JORGE CUESTA PORTE PETIT EL POETA SUICIDA

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Lic. Simón Álvarez Franco.

            Nació en Córdoba, Ver. El 21 de septiembre de 1903. Niño, adolescente y adulto, frío, solitario y triste. Durante su infancia tuvo un accidente al caérsele de los brazos, a su nana, pegándose en la carita, cerca del ojo izquierdo, con el filo de una mesa de mármol. Esto no le quitó la visión, pero sobre en el ojo izquierdo dejó una cicatriz, sus padres hicieron lo posible por atenderlo médicamente, sin lograrlo del todo; esto explica por qué casi siempre en sus fotografías aparece agachado y con cara hosca.

Fue un buen estudiante, le atraían las matemáticas, la física y la música. Se fue a la ciudad de México en 1921, ingresó a la Facultad de Ciencias Químicas concluyendo sus estudios cuatro años más tarde. Ejerció plenamente su pasión por las ciencias en varias instituciones.  

En 1924, a sus 21 años, conquistó la amistad de grandes poetas, como Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Gilberto Owen, José Gorostiza y Xavier Villaurrutia para formar el grupo Los Contemporáneos, como miembro del mismo, aceptó prologar la Antología de la poesía mexicana moderna, publicada en 1928. A pesar de violentas críticas de los escritores “nacionalistas” y “estridentistas”, Jorge Cuesta, desde París, defendió por cartas su derecho al hacer la selección de poetas mexicanos sin mencionar los apreciados por el público, como Rafael López, Amado Nervo y Manuel Gutiérrez Nájera, a quienes aborrecía.

Sus argumentos para defender su selección se sintetizan en las inteligentes líneas de esas cartas y en el prólogo mismo que escribió para esa antología. Al regresar de Europa, contrajo matrimonio con Guadalupe Marín, quien había sido esposa de Diego Rivera. En 1930 lo encontramos trabajando en la Subsecretaría de Educación Pública. En agosto de 1932 funda la revista Examen, donde Novo y Villaurrutia pusieron al país a la vanguardia que ya se estaba dando en la poesía en otras partes del mundo como Francia, Alemania, Estados Unidos o España. 

En 1934 publica en varios periódicos al regresar de Europa, en el Universal ensayos de tipo política como El Plan contra Calles y Crítica de la reforma al artículo tercero. En 1938, entró como jefe del departamento de laboratorio de una industria de azúcares y alcoholes donde absorto por sus inclinaciones científicas, llevaba a cabo experimentos con enzimas, se dice que llegó a inyectárselas y las bebía. A saber, una entre tantas impedía la maduración de los frutos y otra permitía, después de su ingestión, beber toda clase de alcoholes sin llegar a la embriaguez, es en este lapso de su vida donde se inicia su obsesión de buscar: el elixir de la vida.  El poeta no logró encontrarlo, pero sí encontró otro, la locura.

Esto y otras angustias morales lo llevaron a una serie de asilos. El 13 de agosto de 1942, estando en la plenitud de su vida, pero ya no con su vasta lucidez intelectual cometió suicidio, contando con apenas 38 años.

                                                                       Su muerte

            Yo conocí bien a Diego Rivera, a su esposa Lupe Marín (bella mujer) y a Lupita y Ruth, hijas de este matrimonio, en su casa de la calle Tres Picos en la colonia Polanco, especialmente a Ruth con quien se puede decir, trabajé “codo con codo” varios años, en la calle de Gante y Venustiano Carranza en el Centro Histórico de la capital. La última vez que la saludé y abracé fue hace como 8 años, cuando estuve ayudando a formar el Museo Arocena en Torreón, mi estimada Ruth falleció hace dos o tres años.

            Estimados lectores, hago mención de mi amistad con Diego, atreviéndome a copiar aquí un párrafo en que el pintor describió este trágico suceso del suicidio de Cuesta, contenido en el libro Arrebatos Carnales 2 cuyo autor Francisco Martín Moreno (1)  anota tal y como el pintor se lo dictó: “… No sé, debo confesarlo, si la decisión de Jorge Cuesta de amputarse los testículos respondió al hecho de haber descubierto mi relación con Lupe, o simplemente fue consecuencia de uno de los tantos momentos depresivos que este hombre vivió a lo largo de su vida. Recordaré siempre su suicidio como una de las experiencias más dolorosas que conocí a lo largo de mi peregrinar por la vida. Jorge, ya disminuido, en realidad medio hombre, tiempo después se hundió los dedos pulgares en los ojos y se los arrancó. Acto seguido se los hundió en toda la masa encefálica para morir desangrado de la manera más espantosa en que puede perder la vida un ser humano. Sí, efectivamente todo esto aconteció, pero nunca olvidé”.      

Algunas observaciones sobre la poesía de Jorge Cuesta (2)

                        En palabras de Xavier Villaurrutia, “Jorge Cuesta fue el más universalmente armado de los escritores del nuevo grupo (Los contemporáneos), porque la filosofía, la ciencia, la estética, la crítica y la poesía lo atraían con la misma fuerza”.

            La sonoridad de su poesía, de factura tan ascética y estéril como el propio Cuesta, cunde en lo remoto, lo innombrable que, apenas sí se dice, se disipa: la íntegra lucidez de buscarse por los rincones más obscuros de la inteligencia por medio de la palabra, los abismos del pensamiento, sin temor a precipitarse de manera abrupta al fondo del vacío.

            Recordemos que en la primera mitad del siglo XX, ya había pasado el fulgor del romanticismo, el simbolismo y otras tendencias en literatura y poesía y se instalaba la lógica, el pensamiento profundo (Carlos Fuentes, Octavio Paz, etc.) de ellos fue antecedente Cuesta, por eso encontramos cierta pesadez y algo de críptica en su poesía. Finalmente, en algunos de sus poemas el primer verso es el título del poema. Por falta de espacio, no menciono sus grandes logros en Canto a un dios mineral, pues consta de 37 estrofas de 6 versos cada una.

Paraíso perdido

Si en el tiempo aún espero es que,
sumiso,
Lo considero extraña.
El aire tenso y musical espera;
y eleva y fija la creciente esfera,
sonora, una mañana:
la forman ondas que juntó un sonido
como en la flor y enjambre del oído
misteriosa campana.
Ése es el fruto que del tiempo es
dueño;
en él la entraña su pavor, su sueño
y su labor termina.
El sabor que destila la tiniebla
es el propio sentido, que otros puebla
y el futuro domina.
Inaccesible a ellos
el mundo inmóvil a donde no penetra
tu vida, tu presencia presa en el
movimiento
de tu muerte fugaz y paulatina.
xxx

Fue la dicha de nadie ésta que huye

Fue la dicha de nadie ésta que huye,
este fuego, este hielo, este suspiro,
pero, ¿qué más de su evasión retiro
que otro aroma que no se restituye?
Una pérdida a otra restituye
si sucede al que fui nuevo respiro,
rumor, como el sabor futuro
sólo la entrada guarde
y forme en sus recónditas moradas,
su sombra ceda formas alumbradas
a la palabra que arde.
No al oído que al antro se aproxima
que al banal espacio, por encima
del hondo laberinto
las voces intrincadas en sus vetas
originales vayan, más secretas
de otra boca al recinto.
A otra vida ha de ser, y en un instante
la lejana se une al titubeante
latido de la entraña;
al instinto un amor llama a su objeto;
y afuera en vano un porvenir completo
arrancan
y sólo tu muerte recupera.
Xxx

Tu ausencia viva a tu presencia invade

Que lentamente mueren si mira;
pues no es por verte más se acerca el
horizonte de los ojos,
más vacío mientras más profundo.
En la ventana, los cuadros y el espejo,
un aire indiferente y helado se aleja
de tu respiración, que renueva su asfixia,
Oh, eternidad, oh, hueco azul,
Vibrante
en que la forma oculta y delirante
su vibración apaga,
porque brilla en los muros
permanentes
que labra y edifica transparentes,
la onda tortuosa y vaga.
Oh, eternidad, la muerte es la medida,
Compás y azar de cada frágil vida,
La numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
que distantes o próximas, sonoras
allí graban su marca.
xxx

Denso el silencio trague al negro,
Obscuro
Huir y regresar después de haber
cambiado o muerto del todo.
Tienes tiempo de hacerte presente a
otros ojos
y dejar en ellos otra visión
deshabitada.
Tus palabras son hondas para contener
En sus ecos
Otras obscuras que escucharé precisas
Cuando te hayas apagado,
Para sepultar en sus silencios dichas
que no posees,
dicha que de ti apartan –porque no de
tu ausencia—
los fragmentos de ti, que las sujetan,
distantes uno de otro, dispersos y
recónditos,
sin reintegrarte nunca la vida.
xxx

La creación del lenguaje

El lenguaje es sabor que entrega al
labio
la entrada abierta a un gusto extraño y
sabio:
despierta en la garganta;
su espíritu aun espeso al aire que brota
y en la líquida masa donde flota
siente el espacio y canta.
Multiplicada en los propicios ecos
Que afuera afrontan otros vivos huecos
de semejantes bocas,
en su entraña ya vibra, densa y plena,
cuando allí late aún, y honda resuena
en las eternas rocas.
Los instantes que te absorben con más
Ansia, y tus voces,
mientras más duran,
se hunden más hondo en el abismo
de las horas futuras que nunca te han
mirado.
xxx


Dejo en el tintero algunos otros poemas, en espera del futuro, para no cansar a ustedes, lectores amables que me brindan su atención.

(1) Arrebatos carnales 2, Francisco Martín Moreno
(2) Biografía de Jorge Cuesta, Diego Salvador Rodríguez Castañeda