Simulación priista

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Samuel Cepeda Tovar.

José Narro Robles solo reafirmó lo que todo mundo sabe sobre el priísmo y sus procesos internos. Desde aquella ocasión en que Carlos Madrazo intentara democratizar realmente los intestinos del partido en los años sesenta, y que el presidente Díaz Ordaz lo rechazara tajantemente, y quedara así en evidencia la verdadera esencia priísta de imposición de candidatos y de simulación democrática, hasta la renuncia actual del ex rector de la UNAM con 46 años de trayectoria en ese inveterado partido: la democracia interna es solo un atuendo formal sin fondo en la vida institucional de ese partido.

Pero no hace falta acudir a sucesos de talla nacional, aún recuerdo cuando en esta ciudad de Allende, Coahuila, el priísmo perdió por primera vez las elecciones municipales frente a un candidato panista improvisado cuya victoria lo sorprendió a él mismo, hasta la pasada elección de 2018, en la que los regidores que de pronto quedaron electos sin tener un solo antecedente de entrega al partido ocuparon la plaza en detrimento de muchos militantes que han sudado bajo el inclemente sol y trabajado arduamente y que al final no les han dado más que el azote del dedazo y la simulación democrática teniendo que resistir en una patética manifestación de lealtad partidista.

Todas estas historias que se reproducen en cada rincón del país en donde existe este ente político, coadyuvaron para la vapuleada electoral que sufrió el priísmo en 2018; y es que estaban tan deteriorados en su imagen que carecían de un solo cuadro o individuo que pudiera darles la oportunidad de mantener el poder a grado tal, que en un acto de descaro absoluto, tuvieron que modificar sus estatutos para importar un candidato en la figura de José Antonio Meade en un intento desesperado de mantener el poder y los privilegios que este trae consigo. Cualquier persona con coeficiente intelectual básico, comprendería que el priísmo haría lo posible por corregir los errores y falencias que lo han caracterizado a lo largo de su historia y que culminaron con la peor derrota de su historia en 2018, además el discurso actual de su lidereza nacional, Claudia Ruiz Massieu, va en el sentido de la renovación, es decir, parecería que aprendieron la lección, pero cuando se presentan sucesos como el de José Narro, de pronto la idea del cambio y renovación solo se vuelve discursivo y la realidad o esencia de ese partido como agencia de colocación electoral asoma y deja ver que los mismos intereses oscuros siguen definiendo el rumbo de ese instituto político que es causante de los males que generacionalmente han afectado a este país.

Supongo que el fenómeno se reproduce en otros partidos, pero sin duda alguna es este partido el que da más evidencias de su aberración a la democracia interna y su adicción a la simulación de procesos justos y equitativos en detrimento de su misma militancia que parecen no entender la realidad o que tal vez intentan mostrar su lealtad ante las más evidentes ignominias antidemocráticas con tal de recibir algún puesto, prebenda o canonjía a largo plazo como premio a la sumisión y al silencio cómplice de prácticas que hoy por hoy tienen hundido a ese partido como opción electoral en la mayoría de las entidades del país. Definitivamente, la democracia interna del PRI es el claro ejemplo de la cultura de la legalidad en México, lamentablemente durante más de 70 años la cultura política del mexicano fue moldeada por ese instituto que parece no entender su realidad y seguir por la senda inexorable hacia el abismo.