Un panteón, dos leyendas

0
1357

por Fidencio Treviño Maldonado.

Volaron los pavos reales, rumbo a la Sierra Mojada…
mataron a Lucio Vázquez por una joven que amaba.
Corrido, canción (Chavela Vargas)

Los mitos, crónicas e historias se convierten en leyendas, y éstas trascienden en el pueblo, van de bocas a oídos, porque son tan grandes que nadie se atreve a escribirlas y quedan plasmadas en tragedias que todos cuentan y que “Pos dicen que así fue”. Inamovible, quieto, mudo y como todos los camposantos es el de Sierra Mojada, guardado éste por amorfos cerros, montañas que por siglos han sido fieles vigilantes de ese panteón, acompañado por la soledad y arrullado de vez en cuando por el susurro del viento que baja de los cañones de esos imponentes lomeríos, profundos relices y paredes intransitables de un lugar enclavado en el desierto coahuilense, colindante con el municipio más grande de este Estado norteño: Ocampo, un municipio que para darnos una idea de su tamaño, el Estado de Tlaxcala cabe más de 15 veces en esta vasta campiña.

Una Leyenda es la ficción o narración de Lucio Vázquez que sin acta de nacimiento, sólo referencias de oídas y crónicas, nace aproximadamente en 1879 en alguna comunidad de las cientos que hay en esa región entre Esmeralda y Sierra Mojada, Coahuila. Crece domando potros y más tarde es empleado como vigilante en caminos reales por donde se transporta la plata, en esa región abundaban pequeñas minas, también eran muchas las gavillas de bandoleros que merodeaban esos contornos, minas que  inclusive ahora siguen produciendo plata, explotadas ahora en forma tecnológica por un grupo monopólico.

Entrada al panteón de Sierra Mojada

Lucio Vázquez se enamora de una bella dama, hija de un hacendado, la joven le corresponde, pero a los padres no les gusta que un plebeyo corteje a su hija, por lo que contrata a unos asesinos del Estado de Guerrero, les llamaban los Pavos Reales, que segun cuentan, vestían como chinacos, llegan a la región y al poco tiempo con el maléfico plan se hacen amigos de Lucio.

Entre  el poblado de Esmeralda y Sierra Mojada se celebra un baile, y ahí se elabora un plan  para llevar a cabo el crimen por parte de esta gavilla en donde se le invita unos tragos y a traición de tres puñaladas es asesinado Lucio Vázquez a la edad de 24 años en 1903. Para quitarle la culpa a los mentados Pavos Reales, los mismos dueños de las minas dicen que los asesinos fueron unos bandoleros que antes Lucio les había quitado el botín de las manos. Ahí queda la incógnita, sobre todo aquella de que ya en el suelo y ante los estertores de la muerte le arrojaron tierra en la boca, otros cuentan que la joven que pretendía Lucio Vázquez estuvo presente en los momentos en que este moría. Su tumba en el panteón de Sierra Mojada es sólo un montón de tierra tapada al estilo antiguo, con piedras y una vieja y roída cruz tallada de algún madero que no está clavada, sino tendida sobre el bordo de su tumba abandonada, sólo recordada y a veces ponderada por sus historias, leyendas y canciones. 

A unos pasos del sepulcro de Lucio en el camposanto de Sierra Mojada está sepultada otra leyenda, la tumba de Ambrose G. Brice, (1842-1913), periodista y escritor estadounidense que llega en plena revolución en busca de Pancho Villa para hacerle una entrevista, enviado por un periódico norteamericano. A. Brice  ya era reconocido como escritor y colaborador en varios periódicos de los Estados Unidos, y por tener en su haber varios libros.

Carlos Fuentes en 1985 lo inmortaliza en su novela Gringo Viejo, inclusive en 1989 se lleva al cine con el mismo nombre y como protagonistas a Gregory Peck, Jane Fonda y Jimmy Smits entre otros actores.

Existen varias versiones sobre su ejecución y en el epitafio de la tumba dice que: “Famoso escritor y periodista americano, que por sospecha de ser espía fue fusilado y sepultado en este lugar”. Otros cuentan que fue pasado por las armas porque montó el caballo de un teniente Coronel de apellido o nombre Mauricio (aunque en la novela de Carlos Fuentes se llama Tomás Arroyo), y para cobrar la afrenta de haber montado su penco, el coronel mató a su caballo (La consigna mexicana de que la mujer, la pistola, el sombrero y el caballo no se presta), y al parecer éste fue el motivo de que al norteamericano de 71 años lo mandó ejecutar con un pelotón de revolucionarios, se comentaba de algunos testigos del lugar entre los años de 1970-1980 que primero le hicieron cavar su fosa, algunos curiosos lugareños que fueron testigos de la ejecución dijeron tener entre 15 y 14 años de edad.

Así nacen y mueren las leyendas, las narraciones de los que no tienen memoria, sólo guardan recuerdos. Pueblos viejos llenos de crónicas, perdidos en nuestra vasta república, con costumbres de una cultura que permanece como sus valles, montañas y vegetación soportando vientos gélidos y soles abrasadores en un silencio sepulcral, violado ocasionalmente por el graznar de los pájaros que cruzan su inmenso espacio pintado de un azul añil, esperando a los que se atrevan a visitar esos lares.

kinotre@hotmail.com