AMLO, los fideicomisos y la maquinaria electoral de la 4T

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Jorge Arturo Estrada García.

En el pasado, aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomo de un tigre acabaron dentro de él.
John F. Kennedy.

Los discursos inspiran menos confianza que las acciones.
Aristóteles.

Ningún gobierno puede mantenerse sólido mucho tiempo sin una oposición temible.
Disraeli.

Para hacer política ganadora se necesita dinero, mucho dinero. Cuando los resultados positivos escasean, la demagogia manda. Sabemos que las decisiones de los políticos impactan las vidas de los ciudadanos, a veces de manera terrible e incluso por generaciones enteras. Afectan a todos, desde a los apáticos, los desinteresados en el tema, hasta a los abstencionistas. El estilo personal de gobernar deja marcas profundas en un país tan desigual, presidencialista y centralista como México.

Desde el Palacio Nacional, la maquinaria electoral de la Cuarta Transformación está en marcha, el inquilino principal ha establecido sus prioridades y sus métodos. Mientras, los mexicanos vamos encontrando más razones para estar divididos y agobiados.

Durante 18 años, Andrés Manuel López Obrador se dedicó a vivir y mantener vivo su proyecto político mediante “aportaciones voluntarias solidarias”, esto le enseñó que para ganar elecciones se necesita mucho dinero.

También aprendió que los dineros y la necesidad de la gente son un gran combustible para alimentar esperanzas y ganar simpatizantes. Así, es como se construyen y pastorean los “votos duros” a las urnas mexicanas. Aprendió mucho de sus dolorosas derrotas y también del PRI, su viejo partido. Ahora, simplemente decidió llenar sus alforjas y ganar elecciones.

El ingreso económico de las familias mexicanas es muy precario, pocas veces ajusta, los prianistas fallaron cuando estuvieron en la presidencia. Quienes llegan a la educación superior son quienes han logrado vencer, durante una docena de años, las dificultades que las circunstancias del país les van colocando a cada momento. Muchas veces, la voluntad férrea de los padres y sus sacrificios son los motores para cumplir esos proyectos de vida. Las crisis son recurrentes en la vida de los mexicanos. La pobreza siempre está al acecho.

Los que no logren concretar estos sueños de superación seguirán replicando el modelo de marginación. México es un país injusto, que genera más pobres que empleos formales cada año. Es un país que durante décadas fue construyendo sus sistemas educativos lentamente; lo mismo su Estado de Bienestar, siempre tan incompleto, en busca de generar movilidad social, con un salario mínimo que nunca ha sido ni suficiente, ni parejo.

Pasamos de la agricultura a la industrialización en diversas etapas, bajo múltiples ópticas y con resultados muy diferenciados. Repartimos la tierra a los campesinos que lucharon en la revolución, pero la mayoría eran tierras malas, sin agua para riego y se entregaron cuando el modelo agropecuario nacional se había agotado.

Luego, los expulsados de la miseria del campo llenaron los cinturones de miseria de las zonas urbanas. Todos llegaron con hambre de superación y de oportunidades. Se volvieron obreros o informales. Entonces, los programas sociales se diseñaron como modelos redistributivos de la riqueza nacional. Así aparecieron Solidaridad, Progresa y Prospera. El reparto agrario generó los votos tricolores del campo; el reparto de lotes a colonos urbanos y de licencias para oficios alimentó a la CNOP; la exclusividad sindical en las fábricas nutrió a la CTM de obreros. Estos tres ejes sostuvieron al PRI en el poder durante 70 años, con una eficiente maquinaria, una mina de votos y mucho dinero.

Al mismo tiempo, los jefes revolucionarios se volvieron políticos de todos tamaños. Sus hijos se volvieron alcaldes, diputados y gobernadores; ahora, sus nietos siguen acaparando cargos públicos bajo diversas siglas. Los partidos políticos son grupitos que se trasvasan personajes oportunistas, ávidos de fortunas rápidas. La Cuarta Transformación está hecha como la criatura del doctor Frankenstein: de muchas partes de cadáveres de diversas cataduras.  

El presidente de la república decidió llenarse las alforjas, y nada ni nadie se lo pudo impedir. Ni la pandemia, ni la opinión pública, ni los rezongos de los empresarios, ni los de los grupos vulnerables afectados, ni de los políticos opuestos a la idea, tuvieron la fuerza suficiente para hacerlo desistir. Él destruyó los fideicomisos y al mismo tiempo rompió mecanismos complejos de equilibrios a la mexicana. Él decidirá cuánto le tocará a cada uno.

Estos fideicomisos se fueron construyendo como mecanismos destinados a dotar de equilibrios al sistema presidencial, concentrador de los dineros del país, en las relaciones con los diversos sectores sociales y políticos, a lo largo de mucho tiempo.

Actualmente la federación acapara la mayoría de los impuestos e ingresos del país. Desde el IVA, y el ISR, hasta los ingresos por las ventas de petróleo. Luego, lo reparte a través del pacto de coordinación fiscal en donde toma una rebanada del 80 por ciento y le deja a estados y municipios el otro 20.  Los fideicomisos apoyaban con recursos adicionales en Salud vía Seguro Popular, en apoyo a la seguridad, a programas de empleo temporal, a daños en casos de desastres, a obras en zonas metropolitanas y en aportaciones para proyectos tripartitas estratégicos de desarrollo. Esos apoyos estabilizaban los presupuestos estatales y municipales. Y, mantenían las relaciones entre federación y estados en cordialidad.

Así, también, por medio de los fideicomisos, se encontraron respuestas los derechos humanos, los afectados por desapariciones, las becas culturales, deportivas y de ciencia y tecnología, las universidades, etcétera.

El reparto presupuestal es evidentemente centralista y eso no es algo nuevo, proviene del prianato: la federación y la capital absorben la mayor parte del dinero por “administrar y gestionar” la riqueza nacional. La joya de la corona morenista, la Ciudad de México recibe un presupuesto anual de 240 mil millones de pesos para sus nueve millones de habitantes en 2020, en números redondos; Nuevo León recibe 105 mil millones para sus cinco millones de pobladores y Coahuila recibe 50 mil millones para sus 3 millones. Esto es, la CDMX recibe 26,400 pesos por habitante; Nuevo León 21 mil pesos por habitante y Coahuila 16,600 pesos por habitante. Alrededor del 85 por ciento de la población del exDF está en el sector servicios y sólo el 10 por ciento está en la industria. Aunque más del 23 por ciento del total de sus empleos son informales. Como en todo, hay muchos factores distributivos, muchos de ellos obsoletos, que deberían ser revisados y modificados.

El neoliberalismo del siglo XXI en México aumentó la cantidad de pobres en muchas regiones. En los estados más desarrollados e industrializados, con maquilas y manufacturas, los salarios se han ido en descenso. El sindicalismo fuertemente priista, se desvaneció permitiendo los despidos, los paros y las rebajas de salarios.

 El desarrollo de nuestro país es asimétrico, históricamente. El discurso presidencial, sus preferencias y sus obsesiones están con la mirada en los estados sureños. El modelo de Andrés Manuel es asistencialista, el impacto de sus decisiones tocará la vida de los ciudadanos con los 40 y 80 pesos diarios que les depositan directamente en las cuentas de los inscritos en las listas de los Siervos de la Nación. Esperan que en agradecimiento que se transformen en votos, así que el dinero no puede faltar. Es temporada electoral, por supuesto.

Sin embargo, en el ámbito federal no se percibe ningún plan de desarrollo con objetivos claros y bien estructurado, para alcanzar mejores estándares de vida. Sus objetivos se van a agotando en el combate a la corrupción como fórmula mágica. Por supuesto que nuestro país necesita erradicar la corrupción de sus sistemas, pero también requiere más oportunidades de progreso para concretar los sueños de las familias a una mejor calidad de vida. No solamente acceso a dádivas oficiales.

 Finalmente, la persistencia de los gobernadores federalistas en sus demandas de un pacto federal más justo ha comenzado a permear en diversos sectores. Federalismo contra centralismo es el nuevo incendio en la pradera. Falta ver si se concreta algo en la confusa agenda política y social mexicana. Alejados de las ideologías, las cuales no se dan mucho entre la clase política ni entre los mexicanos en general, el pragmatismo se impone. Hay prioridades.

 El creador de la 4T, se propone llegar a las elecciones del 2021 con dinero suficiente, y con obras en marcha, para ganarlas. Ya lleva dos años gobernando con saliva y mañaneras. Sin resultados tangibles e importantes. Él quiere a sus adversarios moralmente derrotados y además sin recursos económicos para enfrentarlo en los procesos electorales en donde se renovarán 15 gubernaturas, 500 diputaciones federales y cientos de presidencias municipales en el superdomingo de junio del año próximo. Es mucho lo que hay en juego, va de por medio la trascendencia o el declive.

El país está estancado en una pandemia que no aprendemos a contrarrestar. Los mexicanos divididos, resignados, incrédulos y poco solidarios con los vulnerables y con los médicos que los atienden, transitamos por ella. Seguimos contando muertos y camas, estos son los parámetros elegidos por quienes reportan y atienden esta crisis mortal. Cada uno persigue sus proyectos personales en la época del Sálvese el que Pueda. La ruta está establecida, unos buscan ganar elecciones, otros no seguir perdiendo dinero y varios más, pretenden seguir entre las élites del poder y los negocios.

Por lo pronto, Su discurso no incluye desarrollo, ni para el país ni para los mexicanos. Además, pareciera que nos conducen a un proceso de la inmunidad de rebaño en México, sin pruebas intensivas, centros de aislamiento y sin cierres de los lugares de ocio. ¿Se pretende que se mueran los más débiles y los más viejos? ¿Es simplemente una mezcla de incompetencia y desinterés? Ya lo veremos.

El ingrediente que faltaba ya se instaló: centralismo contra federalismo. Chilangos “gandallas”, contra provincianos apáticos. En la etapa histórica preferida por el presidente, los liberales buscaban el federalismo en el país, mientras los conservadores pugnaban por el centralismo, con un presidente, o emperador, fuerte controlando todo. “Un personaje que estuviera moralmente por encima de los demás y educado para gobernar a nuestro pueblo tan ignorante en muchos aspectos”, decían. Ahora en Palacio Nacional se volvieron centralistas y presidencialistas. Hay prioridades.

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