Jorge Arturo Estrada García.
“¡Qué época tan terrible, ésta, en que unos idiotas conducen a unos ciegos”!
William Shakespeare.
“El bienestar del pueblo siempre ha sido la excusa de los tiranos”.
Albert Camus.
El país está envenenado y fracturado. Los mexicanos ya nos resignamos a los malos gobiernos. Ahora, los elegimos a cambio de dinero en las cuentas, antes lo hacíamos por tinacos y cemento. Somos un país de pobres y sin ideología. Navegamos sin rumbo, y sin desarrollo ni progreso. Andrés Manuel, dinamitó al frágil Estado de Bienestar que se construyó durante 60 años. Lo sustituyó con dádivas y demagogia. López Obrador peleó fieramente por la presidencia de la República, durante años. Ahora, ya impuso a su sucesora y construyó un gran proyecto transexenal. El tabasqueño consolidó un gran poder, ahora luchará por ampliarlo y por conservarlo. Veremos cómo lo entrega. O, si lo hace.
En este momento, como arquitecto absoluto de su triunfo, le corresponderá dictar la nueva historia de México, la de su Cuarta Transformación y el destino inmediato del país. Por lo pronto, no suelta el timón y busca afanosamente la forma de perdurar y trascender transexenalmente. En el pasado, las pugnas entre los presidentes entrantes y salientes condujeron a pleitos interminables, desprestigio, repudio y hasta destierro. Pocos expresidentes han logrado visitar lugares públicos sin recibir reproches y abucheos. Mejor emigran.
El poder se conquista. Aunque, en un entorno democrático, también debe compartirse y transferirse. Será interesante observar el proceso sucesorio en los próximos días. Los próximos meses podrían ser cruciales. Por lo pronto, el tabasqueño persiste en dictar la agenda, e imponer el discurso en medios. No concede espacios, y ya ni siquiera existen contrapesos fuertes, en la escena nacional. La independencia del Poder Judicial ya tiene sus días contados. Él quiere remodelarlo personalmente.
Será un nuevo régimen, será su régimen. No hay revolución de las conciencias, se trata de una demolición de la democracia. Es la implantación de un modelo autoritario con un gobernante supremo al frente. Es el retorno a los setenta del Viejo PRI.
Sin embargo, a pesar de las victorias, este sexenio resume la historia de un hombre fuerte, con gran respaldo popular, con un gobierno fracasado y tóxico, pero que logra imponer a su sucesora. Es una gestión que, simultáneamente, se apodera del Poder Legislativo y que busca afanosamente desmantelar al Poder Judicial.
A AMLO, le tomó 14 años terminar su carrera universitaria, en ciencias políticas, y persistió durante 18 años para conseguir la presidencia del país. Ha gobernado, casi absolutamente, durante seis años, logró conservar el poder para su partido. Logró imponer a su sucesora y aplastó a la oposición. Cuánto tiempo le tomará obligarse, a sí mismo, para dejar todo el poder que ha llegado a acumular; que, en los hechos, ejerce plenamente. Eso lo veremos en menos de 80 días, ¿o tal vez, meses, o serán años?
Cuando los sonorenses sacaron, definitivamente, del poder a los coahuilenses, con el asesinato del presidente Venustiano Carranza, en 1920, Álvaro Obregón sube a la Silla del Águila. Luego, quiere reelegirse y cambia la constitución, lo logra, pero es asesinado antes de tomar posesión. A Calles no le parecía correcta la actitud del general invicto. En su turno en la presidencia, Plutarco decide formar al PNR, el ancestro del actual PRI, para institucionalizar a la política nacional y sacar a los militares de las tentaciones de los golpes de estado. También funda la central obrera de donde nacerá la CTM. Se acabó el «México bronco».
Cuando Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia logró desmantelar el poder de los callistas en las Cámaras y los mandos militares. Luego, envió a Calles al exilio. Luis Echeverría Álvarez, culpó a Gustavo Díaz Ordaz de la matanza de Tlatelolco en 1968, el poblano se fue de embajador a España. Por su parte, José López portillo, envió a LEA de embajador de las islas Fiyi y Australia. Ernesto Zedillo, como presidente, forzó la salida de Carlos Salinas de Gortari hacia Europa, tras una huelga de hambre. Luego, el propio Zedillo se fue a los Estados Unidos. Actualmente, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto viven en España. La democracia mexicana difícilmente ha admitido al ex y al vigente en su mismo país.
En su búsqueda por el poder, Andrés Manuel se ha transformado. Salió de Tabasco como un aguerrido líder expriista que buscaba a sacar al tricolor del poder. Ofrecía atender al pueblo, primero los pobres y una honestidad valiente. En su ascenso al poder se fue convirtiendo en lo que reprobaba en sus discursos. Sus años de derrotas lo marcaron, lo curtieron.
Sus años en el poder lo marcaron, aún más profundamente. Básicamente, aprendió que en México la política se hace acumulando miles de millones y repartiendo dinero. Surgió entonces el Rey del Cash y se toleraron los negocios al amparo del poder. La opacidad, en la rendición de cuentas, se volvió una regla.
Gobernó con mentiras y repartiendo dinero, su popularidad es mediocre pero las votaciones que consigue son impresionantes. Aplastó a los opositores. Destruyó al PRI y al PAN; sus actuales dirigencias pululan entre ruinas y maniobras torpes. Luchan por la sobrevivencia personal y de grupito.
Por su parte, los medios de comunicación tradicionales, los profesionalizados, con experiencia, que operan como empresas, están desmantelados, con su credibilidad dañada y sus finanzas listas para la rendición ante el poderoso gobierno federal morenista y sus 24 gobernadores guindas. Ellos controlan los presupuestos oficiales, en el mundo digital no hay dinero suficiente para sostenerse y el mercado impreso y publicitario se extingue cada día. Además, muchos de estos medios forman parte de grupos empresariales que su negocio son los contratos de obras y servicios, de todo tipo, con los gobiernos.
Adicionalmente, el elocuente tabasqueño ha desprestigiado sistemáticamente a estos medios y a sus periodistas. En la actualidad, la generación de la opinión pública se da de manera distorsionada y, casi mayoritariamente, lejos de los medios. Entonces, no es de extrañar que los votantes seamos infalibles. Siempre elegimos al más malo, y luego votamos por uno peor. Eso no falla. Veremos, las cosas se ponen más interesantes.