Aunque no lo acepten sus seguidores; AMLO, el virus de la pandemia más letal: la 4t

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Por Adolfo Olmedo Muñoz

México se desmorona en un vértigo alimentado por la ignorancia y la profunda pobreza intelectual y moral de un pobre hombre que, a la fecha, no se ha percatado de que es él, su peor enemigo. Lo cual, ante su evidente insuficiencia neuronal, le tiene sin cuidado. Por lo que el problema que debemos analizar y tratar de prever, y si es posible resolver, es el tratar de detener el desmembramiento de México como nación y tratar de frenar el enfermizo odio que tiene Andrés Manuel López Obrador en contra de los organismos autónomos. Su macabra intención de suplir al INE puede ser la puntilla o el último clavo del ataúd con que se estaría sepultando a este país.

AMLO por sus propios méritos se ha exhibido como lo que es, “la pifia” más ridícula y peligrosa en la historia política de nuestro país.

Pero es claro que no es este el caso más emblemático ni el único como para someterlo a la opinión pública, hay otros de una extraordinaria trascendencia que, lamentablemente, se han perdido en medio de las pandemias apocalípticas, de la salud por la contaminación del COVID-19, pero además el desmoronamiento de todo orden jurídico donde el presidente da “ejemplo” de impunidad al “pasarse por el arco del triunfo” a la Constitución cometiendo perjurio. Y tal vez la más inminente: la caída de la economía hasta niveles más que peligrosos, provocados por el empobrecimiento extremo que se vaticina, merced a los “errores” (horrores) contrareformistas enclocados en la paranoia lopezobradurista.

Ya no tiene caso criticar directamente a AMLO. Por sus propios méritos se ha exhibido como lo que es, “la pifia” más ridícula y peligrosa en la historia política de nuestro país, por lo menos -subrayo- por lo menos, desde el mandato de Lázaro Cárdenas.

Sin embargo, indirectamente tendremos que seguir sorteando y tratando de evitar mayores daños de los ya infringidos: A la salud, a la seguridad pública y a la economía.

Muy posiblemente los seguidores de este “lánguido” e insípido y ya muy desgastado personaje (AMLO) salgan en su defensa como en las muchísimas ocasiones en que trataron de sostener su “liderazgo” como “redentor” de los jodidos. Y no digo esto último como sinónimo de pobreza material, esta, es un mal muy añejo en nuestro país, que es multifactorial e históricamente soslayado por las implicaciones socioculturales       que contiene.

 Nos tenemos que referir a la mayor brevedad, a los jodidos como sinónimo de carentes de moral, de principios éticos y de un desprecio vil de todo concepto de autoridad, de orden, ¡de todo tipo de orden!; depredadores de las leyes naturales, de las normas urbanísticas cívicas, de las normas morales o religiosas, pero lo peor de todo, incivilizadas hordas de salvajes sin aprecio ni respeto de toda normatividad jurídica.

En algunos otros comentarios hemos tocado ya sobre el imperativo de toda nación civilizada de sostener un orden legal, jurídico, a partir de una norma fundamental; de un pacto por el cual se regulan las responsabilidades de, en este caso, los ciudadanos, para garantizar la convivencia y con ello procurar el bienestar de todos ellos.

Para ello, es necesario tener una idea clara del equilibrio de todos los elementos que constituyen ese orden legal. En nuestro caso y que en lo personal me ha llamado mucho la atención, es que en México podemos presumir, desde 1917, de que contamos con una constitución política ejemplar en el mundo. Por muchas razones que por el momento no vienen al caso.

Sin embargo, también es un hecho evidentemente vergonzoso, la falta de respeto, el consuetudinario incumplimiento de todo tipo de normas, con el agravante de una impunidad endémica, de la que todos se desmarcan y que todo mundo niega, pero que este mismo universo ejerce, minuto a minuto.

Impunidad que socioculturalmente no es otra cosa que la presunción de la que cada mexicano se jacta implícitamente en el término “valemadrismo”, con el que se presume (como elemento cultural) el desdén a la muerte por ejemplo, la destreza en la tracalería, o en la inmensa connotación que a partir del estudio psico social de Octavio Paz en 1950, con el Laberinto de la Soledad pasó a constituir la columna vertebral del mexicano que en todo tiempo y en toda circunstancia, conjuga el verbo chingar.

Haciendo además de este neologismo, un suigéneris código “axiológico” donde “chingar” puede significar vencer, someter, ganar, imponerse aun a costa de la ausencia de todo indicio de moralidad, por lo que la “impunidad”, por lo menos en nuestro país, lejos de ser un delito, se constituye, la más de las veces, como un signo de triunfo, de éxito, de prestigio (porque mientras más impune, más se puede ganar, y si se gana, se habrá chingado a los demás…).

Por tanto, en una lógica simple, el hampa en nuestro país es más “chingona” que nuestras autoridades, porque nadie me puede negar que el trasiego y rentabilidad de las actividades delincuenciales continúa campeando en el ámbito nacional y con influencia en el exterior.

Y la gota que para mi “ha derramado el vaso”, producto de una estúpida soberbia, la constituye el reconocimiento explícito del actual presidente de nuestro país, de que él y sólo él, ordenó (el día famoso del “culiacanazo”) la liberación del hijo (que contaba desde entonces con orden de aprehensión) del capo del CJNG Nemesio Oseguera, atropellando impunemente la autoridad de las representaciones más altas relacionadas con la Seguridad Nacional (puede leerse; el ejército) y la impartición de justicia.

El ataque perpetrado el pasado 26 de junio en contra del Director de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfuch constituye la tarjeta de presentación de una nueva etapa de la guerra, no del Estado contra el crimen organizado, sino del hampa contra las débiles instituciones, tan socavadas en los últimos dos años por caprichos de un megalómano paranoico.

Un presidente de la república que es la antítesis de todo lo que en teoría debe ser; Un presidente, que, en lo que lleva de su mandato, ha destruido hasta niveles de alarma, la fe y confianza de todos los mexicanos, paralelamente con el deterioro en picada de nuestra economía.

El desafío a la nación que se viene evidenciando cada vez con más alarde no es más que una pequeña muestra del poder que han acumulado las organizaciones criminales. El ataque al hijo de García Paniagua, Omar García Harfuch, fue deliberadamente improvisado, por más que se hallan mostrado armas de grueso calibre y aparatosos movimientos con unidades conseguidas al vapor.

Los verdaderos milicianos del crimen están agazapados, los sicarios se pueden conseguir hasta en las poblaciones más lejanas de cualquier parte del territorio nacional, e incluso del extranjero, ya vimos entre los detenidos del viernes 26 de junio a un colombiano. No será el único ni el último, puede usted jurarlo.

Quienes ordenaron el ataque, sabían de las características del vehículo en que viajaba García Harfuch, por ello el calibre de sus armas y el posible aderezo de las bombas molotov; pero ¿qué hubiera sido de un ataque al presidente populachero y demagogo que dice no querer escoltas, por no gastar (¡¡) ?: se lo hubiera cargado la … esa, la matrona de nuestra cultura.

Nuestras “pandemias” apenas empiezan. Mientras AMLO siga solapando la impunidad con el ridículo argumento de que un gobierno democrático (como él lo concibe) no debe hacer uso de la fuerza (según su obtuso criterio, porque es sinónimo de represión), y si continúa destruyendo las instituciones garantes de los derechos civiles, yo como casi todas las calificadoras en el mudo, no apostaría en favor del futuro inmediato de este país.

El México que queremos y que nos conviene es ese en el que estábamos mucho mejor y que dicen: estábamos peor.

Lamentablemente Andrés Manuel López Obrador ha demostrado no tener el más mínimo respeto por ninguna ley, y sin embargo, más pronto que tarde, será sometido por la única ley que no cuenta con impunidad: La ley natural “porque el que al cielo escupe, a la cara le cae”.

A nosotros, la sociedad civil nos toca ahora entender que todos los marcos referenciales han cambiado y que no podremos volver del todo a un pasado por más añorado que se tenga. En México, como en casi todo el resto del mundo, habremos de forjarnos nuevos paradigmas. Y es ahí donde ya no es posible seguirle permitiendo el uso de la batuta a un personaje tan artificioso, tan inepto y perverso.

De la pandemia del COVID-19 solo nos salvará una vacuna apropiada … para cuando la inventen… pero de todo lo demás, solo hay un camino: LA EDUCACIÓN, la formación integral de nuevos ciudadanos RESPETUOSOS DE LAS LEYES, y comprometidos con un halagüeño futuro de nuestro país.