Mis sexenios (25)

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José Guadalupe Robledo Guerrero.

La recta final del gobierno delasfuentista 

José de las Fuentes Rodríguez

En la última etapa de su gobierno, José de las Fuentes ya no tuvo mayores preocupaciones. Era claro que su sucesor sería Eliseo Mendoza Berrueto. Por ello, “El Diablo” y los suyos convirtieron los últimos dos años del sexenio en el tradicional “Año de Hidalgo”, por aquello de que “chingue a su madre el que deje algo”. 

Por aquellos días, finales de 1985 o principios de 1986, fui testigo de una fuerte desavenencia entre Flores Tapia y Luis Horacio Salinas que llegó hasta los juzgados penales.

Cierto día, Luis Horacio Salinas nos pidió a Adolfo Olmedo, al abogado Jesús Elizondo y a mí  que evaluáramos la maquinaria que se encontraba en el edificio del extinto periódico “El Coahuilense”, diario que había financiado el gobierno de Flores Tapia y que poco le sirvió para defenderlo cuando fue acusado de enriquecimiento inexplicable.

Luis Horacio dijo que esa propiedad se la ofrecían en venta. Después supimos que el vendedor era un tal doctor González Carielo, el mismo que había servido de “coyote” para despojar de su local sindical a los obreros de Cinsa-Cifunsa  luego de su histórica huelga. El dueño del edificio era el padre del tesorero florestapista Miguel Ángel Morales y compadre de OFT, y el negocio se había pactado en 13 millones de pesos.

Para nuestra sorpresa, de la dichosa maquinaria sólo quedaba el cascarón de lo que alguna vez había sido una rotativa y una cámara fotográfica. No tenía motores ni lentes ni bandas. Lo único que servía eran unos viejos linotipos.

Al revisar un par de archiveros, encontramos documentos que los saqueadores consideraron sin valor, como oficios del gobierno del Estado firmados por Óscar Flores Tapia, que como gobernador le ordenaba a las instancias federales (FFCC, IMSS, ISSSTE, etc.) comprarle publicidad a “El Coahuilense”

Mientras revisábamos, llegó hasta el edificio el abogado González Puente con un camión de carga para llevarse uno de los linotipos por órdenes de Flores Tapia, pero Elizondo se negó a entregarlo, porque no tenía permiso de hacerlo. Esta negativa tendría consecuencias.

Al día siguiente que vi a Flores Tapia supe que le había pedido a su compadre Morales “que demandara al ladrón de Luis Horacio Salinas”, porque no le había entregado el linotipo que su compadre Morales le había regalado.

Cuando Flores Tapia se encabronaba con alguien, decía lo que verdaderamente pensaba del sujeto que lo había enfurecido.

Oscar Flores Tapia

En esa ocasión me dijo, que Luis Horacio había buscado sucederlo en el gobierno del estado, a través de Augusto Gómez Villanueva, pero él se había opuesto porque “nunca se pudo quitarse el mote de la ‘Rata del Desierto’. Por eso preferí a José de las Fuentes Rodríguez”, y concluyó: “Luis Horacio no es una persona confiable, no tiene moral, códigos ni principios”.

Decidí mantenerme al margen del pleito. No deseaba involucrarme, pues como bien decía Olmedo para señalar su desapego por los negocios: “Yo no compro ni vendo”.

Pasaron los días, y en una ocasión Luis Horacio nos invitó a Olmedo y a mí a desayunar en su casa y nos encontramos con otros invitados: el licenciado Jesús Elizondo, el notario Alfonso García Salinas y el anfitrión. Luis Horacio fue directo al tema, le preocupaba la demanda penal que Morales había interpuesto en contra de su hijo Carlos Salinas, actual Director de “El Diario de Coahuila”. Flores Tapia no había querido platicar con Luis Horacio, por eso recurría a nosotros.

Luis Horacio pidió que lo ayudara a resolver el problema. “A usted lo aprecia Flores Tapia. Le pido que hable con él, y acepté lo que le pida, tiene mi autorización”. Me comprometí a darle una respuesta al día siguiente.

Ese mismo día platiqué con Flores Tapia y le comenté lo que Luis Horacio me había pedido. OFT escuchó con interés “¿Qué más te dijo?”. -Que aceptara en su nombre lo que usted propusiera, le contesté. “¿Qué piensas tú?”, preguntó. Le dije que ese pleito tendría repercusiones políticas, porque a Luis Horacio Salinas lo ubicaban como florestapista, y eso le daría tema a sus adversarios para revivir el pasado.

Flores Tapia decidió poner fin al coflicto, y propuso: “Se me ocurre que Luis Horacio como castigo renuncie a que le regresen el dinero que invirtió en esa operación, ¿Cómo ves?”, me dijo. -No sé, eso sólo lo puede decidir Luis Horacio”, le respondí evasivamente. “Pues ahora te pido que le preguntes”. -Lo intentaré, le respondí.

Me desaparecí un par de días, pero Luis Horacio volvió a insistirme, estaba preocupado.  Le comenté a Luis Horacio el “castigo” monetario que proponía Flores Tapia. “Dígale que estoy de acuerdo”, me contestó de inmediato. Le comuniqué a Flores Tapia la respuesta de Luis Horacio, y le pedí que hablara con él. -Yo no quiero ser intermediario, le dije, por eso le diré a Luis Horacio que lo llame. Usted sabe si le contesta o no.

No tengo duda que hablaron y se pusieron de acuerdo. Nunca me interesó saber cuál había sido la negociación. Lo cierto es que Flores Tapia y Luis Horacio Salinas restablecieron su amistad, la demanda nunca salió a la luz pública, y no hubo escándalo ni encarcelados.

En la última etapa del sexenio delasfuentista, viví otra anécdota semejante que ilustró mi conocimiento sobre la clase política aldeana que tiene Coahuila. Un día Flores Tapia me invitó a desayunar a su casa, se notaba enojado y fuí para saber lo qué sucedía. Me estaba esperando en su biblioteca, al saludarnos me puso sobre su escritorio el Vanguardia de ese día. “¿Ya viste que el maricón de Javier Villarreal está escribiendo en ese periódico que tanto nos atacó. A este cabrón le dí todo: casa, cargos, premios, prestigio, dinero y le toleré sus deslealtades, pero estas son chingaderas”.

Y recordó que Javier era Director de El Coahuilense “cuando Armando Castilla me atacaba a cambio del dinero que le daba López Portillo. Y al ver que el periódico que había financiado mi gobierno no me defendía, lo llamé para que me explicara su cobardía. Como respuesta, el nalgas polveadas ese me presentó su renuncia, con el pretexto de que él no era bueno para los pleitos políticos”. Lo cierto es que Javier Villarreal y muchos más sabían que Flores Tapia era vulnerable a los halagos.

Javier Villarreal Lozano

Por aquel entonces, yo tenía una relación de camadería con Javier Villarreal Lozano, por eso días después, Javier me buscó para preguntarme qué había dicho Flores Tapia sobre su aparición como editorialista de Vanguardia. -Está furioso, tú lo conocen bien y ya te imaginarás lo que dijo de tí. 

Javier quería mi intervención “para tomarme un café con Flores Tapia”. Después de haber oído a Flores Tapia, esa encomienda me parecía suicida. Pero insistió: “Sólo quiero explicarle mis motivos, hazme ese favor”.

Cuando me relacioné con Flores Tapia, año y medio después de su renuncia al gobierno de Coahuila, él estaba enclaustrado en su casa. Pero con el tiempo, lo convencí de ir a desayunar en el restaurante del Motel Estrella. Un día, me pidió que lo acompañara a la Soriana de Coss a comprar no sé qué. Cuando entramos a la tienda los clientes y empleados comenzaron a aplaudirle, recorrió todos los departamentos mientras recibía los aplausos de la gente.

Cuando por fin salimos de la tienda, me dio un manotazo en el hombro y me dijo con  satisfacción: “Viste, cómo me quiere la gente”, y  para que no se volviera a subir al ladrillo le hice una pregunta mayéutica: -En dónde estaban estos aplaudidores cuando a usted lo querían encarcelar. Subió al vehículo sin contestar, y nunca más me volvió a presumir su popularidad.

Volvamos a Javier Villarreal. Esperé el momento propicio para comentarle al ex gobernador la petición de Javier. Obviamente se negó: “No quiero verlo, porque le diría todo lo que es”. Le propuse: Si algo tiene que decirle, dígaselo en persona. Usted es el líder, actúe como tal. 

Al día siguiente pasé por Flores Tapia y nos encaminamos hacia el restaurante del Motel Estrella donde había citado a Javier Villarreal, a quien le advertí sobre la postura de Flores Tapia. Javier ya nos esperaba en una mesa, y antes de cualquier otra cosa, Villarreal Lozano se levantó a saludar a OFT con una sonrisa servil, y de sopetón le habló sobre algún libro que el exgobernador había escrito. Sin parar prosiguió el vómito de halagos mientras Flores Tapia se inflaba. Al final Flores Tapia se involuró en la plática que su cortesano había iniciado. 

No recuerdo cuánto tiempo charlaron, pero los reclamos nunca salieron a relucir, al contrario, la zalamería había conseguido limar las asperezas. Allí recordé, lo que alguna vez me dijo Flores Tapia cuando le pregunté: ¿Qué tiene la silla gubernamental que todo el que se sienta en ella se vuelve loco?, su respuesta fue de antología: “Cuando uno es gobernador ¿sabes cuántos te dicen al día que eres el mejor gobernador del mundo?… y terminas por creerles”…

(Continuará).

Más del final del sexenio delasfuentista…