Lagartijas

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Rufino Rodríguez Garza.

El tiempo no pasa en balde. Al llegar al ejido El Pelillal, al que tengo el gusto de conocer y de asistir por más de 30 años, irremediablemente uno se da cuenta de los cambios que ocurren en el lugar.

Conocí allí a la familia Alonso Mata y a otras familias de esa comunidad, cuando sus hijos eran aún unos niños, algunos ya en la escuela primaria; después apadriné a más de una señorita en sus quince años, luego fui invitado especial a la boda o bodas de aquellas niñas que maduran pronto y que se casan muy jóvenes. Igualmente, he tenido oportunidad de conocer a sus hijos y nietos.

Al igual que en las ciudades, he visto pleitos, crímenes, divorcios, amasiatos, arrejuntes, etc., nada nuevo bajo el sol.

En esta visita me encuentro al compadre Octaviano incapacitado, producto de una feroz embolia que lo tiene semiparalizado en una silla de ruedas.
Gente guerrera, de lucha, que se la parte a diario para lograr alimentar a estas humildes familias.

El nombre del Pelillal le es dado por una de tantas plantas que hay en este vasto sitio rico en cultura histórica y prehistórica. Podemos mencionar que el nombre es en referencia a una planta del desierto que se llama pelillo, una especie de zacate de unos cuantos tallos y que semejan pelos precisamente.

Igualmente el nombre de esta nota está relacionado a que en algún lugar de este ejido hay una pequeña cañada donde entre otros, existen grabados de lagartijas hay 5 o 6 de estos reptiles y que también se incluían en la dieta de los antiguos pobladores.

Cuando llegué por primera vez a estas tierras, fueron de las personas que se prestaron amablemente a indicarnos caminos y veredas para llegar a lo que nos apasiona: sitios con manifestaciones gráfico rupestres y El Pelillal no es sólo un sitio, no, es una Zona Arqueológica que merece estar en los catálogos del INAH, como una zona de interés, pues aquí se encuentran lugares de diverso interés y contenido, como lo son grabados, pinturas y geoglifos.

Aquí conocí también parte de la hermosa lítica (flechas, lanzas, raspadores, cuentas, etc.) que los cazadores-recolectores elaboraron para su sobrevivencia.

En El Pelillal, allá por los años ochenta y noventa del siglo pasado los comuneros se movían a pie, en burros y a caballo. Los tiempos cambian y con esa transformación llegan los vientos de modernidad.

Aparecieron primero las bicicletas, luego las motos y actualmente camionetas. Cual más cual menos cuenta con una troca que les permite moverse, ir a Ramos Arizpe o a Saltillo, llevar la candelilla hasta las pailas o acercar la lechuguilla para tallar y sacar la fibra, ya no a mano sino con máquinas eléctricas.

En El Pelillal hay más de 30 sitios con pinturas e infinidad de lugares con petroglifos. Estas manifestaciones nos refieren la forma en que se hacían vivir los cazadores-recolectores. Uno puede ver lo que cazaban pues las rocas tienen las referencias de la fauna cazada, se identifican a simple vista astas de venado cola blanca, de venado bura; huellas de berrendo pero también de borrego cimarrón.

En los alrededores de la zona se observan representaciones de este escurridizo y apreciado animal.

También se observan las huellas grabadas de lo que podemos presumir que son de venado, bisonte y oso. En El Pelillal los grupos pasaban temporadas siempre y cuando los recursos así lo permitieran. En estos terrenos hay palmas que en primavera proporcionaba la flor que es comestible, pero también proporcionaba los nutritivos dátiles. Otra planta que les fue de mucha utilidad fue el mezquite, del cual la vaina es rica en proteínas y les servía para preparar una harina que junto con las pencas de nopal les proporcionaba un platillo rico en nutrientes y que les duraba para estaciones de escasez.

Del nopal se comía la tuna recién cortada, pero también se deshidrataba y servía de alimento en épocas invernales. Otro fruto comestible es la pitahaya en sus dos variedades, la sanjuanera a mediados de junio y la agosteña que madura en agosto de cada año.

En la cacería también les fueron presa útil los roedores, conejos, liebres, ratas, coyotes y zorros, además cuanto animal que les proporcionara el sustento diario.

En esta área periódicamente llegaba uno o varios grupos que dejaron sus mensajes en sus rocas, pero también lo defendían de otras parcialidades, marcándolo con un extraño símbolo, al que coloquialmente llamamos “hongo” que no es más que una marca territorial. El área de la que hablamos es de unos 400 kilómetros cuadrados.

En llanos, cañadas, crestas, aleros, lomas y realices se aprecian vestigios de aquellas tribus que deambulaban buscando el diario sustento.
Los mensajes son múltiples y variados donde algunos son obvios y otros tendrán que esperar para ser descifrados.

Todo en El Pelillal indica una presencia de los hombres del pasado, que cazaban, peleaban, se casaban para reproducirse y se divertían con sus juegos, fiestas y mitotes.

Los cientos de chimeneas nos dan idea de la densidad de la población. Después de tantos años de exploración aún encontramos nuevos grabados y pinturas que nos invitan a repetir las visitas a tan interesante zona arqueológica.

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