Adolfo Olmedo Muñoz.
“¡Animas!, que salga el sol pa’ saber cómo amanece.”
Dicho popular.
Confieso que cada día que pasa se me hace más difícil comprender en qué mundo vivimos. En los orígenes del debate filosófico, los grandes maestros homologaron tres valores fundamentales para el pensamiento occidental: Verdad, bondad y belleza, como sinónimos, como piedra angular en la estructura axiológica que constituyese la guía del deber ser en la conducta del ser humano, a fin de lograr la paz, la armonía, la superación física y espiritual, en el conglomerado social.
La política no era, no es, más que un instrumento, una herramienta para la construcción de esa compleja maquinaria que se forma con todos y cada uno de los miembros. Tan valiosa, o más, es la economía cuya visión maniquea puede llevar de manera simplista a un estéril debate entre “si se es Dios o se es el Diablo”.
¿Quién puede decirse que es poseedor de una “verdad absoluta”? Y dentro de una relatividad humanística, ¿a quién le asiste una razón más cercana a la verdad? Además de preguntarnos: ¿A qué “verdad” queremos llegar, cuando llevamos a nuestra caprichosa voluntad al terreno de un deber ser personalista?
Siempre creí que aquella frase de que “en este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es, según el color del cristal con que se mira”, era una simple metáfora literaria que encajaba más en un contexto de alguna de esas revistas de “socialitos” plenas de sofisticación y maquillado glamur. Pero no, no hay nada más contundente que “nada es verdad ni mentira” y que se depende del enfoque, la perspectiva, el ángulo desde el que lo ve quien juzga, pero, sobre todo, anteponiendo su criterio ¡al color del cristal a través del cual se “mira”!
Hoy resulta más difícil, pues creo fielmente que no hay quien se atreviera a delinear las fronteras de las izquierdas, derechas, democracias, absolutismos, tecnocracia o populismo. Desde luego que existe una verdad histórica, pero hasta esa es relativa en atención a ese “cristal” con que queremos juzgar los hechos ya acaecidos.
Y ante ese vacío, han sido los medios de comunicación -y no me refiero a los “tradicionales”: radio, televisión o prensa escrita sino a las dichosas “redes” las que han creado una realidad fantasmagórica, prestándole tribuna a la ocurrencia, a la propaganda, a la publicidad, al chisme mórbido y la infamia oportunista.
No se puede juzgar como informe a un resumen de “ocurrencias”, “visiones”, “elucubraciones”, “presunciones”, “vendettas” o en el menor de los casos: “anhelos”, “sueños”, aspiraciones.
En general, el lenguaje de la “cuarta transformación” ha sido abstruso, difícil, inasequible, inteligible, inaccesible, oscuro, oculto, profundo, confuso, abstracto. Bastante desaseado.
Hasta hoy, creo que nadie le debe quitar al actual presidente una supuesta “buena intención”, pero de “buenas intenciones” dicen que está empedrado el camino del infierno. AMLO, preso en una Divina Comedia está llevando de la mano del poeta Virgilio, a una política inquisitoria para llevar al infierno a unos y al cielo a sus correligionarios.
Su juicio no es objetivo. La visión del ejercicio de la función pública está opaca, plena de prejuicios, y lo más triste, engañosa. La época de la propaganda electorera ya quedó atrás: Todos estamos de acuerdo en que nuestro país está sumido en profundos vicios, pero no hay que matar al enfermo con el pretexto de “curarlo”.
Dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios, yo creo que no hay nada más blasfemo que esa metáfora; dicen que no hay oposición, cuando en realidad lo que es, es que no hay posición; dicen que hay siempre un roto para un descosido; otros dicen que a las palabras se las lleva el viento; dicen muchas cosas desde muy variados rincones, pero muy pocos se preocupan en la actualidad de rasurar los cardos del camino que debe seguir nuestro país.
Se enarbola la lucha contra la impunidad y la corrupción cebándose en funcionarios de regímenes pasados mientras se cobija, con una mayor impunidad, a una delincuencia que, desde la guerrilla encubierta en el disfraz de “narco pandillas”, se burla del sistema, porque el presidente cree que la ley se puede manejar al antojo, o de acuerdo con intereses populistas. El mandatario actual, aprueba o desaprueba, según su estado de ánimo o sus intereses, al mismo sujeto… de juicio.
Es una farsa crear una “Guardia Nacional” que tan solo sirva de parapeto y hasta muñecos de prácticas de operaciones paramilitares, a policías, militares y marinos. ¡Es una vergüenza! La seguridad pública, sin el brazo ejecutor de la ley. “Nulla poena sine lege”; No debe haber pena sin castigo, es la ley, de lo contrario, se conculca, si incuba la impunidad y por tanto, la corrupción.
Más pronto que tarde, el presidente López Obrador se dará cuenta de que los militares no quieren que los compren con la administración de un aeropuerto, ni concesiones, ni fraccionamientos exclusivos, como tampoco se deja de olfatear, el riesgo de caer en un sistema que se base en los militares para sostener una dictadura, populista o no, como lo ha hecho Nicolás Maduro, quien, sin sus aliados militares, ya no estaría al mando de la rica nación latinoamericana.
¿Será ese nuestro destino verdadero?
Dependerá en buena medida del reforzamiento de una sana y real democracia, que cuente con una oposición equilibradora, que en un diálogo científico, realista, constructor, pero sobre todo ético, pueda nivelar aniquilando lo que sean abusos del poder y coadyuvando con las propuestas progresistas.
Para lo cual, Andrés Manuel López Obrador deberá ¡ya! bajar de su nube y no sentirse “más papista que el Papa”. Ni es Juárez, ni es Lázaro Cárdenas, como tampoco es la madre Teresa. Es un simple y vulgar (relativo al vulgo) ciudadano.