Samuel Cepeda Tovar.
Primero debo aclarar un conflicto de interés: pertenezco al INE como consejero distrital; además de ser conocedor de derecho electoral.
Era la noche del 2 de julio de 2006; sentado en mi casa en Torreón; esperaba con ansias la aparición del consejero presidente del entonces IFE; Luis Carlos Ugalde; para que anunciara las tendencias y al casi seguro ganador de la contienda electoral que pasó a la historia como la más reñida desde que hay elecciones en México. Ahí comenzó todo.
Efectivamente apareció Luis Carlos Ugalde, pero no dijo lo que tenía que decir; sólo dijo que no había un claro ganador, lo cual fue el inicio de la tragedia para la autoridad electoral; pues la confianza en el árbitro electoral caería de tal modo que, hasta la fecha, y a pesar de encontrarse entre las instituciones menos desprestigiadas de México; no ha podido levantarse de manera contundente.
Aquel resultado de 35.89% de Felipe Calderón contra el 35.31% de AMLO (que permitía la nulidad de las elecciones) más los tres millones de votos perdidos en las más de 11 mil actas inconsistentes que el entonces IFE olvidó mencionar tenía guardadas; estigmatizaron al instituto a grado tal que siempre es propicio recordarle al INE su pasado como si fuese condicionante de su presente.
Lo que dice AMLO es cierto: el INE cuesta mucho, pero el INE es una impresionante máquina electoral que pocos conocen; tan inmensa, tan equipada, tan vanguardista que por ello requiere recursos públicos. También lo de la falta de garantía de las elecciones limpias por parte del instituto recibe el adecuado espaldarazo histórico cuando uno recuerda lo sucedido en 2006.
Entonces hay razones para los dichos del presidente, pero ello no justifica el ataque a una institución que poco a poco ha ido mejorando sus procesos, que poco a poco recupera la confianza entre la población, y que antes de la elección de 2018; dentro de los postulados de la ENCCIVICA se señalaba como primordial la máxima que aseguraba que “De la confianza en los organismos electorales depende la confianza en los resultados de las elecciones y de éstos la legitimidad de los gobiernos democráticos”.
Es decir, el INE le ha apostado a la reconstrucción de la confianza de los ciudadanos en las elecciones. Si bien no ha aceptado jamás públicamente el terrible error de comunicación cuando no informó del archivo separado que contenía la información inconsistente de aproximadamente 11 mil actas; el INE realizó un acertado trabajo operativo en la elección de 2018, misma que le dio el triunfo al actual presidente que hoy arremete contra el INE.
Es cierto, es caro, y es el instituto con más presupuesto en México; y tiene muchas fallas: la débil fiscalización de los recursos de los partidos; la elección de los miembros del consejo general obedece a cuotas de partidos, por lo que al llegar al consejo lo hacen pintados de colores partidistas, los exorbitantes ingresos de sus consejeros, la falta de un auténtico programa de educación cívica nacional; pero también es fuerte en organización electoral, en la selección de los vocales en las juntas locales y distritales, lo cual vuelve muy profesional su estructura de recursos humanos; también es fuerte en transparencia.
Es decir, se trata de un instituto que ha venido mejorando sus procesos y que trabaja diariamente en mejorar su imagen y que lo último que necesita son ataques que polaricen y que se amenace su existencia.
El INE no va a desaparecer, pero los dichos del presidente pueden traducirse en una disminución del presupuesto que sí puede afectar su funcionamiento operativo y con ello la confianza en los ciudadanos.
El INE no son sus consejeros, el INE es una robusta estructura al servicio de los mexicanos y se le debe permitir trabajar con total autonomía que garantice su imparcialidad y aleje los fantasmas del pasado que por lo visto se han vuelto a invocar.