, al término de la II Guerra Mundial. Preguntémonos, ¿Qué les ha hecho el pueblo palestino a los judíos para ser el blanco preferido de sus ataques? Nada, solo vivir en Palestina en donde han morado algunos miles de años antes de que siquiera existiese el primer judío.

Israel de la mano de Washington tiene un historial centenario de claro e ilegal despojo de tierras al pueblo palestino; debe recordarse que lo que ha caracterizado a los gobiernos israelitas es el belicismo crudo y acendrado contra un pueblo inerme que la mayoría en la ONU defiende sin éxito porque el veto de los estadounidenses se los impide, y porque la agresividad del racismo de los gobernantes judíos y de no pocos israelíes trabaja al unísono de los intereses de la ultraderecha occidental con miras de clara hegemonía sobre los pueblos en más de 180 países, entre ellos México, el que al igual que el pueblo y gobierno palestinos tiene que bregar a contracorriente de la justicia y legalidad desdeñada por el poder que otorga la realidad a los fuertes por sobre los débiles. No existe en la historia mundial reciente, ningún ejemplo de algo similar en cuanto al abuso desmesurado de un pueblo sobre otro.

Israel gracias al poder económico de judíos de EEUU, Francia e Inglaterra mantiene un pie encima de la cabeza del pueblo palestino en contra de toda norma diplomática y humanista, como si se tratase de un pueblo de privilegiados contra uno de parias e ilotas rendidos, los que para nada han mostrado ser una nación perdida en la desgracia por ser explotada inmisericordemente por un pueblo hermano que se cree a sí mismo como el elegido de Dios. ¿De cuál Dios? Habría que preguntarnos, ¿el del becerro de oro o el de la zarza ardiendo que sorprendió a Moisés en el monte Sinaí? Musa (Moisés) era un líder justo pero su pueblo le bailaba con más gusto al becerro de oro que a los designios divinos y a la voz de sus dirigentes, y al parecer después de más de tres milenios, este pueblo sigue prefiriendo bailarle al becerro de oro que a la justicia y la legalidad, y lo peor de todo es que ya no existe nadie de la talla de Moisés y todos sus líderes, desde Ben Gurión hasta Benjamín Netanyahu creen que con el oro del becerro pueden comprar la justicia y la legalidad, no solo en la Palestina sino en el mundo entero.

La creación del Estado Judío es una paradoja inconsistente con la construcción de un hogar nacional como se dijo en principio ya que dentro de las entrañas de esa nación se fue elaborando en la forja, una punta de lanza contra los pueblos vecinos; la autoridad israelí dice que está rodeada de enemigos cuando el enemigo de quienes le rodean es el propio Estado Judío impulsado en todo y para todo por la hegemonía anglosajona que es la que ha venido dictando normas sociopolíticas y económicas en gran parte del mundo a partir de la caída de la Francia de Carlos Luis Napoleón Bonaparte, el Pequeño, ante un mundo prusiano decidido a no dejarse dominar por los galos. ¿Quién podría ahora poner en duda que el que dicta todo a todos en el presente es el mundo anglosajón? 157 años han transcurrido y Gran Bretaña y Estados Unidos o EEUU e Inglaterra no parecen dejar de ser el hegemón occidental frente a China y Rusia que son el eje de esa otra parte del mundo, la oriental y la transcaucásica. O, ¿usted qué opina, estimado lector?