por José Guadalupe Robledo Guerrero.
La marcha obrera a San Luis Potosí
Tres días después del desfile del Primero de mayo de 1974, el sindicato de Cinsa-Cifunsa publicó un desplegado en donde le daban diez días a sus patrones para establecer el diálogo y acordar el levantamiento del paro, de lo contrario se haría una marcha obrera para buscar la intervención del Presidente Luis Echeverría con el fin de solucionar la huelga de obreros.
La idea de ver al Presidente, tenía como objetivo sacar la lucha de las fronteras coahuilenses y darle resonancia nacional, pues en el estado se había empantanado la solución del conflicto. Los dueños del GIS y sus abogados cada vez eran más soberbios con el gobernador, y los sindicalistas se habían con- vencido que para vencer la intransigencia patronal requerían la intervención del Presidente de la República, pues en el gabinete presidencial no se contaba con ningún aliado, al contrario, el Secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia (+), había tomado partido a favor de los patrones. Fue él quien telefónicamente amenazó a Salvador Alcázar por no levantar el paro como se lo ordenaba.
Se terminó el plazo y no hubo respuesta patronal. Se sabía que el 15 de mayo estaría el Presidente Echeverría en San Luis Potosí, y para entrevistarlo la caravana obrera se puso en marcha un día antes. Luego de un mitin en la Plaza de Armas, en manifestación miles de saltillenses acompañaron a los huelguistas hasta las afueras de la ciudad .
Decenas de autobuses urbanos y universitarios y autos particulares, acompañados de cientos de motocicletas enfilaron rumbo a San Luis Potosí, y mientras que el pueblo los aplaudía, las madres obreras lanzaban sus bendiciones a la caravana. En la madrugada del 15 de mayo, llegamos a la entrada de Matehuala los primeros camiones repletos de trabajadores y estudiantes. Allí, con armas de alto poder, estaban esperándonos policías de la Federal de Caminos con una orden: impedir que continuara la caravana. “Regresen a Saltillo, no pueden pasar”, fue el recibimiento de los policías.
Los ánimos se caldearon, y para superar la riesgosa situación se solicitó hablar con el Presidente Municipal de Matehuala, quien a las tres de la madrugada aceptó platicar con una comisión, siempre y cuando el resto de los peregrinos esperaran en un terreno baldío a la orilla de la carretera y no intentaran continuar. Los huelguistas aceptaron.
Se puso al tanto al Alcalde matehualense de la situación de los trabajadores y de los propósitos de la marcha, solicitándole que fuera el conducto con el Presidente y le dijera que los obreros saltillenses querían informarle de su movimiento y pedirle su intervención para solucionar el problema laboral.
Desde su despacho, el alcalde se atrevió ha hablarle a esas horas al Secretario de la Presidencia, Hugo Cervantes del Río, luego de las disculpas de rigor le transmitió la petición obrera, y le informó que los trabajadores aceptarían sin discusión las instrucciones que diera sin crear problemas.
Cervantes del Río pidió unos minutos para consultar al Presidente Echeverría. Una hora después partíamos rumbo a San Luis Potosí escoltados por los policías que tenían ódenes de impedir el paso de los trabajadores. Echeverría había aceptado encontrarse con los marchistas, decidiendo el lugar, la hora y el cómo nos encontraríamos con él.
En San Luis Potosí, en la avenida 16 de septiembre, más de mil saltillenses abordamos a Echeverría como él lo había indicado. El Presidente fingió que el encuentro era sorpresivo. Al saludarlo detuvo su marcha y atendió a Salvador Alcázar, escuchándolo con atención mientras los fotógrafos de prensa tomaban gráficas para la nota del día, donde se mostraba al Presidente “atendiendo en la calle y sin protocolo a centenares de obreros saltillense que venían a pedirle justicia”. Al día siguiente, los trabajadores paristas de Saltillo se ganaron las ocho columnas de todos los diarios potosinos.
El gobernador de San Luis Potosí prestó su despacho para que el Secretario de la Presidencia dialogara con una comisión de huelguistas como lo había ordenado el Presidente. Cuando la comisión le solicitó la intervención presidencial para terminar con el conflicto, Cervantes del Río ordenó que le dieran dinero a los marchistas “para unos lonches”, no se rechazó la ayuda, pues nadie había comido y no teníamos recursos con qué hacerlo.
Con ese dinero se compraron miles de birotes (pan francés), aguacates, y todo lo necesario para las tortas. Pero en ese momento, ya estaba circulan- do entre los obreros el rumor de que Alcázar se había vendido. Se hablaba de millones de pesos. Los promotores de esa difamación eran los esquiroles patronales y los simpatizantes del Frente Auténtico del Trabajo (FAT) que nunca quisieron a Alcázar. Pero se aclaró la situación.
Desde aquel encuentro, Echeverría atendió el problema y fortaleció al gobernador Gutiérrez. Los empresarios siguieron dándole largas al arreglo, pero días después los representantes patronales informaron que estaban dispuestos a negociar, pues Echeverría los había conminado a llegar a un acuerdo con los trabajadores, y los López del Bosque no se atrevieron a ignorar los deseos presidenciales, menos cuando ya se mencionaba otra solución: la expropiación de las fábricas.
Mientras se iniciaba el diálogo, en cierta ocasión, antes de media noche llegó a mi casa el jefe policiaco Luis de la Rosa. Lo enviaba el gobernador Gutiérrez para invitarme a platicar. Acepté sin preguntar, y llegué hasta la residencia del mandatario. Abrió la puerta el gobernador, y escuché una voz femenina que desde adentro le reclamaba a gritos algo que no comprendí. Don Eulalio visiblemente contrariado me preguntó: ¿Le gusta caminar porque aquí no hay condiciones? Tomó su texana y comenzamos a caminar hacia el norte del bulevar Carranza seguidos por su escolta.
El gobernador inició la charla sobre la historia revolucionaria de Coahuila. Me habló sobre la Revo- lución mexicana y sus aspiraciones de justicia social. Me confió lo complicado que era gobernar un Estado en donde la clase empresarial no entendía la necesidad de reivindicar los derechos de los asalaria- dos para elevar su nivel vida. “La revolución, dijo, no ha cumplido con el pueblo. Falta mucho”.
De regreso a su casa, parados en la banqueta, me dijo: ¿Sabe por qué lo llamé? -No, respondí. Sé que usted tiene prestigio entre los dirigentes de la huelga y los obreros de Cinsa-Cifunsa, y quiero comentarle algo que debe mantener en secreto: Los señores López del Bosque han puesto como condi- ción para solucionar el conflicto, que los asesores del FAT salgan del sindicato y abandonen Saltillo, de lo contrario no negociarán. Ayudeme a que los obreros comprendan que para arreglar la huelga es necesario que los asesores del FAT se vayan.
Le dije que yo no era el indicado, que mi relación con el movimiento era ideológica y de apoyo solidario. Yo no podía hacer lo que me pedía. Don Eulalio puso su mano en mi hombro y señaló: usted es un joven pensante, y sabe que lo más importante es que la huelga sea resuelta. Piénselo, me dijo, y haga lo que le dicte su conciencia. Agradeció haber acudido a su llamado y nos despedimos.
Días después se citó a una asamblea, pues los trabajadores estaban desesperados al no ver resultados de la entrevista con el presidente Echeverría. La asamblea se desarrolló en un ambiente de reclamos, impotencia y radicalismos. En ese ambiente, los adversarios de Alcázar y del paro lograron hacerse escuchar por los huelguistas. Después de 30 días en paro. La frustración y el desaliento se asomaban.
La asamblea acordó una medida irresponsable: tomar el Palacio de Gobierno para presionar la solución de la huelga. Ningún argumento los convenció y salieron del local sindical cientos de trabajado- res, llegaron hasta la única puerta del Palacio abierta, y allí estaba esperando el mandatario con su inseparable texana. El Palacio se había desalojado y no había policías ni guaruras acompañando al gobernador, que ya sabía a qué iban los huelguistas.
Salvador Alcázar iba al frente de la columna. Cuando estuvo ante Eulalio Gutiérrez le dijo: “Señor Gobernador, ante la falta de resultados, la asamblea decidió que tomáramos el Palacio de Gobierno para presionar la solución del conflicto. Discúlpenos no es contra usted”. -No me hagan esto Salvador, dijo el mandatario, ustedes han visto mi actitud concilia- dora y mi respeto por su movimiento. Esperemos unos días más, sé que el Presidente Echeverría convocó a resolver el conflicto.
Alcázar insistió: “Señor gobernador no es contra usted”. Eulalio Gutiérrez contestó: “No les puedo evitar que hagan lo que han acordado, pero quiero que sepan que yo no lo permitiré, y que si lo hacen tendrán que pasar sobre mí.”
Nadie dijo nada, los radicales callaron, los esquiroles y los simpatizantes del FAT se agazaparon. Jugándose todo, Alcázar le dijo a la multitud: “Vámonos compañeros, el gobernador nos ayudará a resolver el conflicto. Volvamos al sindicato”. Retornamos al local. La valiente actitud del gobernador convenció a los paristas.
Posteriormente, la parte patronal dio a conocer su condición para el diálogo: no querían al FAT en el sindicato ni en Saltillo. Ante la difícil situación se realizó una reunión de la intersindical con los líderes de Cinsa-Cifunsa y los principales asesores del FAT. Allí se acordó que decidieran los trabajadores en asamblea. En medio de una acalaroda discusión, con insultos y llanto, se determinó aceptar la condición empresarial “por el bien del movimiento”.
Los asesores del FAT abandonaron Saltillo, pero sus activistas nunca lo aceptaron y convirtieron a Salvador Alcázar en su principal enemigo y se dieron a la tarea de minar su autoridad sindical y a desprestigiarlo. Este pleito lo aprovecharon -después de la huelga- los propietarios del GIS para despedir a más tres mil obreros, destruir el sindicato, arrebatarles su local sindical y borrar de la historia coahuilense el heroico movimiento.
Los miles de despidos fueron una violación patronal a los acuerdos pactados en la madrugada del 3 de junio de 1974, en donde se firmó por ambas partes “un pacto de caballeros”, en cuyo escrito se acordaba que los empresarios no despedirían a nin- gún trabajador que hubiera participado en la huelga. Pero los López del Bosque no cumplieron su promesa firmada y mandaron a la calle a miles de trabajado- res, sólo por haberles ganado la huelga.
Años después quise rescatar una copia de “El Pacto de Caballeros” que se había firmado al término de la huelga, pero el escrito no se encontró en el expediente, alguien lo había sustraido para que no quedara constancia histórica del documento.
Poco antes de las pláticas donde se arregló el conflicto, el Presidente Echeverría le comunicó a los líderes obreros que el aumento salarial del 40 por ciento que demandaban los huelguistas no lo darían los propietarios del GIS, pero les pidió que aceptaran el incremento salarial del 20 por ciento que ofrecían los patrones, prometiendo que días después de que terminara la huelga, decretaría un aumento de emergencia del 20 por ciento para todos los asalariados del país, y de esa forma los sindicalistas saltillenses completarían el incremento demandado y de paso, beneficiarían al resto de la clase trabajadora. Los huelguistas creyendo en la promesa presidencial. Y Echeverría les cumplió.
Finalmente, los huelguistas obtuvieron el 20% de aumento salarial, el 70% de los salarios caídos (50% en efectivo y 20% en despensas), además del aumento de emergencia del 20% que el presidente Echeverría decretó para toda la clase trabajadora. La huelga también consiguió que los trabajadores eventuales con seis meses de labores obtuvieran su base, pues había obreros que tenían 15 años laborando y seguían siendo eventuales.
Luego del triunfo sindical, apareció la división entre los obreros. Alcázar ya no quiso reelegirse como dirigente sindical, ya estaba agotado. La huelga lo había desgastado y la división de los trabajadores había deteriorado su ánimo, pues había sido difama- do por los simpatizantes del FAT, los esquiroles patronales y los cetemistas agazapados. Alcázar se negó a la propuesta que le hizo dirigente estatal de la CTM, Gaspar Valdés, de dividir el sindicato de Cinsa-Cifunsa en tres sindicatitos.
La división y la persecución mostraban que el sindicato que organizó la victoriosa huelga de 49 días, estaba próximo a ser destruido. Ante esta adversa situación, Alcázar retornó a su empleo de obrero, y para aislarlo lo enviaron al tercer turno, y cuando un obrero se le acercaba, era inmediatamente despedido. Lo mantenían vigilado y marginado.
En 1975, Salvador fue despedido del GIS. El sindicato de Cinsa-Cifunsa fue dividido en tres sindicatitos y el local sindical se les arrebató a los trabajadores y fue cerrado para siempre como recinto obrero, a pesar que el terreno donde se encontraba el sindicato había sido donado a los obreros por la señora Anita del Bosque, esposa de don Isidro López Zertuche. Sobre ese terreno la empresa construyó el local sindical, cuyo costo íntegro se les rebajó a los sindicalistas a razón de un peso semanal hasta que fue totalmente liquidado. Luego se vendió el local, participando como “coyotes” Gaspar Valdés Valdés y un tal doctor González Carielo.
Salvador Alcázar, quien dirigió el huelga victoriosa más importante de la historia de Coahuila, continuó dedicándose al fisiculturismo y a promo- ver el deporte. Hasta la fecha.
Por su parte, los propietarios del GIS nunca pudieron superar la afrenta de haber sido derrotados por los trabajadores organizados. La historia de esa heroica huelga obrera fue borrada de la memoria histórica de Saltillo, pero seguramente algún día la historia popular pondrá en su justa dimensión aquella huelga reivindicativa y justa que ganaron los obreros de Cinsa-Cifunsa en 1974…
(Continuará).
El apoyo de la UAC a la huelga obrera…