Fray Miguel de Guevara fraile agustino, poeta y mexicano

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Lic. Simón Álvarez Franco.

            Mexicano, sin duda, aunque no se ha comprobado su exacto lugar y fecha de nacimiento, debido a la escasa documentación y archivos, notable en la época colonial, sin embargo, el hecho de que en 1638 fuera fraile en la orden Agustina lo ubica sin duda en esa época en que publicó versos de orden religioso, entre otros su conocido “No me mueve mi Dios para quererte” junto con sonetos, décimas y versos varios sobre temas religiosos.

Miguel de Guevara

            Varios y sesudos estudiosos han investigado el origen de estos sonetos; hay quien afirma que algunos de los versos contenidos en su obra publicada en 1638 que contiene además del soneto comentado en el párrafo anterior y otro “Pídeme de mí mismo el tiempo cuenta” que ya había sido publicado en portugués antes de su edición en México, es posible que su publicación en Europa antes  que en América se haya debido a que existían numerosas imprentas en el viejo continente y poquísimas en nuestro país, sin embargo, por su normas estilísticas no hay duda que pertenecen a la obra de nuestro autor hoy comentado; además, el intercambio entre España y México era importante puesto que estaba patrocinado por la iglesia y era común que las obras se publicaran primero en la metrópoli y después en las colonias, para permitir su examen y lograr el “imprimatur” antes que en nuestro continente se leyeran obras subversivas o pensamientos impropios en contra de los regímenes reales dominantes.

            El primer soneto que nos ocupa ha sufrido algunos cambios -no significativamente importantes- en su rima y en sus significados, hasta llegar a ser aceptado tal y como en la actualidad lo conocemos; el texto ha recibido mínimas variaciones tanto en su ortografía como en su métrica, no en balde han pasado casi tres siglos desde su concepción original y decenas de expertos serios y no tanto algunas veces, en sus exégesis.

            No me mueve, mi dios, para quererte

                        No me mueve, mi Dios, para quererte

                        el cielo que me tienes prometido

                        ni me mueve el infierno tan temido

                        para dejar por eso de ofenderte.

                        Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

                        clavado en una cruz y escarnecido,

                        muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

                        muévenme tus afrentas y tu muerte.

                        Muéveme en fin tu amor en tal manera

que aunque no hubiera Cielo yo te amara

                        y aunque no hubiera infierno te temiera.      

                        No tienes que me dar porque te quiera,

                        porque, aunque cuanto espero no esperara,

                        lo mismo que te quiero te quisiera.

            Aunque tiene alguna construcción arcaica, como el pronombre antes del infinitivo (me dar), llama la atención la modernidad del texto en comparación con los de otros manuscritos comparados.

Del siguiente soneto, ha habido muchas versiones y variantes, veamos la versión de 1998 de Marcela López Hernández con útiles cursivas en las palabras tiempo y cuenta, que nos ayudan a percibir su función métrica:

                        El tiempo y la cuenta

            Pídeme de mí mismo el tiempo cuenta;

            si a darla voy, la cuenta pide tiempo:

            que quien gastó sin cuenta tanto tiempo,

            ¿cómo dará, sin tiempo, tanta cuenta?

            Tomar no quiere el tiempo en cuenta,

porque la cuenta no se hizo en tiempo

que el tiempo recibiera en cuenta tiempo

si en la cuenta del tiempo hubiera cuenta,

¿Qué cuenta ha de bastar a tanto tiempo?

¿Qué tiempo ha de bastar a tanta cuenta?

Que quien sin cuenta vive está sin tiempo.

Estoy sin tener tiempo y sin dar cuenta,

sabiendo que he dar cuenta del tiempo

y ha de llegar el tiempo de la cuenta.

El autor respetó los catorce versos del soneto con una distribución de cuatro versos y dos quintetos, no sólo repite rimas sino palabras completas y rimas internas, la novedad no es sólo la nueva distribución de versos, sino lo más importante; salvar la dificultad de encontrar en nuestro idioma escasas palabras con la rima necesaria. Esto nos lo expondrá Renato Leduc en próxima entrega.

Fuentes:

  • Gabriel María Verd.Fac. de Teología de Granada.
  • Víctor Adib, 1949.
  • Marcela López Hernández, 1998.