Rigoberto Losoya Reyes.
En Coahuila, se inició el movimiento constitucionalista con don Venustiano Carranza, gobernador del estado de Coahuila en 1913. El Congreso del estado desconoció al gobierno espurio del general Victoriano Huerta quien asumió la presidencia de la República de manera ilegal.

El 26 de marzo de 1913, el gobernador firmó junto a sus fieles correligionarios, el “Plan de Guadalupe”, un documento que sustentaba la nueva revolución que fue secundada por jefes y oficiales revolucionarios. Al día siguiente de su promulgación, los jefes y oficiales de la Guarnición de Piedras Negras, se adhieren al Plan de Guadalupe, quedando así en la historia, su firme convicción de un sistema legalista. El movimiento carecía de recursos tanto militares como económicos y fue necesario estructurar el movimiento hasta llegar a Piedras Negras para organizar un ejército. Carranza se mantuvo de forma intermitente en algunas poblaciones. El 1 de abril llegó a Piedras Negras. Los días 2 y 3 de abril permanece en Estación Monclova, hoy ciudad Frontera. Del 4 al 7 de abril regresó a Piedras Negras. El 18 de abril regresa a Estación Monclova. Del 9 de abril al 6 de mayo permanece en Piedras Negras, organizando y generando correspondencia con otros revolucionarios. Las instalaciones de la aduana fronteriza se habilitaron como cuartel general del constitucionalismo y en esta, despachaba el señor Carranza con el escaso personal que le acompañaba: jefe de Estado Mayor, teniente coronel Jacinto B. Treviño; su secretario particular Alfredo Breceda y su ayudante Francisco L. Urquizo. Los oficiales se alojaban en este mismo edificio junto a don Venustiano. Poco a poco fueron llegando voluntarios de todos lados para ponerse a las ordenes del Primer Jefe. En ocasiones algunas reuniones se celebraban en el Hotel Internacional que se ubica frente a la aduana.
El Primer Jefe elaboraba oficios, daba instrucciones, órdenes diversas, telegramas en clave, autorizaciones para reclutar hombres, proclamas, manifiestos, nombramientos y conferencias telegráficas. Al medio día, don Venustiano Carranza acostumbraba a comer con su estado mayor en una fonda ubicada por la calle Zaragoza. Cada vez que pagaba la cuenta de todos, anotaba en una libretita el importe.
Los talleres de la maestranza del ferrocarril fueron utilizados por el personal que apoyó el movimiento, entre ellos, Patricio de León, un mecánico y tornero quien durante los primeros días, se dedicó a fabricar bombas de mano, reparar carabinas, fabricar baleros para reconstruir cartuchos 30-30 y utilizando sus conocimientos de se dedicó a fabricar el primer cañón de la revolución al cual lo bautizaron con el nombre de “EL Rorro”. Su hechura fue perfecta, tanto que, el señor Carranza solicitó fabricar otros dos.


Originario de San Pedro de las Colonias, Coahuila, se encontraba en la ciudad de México, sirviendo en el “Escuadrón de Guardias de la Presidencia” un grupo de elite, que tenía a su cargo la seguridad del presidente de la República. Cuando ocurrió el magnicidio ordenado por Victoriano Huerta, desertó y se traslada a la ciudad de Piedras Negras, Coahuila para incorporarse a las fuerzas de Carranza. Llegó el 1 de abril de 1913, y el señor Carranza lo comisionó de ayudante de campo del señor Gabriel Calzada. Urquizo cita en sus memorias que, se trasladó a Eagle Pass a comprar dos uniformes de caqui, un sombrero tejano, unas polainas y una pistola con su fornitura y dos cajas de municiones. En el cuartel, le entregaron un magnífico caballo debidamente ensillado.
En poco tiempo, se incorporaron en Piedras Negras, los mineros de la región, campesinos, y los que habían participado en la revolución maderista. Hasta quinientos voluntarios se llegó a contabilizar. Fueron uniformados y armados y se formó el batallón de zapadores, compuesto de tres compañías y una plana mayor. Su equipo se adquirió en la vecina población de Eagle Pass: Sombrero texano, camisola y pantalón caqui, zapatos fuertes, una cobija, un juego de ánfora de aluminio con una taza, un plato, una cuchara y un tenedor; una bolsa grande de lona para llevar ropa y provisiones, cartucheras y portafusiles de cuero para las carabinas, correas para amarrar las cobijas terciadas sobre el cuerpo durante las marchas y un trozo de lona para amasar la harina u hacerse ellos mismos las tortillas.
Se requisaron acémilas aparejadas para llevar en ellas municiones de reserva, dinamita, palas, picos, cables con garfios para escalar muros, rollos de alambre y detonadores, así como el equipo de los oficiales. Por otra parte, también se compraron cornetas y tambores.
Los torneros de la maestranza del ferrocarril fabricaron unos gafetes metálicos para el batallón (una pala y un fusil cruzados y en medio una granada estallando). Estos gafetes los llevaría la tropa en los sombreros y los oficiales en el cuello de las camisolas.
Francisco Luis Urquizo, personalmente entrenó a este grupo de voluntarios, les enseñó a tirar al blanco, los acostumbró a caminar grades distancias. La instrucción se basó en algo básico, al toque de diana, el batallón ya había tomado una taza de café caliente y salían al campo de instrucción fuera de la ciudad. Primero se les enseñó a conocer y manejar su arma: accionarla, limpiarla, apuntar y disparar sin cartuchos. Tomaban el camino conocido como la Alameda (actual avenida Emilio Carranza), caminaban hasta la Villa de Fuente y en ese lugar se practicó algunas formaciones de combate. De las tres compañías del batallón, dos eran para maniobras y también de zapadores y la tercera únicamente de granaderos o manejo de explosivos.
El bautizo de fuego de este batallón entrenado en Piedras Negras, lo recibió en la batalla de candela, Coahuila. De Piedras Negras, se trasladaron a Monclova y enseguida hasta la estación Gloria y de ahí se acercaron a pie hasta las inmediaciones de Candela. Además, todas las fuerzas de la región se sumaron a este batallón para combatir a las fuerzas federales.