por José C. Serrano Cuevas.
De 1970 a la fecha, México ha tolerado, con gran estoicismo, los efectos de una perniciosa enfermedad que padecen los presidentes de la República: el embuste. Los psiquiatras y profesionales afines le llaman mitomanía.
Luis Echeverría Álvarez se enjaretó el disfraz de defensor de los pueblos del Tercer Mundo. En su megalomanía quiso convertirse en dirigente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Sus ocurrencias lo convirtieron en el hazmerreír del gran parlamento mundial.
Lo sucedió en el trono, que representa la silla del águila, el abogado José López Portillo y Pacheco. Un baturro enamoradizo, como el que más. La producción creciente de petróleo aunada al precio que alcanzó el barril de crudo, lo llevaron a delinear un discurso delirante: ¡Preparémonos para administrar la riqueza!, dijo a los mexicanos.
El hijo de doña Cuca Pacheco destapó al colimense Miguel de la Madrid Hurtado, para que lo sucediera en el cargo. Un hombre taciturno, gris, desangelado. Lo más atrevido de su gobierno fue el programa que bautizó como la renovación moral de la sociedad. El anecdotario de la transa gubernamental registra que, durante su campaña, recibió carretadas de billetes, mismos que repartió entre quienes integrarían su gabinete. Esto lo hizo para que ya no robaran cuando fueran secretarios de Estado. Sus declaraciones patrimoniales siempre fueron intachables.
De 1988 a 1994 gobernó a este país Carlos Salinas de Gortari, un hombre con una inteligencia endemoniadamente retorcida. Desmanteló gran parte del patrimonio del Estado para ponerlo en manos de sus amigos empresarios, Carlos Slim Helú es el más claro ejemplo de esa ambiciosa decisión. El hijo adoptivo de Agualeguas, Nuevo León, pretendió engañar a los mexicanos con el espejismo del ascenso a las economías del primer mundo. Al despuntar el año de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), lo dejó en cueros al exhibir ante el orbe la jodidez de los pueblos originarios.
Pertenecen a la misma ralea Ernesto Zedillo Ponce de Léon, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, Vicente Fox Quesada y Enrique Peña Nieto; todos ellos dueños de unas lenguas más largas que la cuaresma.
En 2018 el pueblo sabio renovó sus esperanzas de mejoría. Apostó su menguado capitalito a la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, echó su resto, pues, y lo hizo ganar la Presidencia de la República.
El hombre de Macuspana, Tabasco carga no un portafolio sino un costal repleto de promesas que, como el evangelista, va sembrando por el territorio nacional. El domingo 24 de marzo en el salón Tesorería del Palacio Nacional anunció la reinstalación del Sistema Nacional de Búsqueda de Personas, ante cientos de familiares de víctimas de desaparición forzada y cometida por particulares Frases escogidas, cargadas de emotividad, le granjearon el aplauso de los concurrentes.
En la cúspide de su retórica ofreció a esos familiares que para la atención del problema “no habrá techo financiero, porque se trata de una responsabilidad de Estado”. Reforzó su ofrecimiento, agregando que “el flujo presupuestal será ilimitado, pues a partir de un gobierno austero se pueden garantizar recursos a asuntos prioritarios”.
Ya encarrerado, se comprometió a “encabezar trimestralmente una evaluación del avance de las acciones, y atender de manera urgente la identificación de más de 26 mil cadáveres que hay en instalaciones forenses”.
Dos días después, el 26 de marzo reciente, el doctor José Ramón Cossío Díaz, ministro en retiro, escribió un artículo, cuya cabeza dice: Los desaparecidos y las capacidades estatales. Expresa el jurista: “El tema de los desaparecidos requiere muy altas capacidades gubernamentales; necesita de recursos constantes y adecuados; de un entramado normativo eficiente, flexible e innovador; de personal altamente capacitado en una diversidad de tareas forenses y no forenses; de una constante voluntad de reconocer y comunicar lo que se obtenga y de sancionar a quienes lo merezcan; de continuada seriedad para estar con las víctimas y sus familiares a fin de repararlas”.
Resulta aventurado el ofrecimiento de encabezar evaluaciones trimestrales, cuando lo que existe en las dependencias encargadas del tema de las desapariciones, es todo lo contrario a lo que propone el doctor Cossío Díaz.
El Presupuesto de Egresos de la Federación se rige por normas inviolables. Ni al mismo presidente se le permite usarlo a su antojo y, el actual dice ser honesto a toda prueba. No rectificar su actitud lo coloca en la marquesina de los presidentes embusteros.