por José Guadalupe Robledo Guerrero.
El apoyo de la UAC a la huelga obrera
En su libro editado por el Colegio de México “La huelga de Cinsa-Cifunsa, un Intento de Regeneración Obrera”, Manuel Camacho Solís hace énfasis en el apoyo que le dio la Universidad Autónoma de Coahuila (UAC) al movimiento huelguístico, debido a que fue un hecho inusitado en el país. Esto se lee en el libro:
“El movimiento de autonomía universitaria llevó a los puestos universitarios a un grupo de jóvenes y formó a varios dirigentes estudiantiles de nuevo cuño. Cuando empezó el movimiento obrero las autoridades universitarias y estos líderes percibieron de inmediato que el movimiento se extendería a la UAC, por lo que decidieron adelantarse al problema. Realizaron una junta urgente para discutir la posición que habría de adoptar la UAC… allí se decidió realizar una manifestación de respaldo y se acordó apoyar al movimiento obrero.”
“La posición dominante fue la de supeditar el movimiento estudiantil al movimiento obrero, procediendo de acuerdo con la Ley y utilizando los márgenes de acción política del sistema. Los estudiantes se movilizaron de casa en casa solicitando ayuda para 25,000 gentes que no tiene que comer’. El respaldo estudiantil consistió en ganar para la causa obrera el apoyo de amplios sectores de la clase media.”
“La posición política que sostuvo la UAC fue bastante hábil, respaldando efectivamente al movimiento obrero, no contra punteó a la universidad con el gobernador, pues con la posición adoptada le dio a éste último un mayor poder de negociación -o al menos un argumento a su favor- frente al Grupo Industrial Saltillo”.
Obviamente Camacho Solís escribió lo anterior basado en fuentes unilaterales: Melchor de los Santos, los córporos y sus guías clericales. Camacho Solís realizó la investigación para su libro cuando ya se había terminado el movimiento, precisamente durante la campaña de desprestigio en contra de Salvador Alcázar, el líder de la huelga obrera.
Pero las fuentes de información de Camacho Solís delataron el por qué de su participación. Los nuevos burócratas de la UAC (los córporos y oportunistas) sabían que no podrían evitar que los estudiantes se volcaran en favor de los obreros y optaron por mediatizarlos, controlando el apoyo institucional de la Universidad. Por eso Camacho nada dijo sobre el proceso de politización de los universitarios con los obreros que duró más de cuatro años, y se incubó en discretos círculos de discusión y estudio en la Preparatoria Nocturna.
Por eso sólo vio en el apoyo universitario: “el interés de las autoridades universitarias por controlar los problemas internos de la UAC”. Melchor y su séquito sabían que si se oponían a apoyar a los huelguistas, los estudiantes respaldarían el movimiento obrero, enderezando una lucha contra su rectorado, reclamando su incongruencia hacia las ideas que lo habían llevado a la Rectoría, plasmadas en la Declaración de Principios.
Camacho Solís tampoco vivió los 49 días de huelga, por eso poco menciona en su libro sobre la unidad y combatividad que los obreros mostraron en su lucha, nada dijo sobre la conciencia de clase y la inteligencia política con que se condujo el movimiento, y menos dice algo sobre la solidaridad que tuvo la huelga por parte de los más humildes ciudadanos, que fueron los que principalmente sostuvieron la huelga. Camacho Solís se engolosinó con el apoyo clasemediero.
También es cierto que Camacho Solís intentó entrevistarse con Salvador Alcázar para recoger sus puntos de vista, pero en ese momento Alcázar estaba siendo el tiro al blanco de los esquiroles. Además los despidos estaban a la orden del día. De eso nada dijo Camacho.
Durante esos aciagos días, en cierta ocasión, estando Alcázar en su oficina sindical, se le comunicó que un académico deseaba platicar con él sobre la huelga. Alcázar agobiado por la problemática, se negó a recibirlo.
Para que los obreros consiguieran la solidaridad de la UAC, el Consejo Universitario Paritario no era problema, pues todavía las principales corrientes estudiantiles de la Autonomía, tenían influencia en el “Máximo Órgano de Gobierno universitario”. Pero había un asunto que se debía resolver antes de solicitar al Consejo el apoyo al movimiento huelguístico ¿Cómo se daría el respaldo universitario? Melchor encontró una solución para controlar a los sectores estudiantiles ligados a los obreros ideológicamente: convocaría al Consejo, para que acordara su apoyo a la huelga y se nombraría una Comisión, que además de representar a la Universidad ante los huelguistas, también fuera el conducto para canalizar el respaldo político y material de la Universidad.
Y para que los López del Bosque (propietarios de las empresas en huelga) no radicalizaran sus críticas en contra de la naciente UAC, arguyendo que la universidad era un nido de comunistas y desestabilizadores de la paz aldeana, como ya lo habían señalado sus voceros durante el movimiento de Autonomía, Melchor decidió que en la Comisión de solidaridad universitaria, se nombraran a dos dirigentes estudiantiles córporos: Pablo Reyes Dávalos (+) y Óscar Pimentel González. Ninguno de estos dos atentarían en contra de los sagrados intereses empresariales. Finalmente eran “institucionales”, y para entonces ya mostraban su querencia hacia el poder político priista. La dichosa comisión fue de membrete y sirvió para controlar la solidaridad masiva de los universitarios. Pero cumplió con las espectativas de darle cobertura política al movimiento.
Pese a la ayuda que los comisionados universitarios le prestaron a los patrones, años después, cuando Óscar Pimentel retornó a Coahuila como candidato a diputado federal del neoliberalismo salinista, los López del Bosque y sus voceros lo acusaron de “comunista” por haber integrado la Comisión solidaria de la UAC con los huelguistas de Cinsa-Cifunsa. Esta misma acusación se le haría a Pimentel cuando fue candidato a la Alcaldía de Saltillo.
Por aquel tiempo un amigo (¿Felipe Carrera?) me invitó unas copas en el Casino de Saltillo. Allí nos encontramos con Javier López del Bosque, quien en un alarde de diplomacia, se sentó a convivir con nosotros, invocando la sobada frase de “mi amigo periodista”.
Aproveché la ocasión y le conté a Javier López la historia de la Comisión de solidaridad universitaria, y le sinteticé el caso con una reflexión que le provocó la risa: “Si Óscar es comunista, entonces yo soy el Papa”, pero continuó obstaculizando a Pimentel aún cuando ya se había sometido a sus deseos en su nueva faceta de político priista-salinista, lo cual no le fue difícil, pues conocía bien las formas que utilizan los lacayos para infiltrarse en las recámaras del poder, así se incrustó en las querencias del policía político acusado de asesino: Fernando Gutiérrez Barrios, en esa ocasión el opusdeísta Pimentel se disfrazó de masón para caerle bien a su jefe de Gobernación.
Luego Rogelio Montemayor nombraría a Óscar Pimentel como Secretario de Educación Pública, posteriormente quiso ser candidato al gobierno de Coahuila, pero Montemayor le dio su apoyo a Jesús María Ramón, obligando a Pimentel a sumarse a las aspiraciones de Enrique Martínez, quien lo haría Alcalde de Saltillo, donde fue reiteradamente acusado de corrupción, aunque a decir verdad esta acusación ha sido una constante en todos los cargos ocupados por Óscar Pimentel.
Posteriormente, en pago a su apoyo, Hum- berto Moreira lo nombró Secretario de Gobierno, pero sus traiciones lo enfrentaron con los Moreira y lo sustituyeron en el primer año del sexenio humbertista, saliendo por la puerta trasera, sin explicaciones, sin despedidas y en el centro de todas las críticas. Quiso ser el poder tras el trono y se enfrentó con Rubén Moreira y emigró a la Ciudad de México, pero ya volvió como titular del Instituto Municipal de Planeación con el alcalde Manolo Jiménez Salinas.
Pero dejemos los pormenores mundanos de la política y recordemos una experiencia que nos ayudó en el conocimiento de aquellos días de la heroica huelga obrera. En cierta ocasión, con el objeto de difundir el movimiento huelguista entre los universitarios de Torreón, me trasladé a La Laguna para que informarles a los compañeros estudiantes la situación obrera y pedirles su apoyo.
Recuerdo que en una de las reuniones que se llevó a cabo en Ciencias Políticas como un ejemplo de la solidaridad popular, me referí al apoyo de las damas de la “vida alegre”, experiencia que platiqué en un capítulo anterior.
Luego que terminó la reunión, me quedé con un pequeño grupo de estudiantes que comenzaron a preguntar sobre algunos pormenores de lo que había informado, y una compañera me reprochó: -No me explico por qué le diste tanto énfasis al apoyo de unas prostitutas, que viven del vicio y son parte de la enajenación que el sistema ha diseñado para controlar a los obreros.
Se hizo la discusión, y alguien preguntó: ¿Por qué se prostituyen las mujeres? La pregunta acarreó varias respuestas. Unos decían que por necesidad, otros que por falta de educación, algunos más que por gusto, y el resto que por ganar dinero fácil.
Para resolver la diferencia de criterios, el pragmático del grupo propuso la solución: “Vamos a investigar la verdad, en la única parte que se encuentra la respuesta: la zona de tolerancia”. Movidos por la curiosidad y por el afán de diver- tirnos en una investigación “científica”, decidimos trasladarnos al “pecaminoso” lugar, anticipando que el rico del grupo pagaría los gastos.
Era entre semana por eso no había muchos “consumidores” en la zona de tolerancia, de allí que nuestra “investigación científica” pudo llevarse a cabo. Escogimos una mesa e invitamos a cuatro “damitas de la noche”, con ellas el grupo se hizo de doce personas. Ante la escasez de clientes aceptaron ganarse un poco de dinero con las “fichas” de las copas que consumían.
Al poco rato apareció la camaradería. ¿Y ustedes por qué están aquí?, les preguntó una compañera, -Por qué crees, fue la respuesta de una de ellas. ¿Por gusto?, preguntó la universitaria. Las “boquitas pintadas” soltaron la carcajada, y entre todas completaron esta idea: -Si todos los que vinieran aquí fueran como los galanes que ustedes traen (esta referencia nos hizo sentirnos James Dean), lo haríamos por gusto, pues son limpios, educados y caballerosos, pero aquí viene de todo, algunos nos insultan, nos roban, y a veces hasta nos golpean. ¿crees que eso nos gusta?
Así empezó la plática, en donde cada una de nuestras invitadas dijeron sus razones que las llevó a prostituirse. El denominador común fue que se enamoraron y salieron embarazadas. Como resultado, los padres las habían corrido o habían huido de su casa para no enfrentar la “deshonra familiar”. Sin oficio ni estudios, se enrolaron como trabajadoras domésticas para subsistir. Tuvieron que soportar los requerimientos sexuales de todos los varones de la familia a la que servían, y a veces contra su voluntad tuvieron que callar las violaciones nocturnas para conservar el empleo.
Todas se encontraron con “alguien” que las inició en la prostitución con el convincente argumento de que: “si lo tienes que hacer, házlo por dinero”. Así entraron al oficio que todos critican, pero que es el más antiguo: la prostitución.
Cuando estábamos en estas confidencias, se acercó a nuestra mesa un “teporocho” que nos dijo: -No sean “chivas” regálenme una copita. Con aires demócratas, le hice espacio y lo invité a sentarse. Estábamos en la cúspide del populismo.
Julián se llamaba el nuevo invitado, a quien el temblor de sus manos lo abandonó después de tomarse el segundo trago con avidez de náufrago. Tenía 23 años, pero “que fregado te vez compa”, le reprochó uno del grupo, pues aparentaba más.
Julián estuvo atento a nuestra plática, que matizábamos con comentarios filosóficos mientras bebíamos. Al poco rato de oír nuestros razona- mientos, Julián -con varias copas en el estómago- dijo lo que profundamente sentía: a la mierda la filosofía.
Cuando oímos esto, una compañera indignada le respondió: -Tú no sabes lo que dices, mejor cállate, no digas tonterías. Otro compañero llegó más lejos, utilizando el poder, lo corrió: -Vete de la mesa, llévate la copa. No jodas.
Julián se levantó y enfrentó la situación: “Yo sé quien fue Kant y Hegel, porque también fui a la universidad”. Ya entrados en materia nos platicó que era queretano, había estudiado hasta el tercer año de Filosofía. Se había enamorado perdidamen- te, y de igual manera había sufrido un engaño. Julián era un ser sensible, pero no se prostituyó. Esa “moda” juvenil todavía no aparecía en Torreón. Sin ganas de vivir, se desentendió de sus estudios y comenzó a tomarse la vida. Abandonó a su familia, y como él lo dijo: “me fui a recorrer mundo y a ahogar mi pena en el alcohol “.
Alguien de nosotros le preguntó: ¿Conociste a Marx? -No, respondió, Marx no tenía cabida en la escuela y a Cristo lo distorsionaron las hipocresías de mi familia. El tema concluyó con una temeraria aseveración de uno de nosotros: “si hubieras conocido a Marx, no anduvieras en esto”
Sumamente entusiasmados por aquella cátedra de sociología recibida de las prostitutas y del alcoholico, tomamos la decisión de trasladarnos a Saltillo, “a vivir la lucha de los obreros”. Julián se vino con nosotros. Desde ese momento y hasta el término de la huelga no volvió a tomar alcohol y se convirtió en uno más de los desinteresados activistas a favor del movimiento.
Discreto y siempre dispuesto a servir en las más modestas tareas y comisiones se confundió entre los anónimos de la huelga. Al finalizar el paro, Julián volvió con su familia a Querétaro. Luego supe que se había reconciliado con sus padres y con él mismo. Terminó sus estudios de Filosofía, se hizo profesor y se enroló en el activismo sindical.
Lo volví a encontrar cuando andábamos organizando sindicatos universitarios, abandonó la borrachera para siempre, se encontró una novia y se casó. A Julián y a muchos otros de mi genera- ción, estas vivencias les cambiaron la forma de ver las cosas, tal vez por eso sigo insistiendo en la trascendencia que tuvo el movimiento obrero saltillense para los jóvenes que participaron al lado de los asalariados que producen la riqueza.
Continuará.