José C. Serrano Cuevas.
Olga María del Carmen Sánchez Cordero Dávila, la “aristócrata” secretaria de Gobernación, se asumió el pasado viernes 6 de marzo como vocera de todas las mujeres de México.
En una ceremonia anticipada para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, la notaria y ex ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), expresó, con enjundiosa retórica: “Nos enfrentamos a una realidad en la que las mujeres somos en mucha ocasiones, presionadas para renunciar a nuestros derechos básicos, como la inserción en la vida económica, política, social y cultural del país”. Categoría en la que no cabe la ocupante del Palacio de Covián.
En un acto estrictamente coyuntural, la septuagenaria confesó estar sumamente emocionada por encontrarse en el patio central del Palacio Nacional ante el señor Presidente de la República. Mayor abyección, imposible. De refilón, compartió con la concurrencia retazos biográficos de féminas de su familia que, ni en sueños aspiraron al derecho a la educación, al derecho al trabajo, al derecho a la maternidad libre.
Ataviada con un atuendo ad hoc para la ocasión, la oradora complementó esa imagen con las canas que desde hace algunos lustros debieron estar allí, y no ocultas por tintes rubios o pelucas platinadas que no favorecían su apariencia en el olimpo de los togados. La frívola vanidad es omnipresente.
La mandamás de Bucareli sigue en su perorata: “Me siento muy honrada en acompañar a nuestro Presidente en la cuarta transformación de la República, porque ha cumplido su palabra, y por primera vez en la historia de nuestro país, tenemos un gabinete en donde el 50 por ciento de las secretarías son ocupadas por mujeres”. La abuela omitió mencionar que para el logro de los magros resultados también cuenta la participación de los subsecretarios hombres, quienes, en no pocos casos, acuerdan directamente con el jefe del Poder Ejecutivo.
La secretaria de Gobernación concluyó su discurso con un innecesario: Muchas gracias.
Al poner sobre los platillos de una balanza la actuación de Sánchez Cordero como titular de la dependencia responsable de la política interior del país, se colige que su desempeño es deficitario. Algunas notas, tomadas al azar, de textos especializados en la materia destacan lo siguiente:
“El término gobernabilidad se define como el proceso por el cual diversos grupos integrantes de una sociedad ejercen el poder y la autoridad, de modo que al hacerlo, llevan a cabo políticas y toman decisiones relativas tanto a la vida pública como al desarrollo económico y social”.
Con base en lo anterior, cabe destacar que no es un Estado lo que permite, por sí mismo, gobernar a una sociedad, ni tampoco la sociedad misma es gobernable o ingobernable; ésta se trata de una relación compleja entre Estado y sociedad; un compromiso bilateral para mantener un equilibrio en la vida de un país.
La violencia que se enseñorea en este atribulado México, en gran parte, tiene su génesis en la deficiente conducción de la política interior. Y allí es donde se requiere una dedicación de tiempo completo de la señora Sánchez Cordero, quien, por cierto, prestará oídos sordos al eslogan ¡Un día sin nosotras! La acompañarán, por necesidad, mujeres que se ganan el sustento para sus familias, limpiando casas, vendiendo comida en puestos ambulantes, repartiendo periódicos y revistas, lustrando calzado, o conduciendo un tren del Metro.