Mis sexenios (12)

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por José Guadalupe Robledo Guerrero.

El final del sexenio gutierrista

El sexenio del ingeniero Eulalio Gutiérrez Treviño transcurrió de 1969 a 1975, pero no estuve en Coahuila los últimos 17 meses del gutierrismo, debido a que tres meses después de terminada la huelga de los trabajadores de Cinsa-Cifunsa emigré a mi estado natal, San Luis Potosí, pues al igual que le sucedió a Salvador Alcázar en su sindicato y a Mario Arizpe en la UAC, a mí también los esquiroles intentaron ponerme al alcance de su “fuego amigo”, incluso aquellos que habían conseguido empleo con mi apoyo. Era claro que les estorbábamos a sus nuevos “mecenas”. Nuestros adversarios, a los que habíamos vencido en la lucha política, los habían infiltrado, y los utilizaron para deshacer la unidad que nos había convertido en ganadores. ¡Pobrecitos! Nunca entendieron aquello de que “nada sustituye a la victoria”.

Pero nunca contesté a los esquiroles. Las batallas contra los mismos nunca me han estimulado, no les encuentro razón de ser, y me da mucha flojera pelear con los enanos, pues finalmente aunque se derrote al atraso político, todos pierden. Esas son las famosas guerras pírricas.

Después de muchas luchas políticas,
Julio Hernández López se convirtió
en un connotado editorialista del
diario “Jornada”, autor de “Astillero”.

Retorné a San Luis Potosí a asesorar laboralmente a unos sindicatos de obreros que dirigían uno de mis primos y tres de sus amigos. Armado con mis experiencias políticas, y con la teoría que logré arrancar de mis lecturas ideológicas, no me fue difícil relacionarme con mis iguales en San Luis Potosí. Inmediatamente busqué a mis pares en la Universidad Autónoma de SLP, y me encontré con un dirigente estudiantil que hoy, después de muchas luchas políticas, se convirtió en un connotado editorialista del diario “Jornada”: Julio Hernández López, autor de la columna “Astillero”.

Julio fue un solidario compañero que fraternalmente apoyó nuestra labor de organización y concientización sindical desde su posición de dirigente estudiantil de la Federación de estudiantes universitarios potosinos, cuyo resultado fue la constitución de una veintena de nuevos sindicatos y la firma de sus respectivos contratos colectivos. Con Julio también me involucré en la lucha univer- sitaria potosina. Por aquel entonces, la UASLP estaba en franca efervecencia ideológica y política.

Por otro lado, mi amigo saltillense Eleazar Valdéz Valdés (+), líder y militante de la Tendencia Democrática del Sindicato de Electricistas (Su- term) que dirigía nacionalmente Rafael Galván (+), me ayudó a relacionarme con sus compañeros potosinos, quienes de inmediato nos brindaron su respaldo sindical, su apoyo material y pusieron la estructura física de su sindicato al servicio de las necesidades de los sindicatos nacientes. El sindicato de electricistas era en ese entonces un sindicato rico, no sólo en lo económico, sino también en ideológico y en lo político. 
En la Universidad potosina conocí a otros activistas estudiantiles, sobre todo de la Facultad de Economía, que asesoraban a distintos grupos campesinos de la Huasteca Potosina, que se habían organizado para solicitar que las grandes extensiones de tierra que tenían los caciques y terratenientes huastecos fueran expropiadas y repartidas entre los desposeidos, para convertirlas en ejidos y en organismos productivos.
Al mismo tiempo que asesoraba a los sindicatos obreros, comencé a participar en algunas organizaciones campesinas e indígenas de la Huasteca. Una de ellas, La Columna Emiliano Zapata, que tenía miles de simpatizantes en toda la región Huasteca que abarca varios estados: San Luis Potosí, Veracruz, Tamaulipas e Hidalgo. El centro económico, político, cultural y comercial de esta gran región es Ciudad Valles, SLP.

La lucha campesina finalmente dio resultados, en sus últimos años como Presidente, Luis Echevería Álvarez expropiaría los grandes latifundios huastecos y repartiría las tierras entre los solicitantes organizados. Una de esas propiedades, la más emblemática de la región, era la hacienda “El Gargaleote” de Gonzalo N. Santos. Cuya expropiación, según se cuenta, hirió de muerte al cacique potosino.

Uno de aquellos líderes de campesinos e indígenas tenek (huastecos) y náhuatl es mi amigo Said López de Olmos y su generosa y extensa familia política, razón por la que no he dejado de viajar a esa hermosa y rica región para gozar de su compañía, sus pláticas y luchas, y obviamente para disfrutar de la cecina, los frijoles negros con epazote, las acamayas (langostinos de río), el venado, el café de olla, los jacubes (el más rico de los cactus), el zacahuil (enorme tamal de maíz quebrado) hecho en pozo acompañado de carne de aves, cerdo, res, pescado o mariscos, además del sabroso catán (pejelagarto) y las ensaladas de palmito, corazón de la palma que pesa 200 gramos.

Said es un dinosaurio ideológico, siempre trae en su pesado maletín libros de Marx y Lenin, junto a los acuerdos del Consejo de Ancianos de los indígenas y los borradores de sus proclamas políticas. Orgullosamente conserva entre sus más queridos objetos los bastones de mando que le entregaron los ancianos de las etnias a las que él defiende, porque según afirma: “Los indígenas son los herederos de la cultura madre de nuestros ancestros”.

En los años de la lucha por la expropiación de las tierras de los terratenientes, Said fue encarcelado en las celdas de la zona militar, cuando logró su liberación huyó hacia la selva y allí anduvo a salto de mata durante meses organizando, agitando y difundiendo su ideología y su visión de un nuevo México, el México anhelado de justicia, igualdad y libertad. Eran los fabulosos 70. 

Hace un par de décadas, Said volvió a ser perseguido y se refugió en un campamento en lo profundo de la selva. En esa ocasión me permitió conocer su guarida, la organización comunal que lo respaldaba y su guardia selecta: “Los Caballeros Águila”, que eran su escolta y protección, y que siempre andaban armados de rifles y machetes. 

Para que su lucha sobreviviera al reparto de tierras y a la organización ejidal, y para defender sus logros, Said con otros compañeros organizó “El Movimiento Huasteco Democrático”, que hoy subsiste como una organización de lucha popular.

Estuve por aquellos lugares de septiembre de 1974 a julio de 1976, pero en ese tiempo vine un par de veces a Saltillo, una de esas ocasiones fuí a saludar al profesor Federico Berrueto Ramón, hombre culto y jacobino. Ese día precisamente habían destapado a Óscar Flores Tapia como el candidato del PRI a la gubernatura de Coahuila.

Cuando saludé a don Federico lo noté preocupado, contrariado. ¿Qué le pasa maestro?, pregunté. -Que no sabes que Óscar Flores Tapia es desde hoy el candidato a gobernador del partido, respondió. ¿Y eso qué?, insistí con ignorancia, y me confió su malestar: -Óscar es un salvaje, destruirá el estado. No es lo que necesita Coahuila, es violento y vengativo. Incendiará el estado.

No dije más, nunca me había interesado la política electorera y partidista. Y hasta la fecha. Desvié la plática a otros temas. Me despedí del maestro y retorné a San Luis Potosí a lo mío. Años después conocería una anécdota relacionada con la confidencia que don Federico me había hecho. Me la contó Flores Tapia sin ningún recelo.

Resulta que el profesor Berrueto Ramón le confió a otros lo mismo que a mí, les dijo lo que pensaba de la candidatura de Flores Tapia. A uno de los que les hizo este comentario fue a Luis Horacio Salinas Aguilera, y cuando Flores Tapia vino a Saltillo como candidato del PRI, al llegar al aeropuerto lo estaba esperando toda la abyecta clase política coahuilense, incluyendo a los empre- sarios locales encabezados por Javier López del Bosque, quien en un alarde de política a la mexicana (que es el arte de comer mierda sin hacer gestos) le dijo al candidato priista: “Oscarito vengo a poner a tu disposición un avión, para que recorras todo el estado y conozcas las necesidades de los coahuilenses que tanto te quieren”.

Hay que recordar que los López del Bosque, fueron los causantes de que Flores Tapia emigrara al Distrito Federal, porque le habían impedido ser candidato a Alcalde de Saltillo. Luego se ligó al entonces Secretario de Gobernación Luis Echeverría, quien como Presidente lo hizo dirigente nacional de la CNOP, Senador de la República y candidato gubernamental. Pero de eso ya no se acordaba nadie, ahora los “notables” saltillenses se ponían a las órdenes del próximo mandamás de Coahuila. Finalmente negocios son negocios.

En aquella ocasión Flores Tapia invitó a Luis Horacio a que lo acompañara a saludar a don Federico Berrueto, su maestro como él le llamaba, porque como candidato gubernamenal era lo primero que quería hacer en tierras coahuilenses. Al ver llegar a Flores Tapia acompañado de Luis Horacio, don Federico pensó que ya le había ido con el chisme al candidato, quien iba hasta su casa a reclamarle sus comentarios.

Pero no fue así, Flores Tapia iba a saludar a su maestro y a informarle que crearía el Colegio de Historiadores para que él fuera su presidente vitalicio en reconocimiento a su trayectoria. Don Federico fue durante décadas el artífice de la política coahuilense, y OFT reconocía en don Federico a un connotado historiador y a un personaje ilustre de Coahuila.

Como si fuera una broma del destino, Eulalio Gutiérrez Treviño y Óscar Flores Tapia terminaron sus gobiernos con problemas semejantes: acusados de corrupción, quizás por eso ambos personajes han sido olvidados, incluso por aquellos a quien tanto beneficiaron.

Para esos días la UAC ya había cambiado, las vendettas melchoristas ya habían acabado con las aspiraciones académicas, culturales y científicas que se habían diseñado para la nueva Universidad: la Universidad Autónoma, democrática, de auto-gestión y de excelencia educativa. En su lugar había quedado la politiquería, la lucha por el poder, por los cargos y por el reparto del botín, lo que hasta nuestros días es el pan de cada día en la Universidad Autónoma de Coahuila.

Para Eulalio Gutiérrez la situación no era mejor. Lo sustituiría en el gobierno su adversario político. Y para profundizar su trágica situación, luego del último Informe de don Eulalio, (15 de noviembre de 1975), a donde asistió como representante del Presidente, el Secretario de Hacienda Mario Ramón Beteta. Poco antes, Flores Tapia conoció de labios de Echeverría que la administración gutierrista tenía una deuda con Hacienda de más de 500 millones de pesos. Pero de eso nada dijo don Eulalio en su Sexto Informe.

El dinero que adeudaba el gobierno de Eulalio Gutiérrez era de impuestos federales recauda- dos por el estado que no fueron entregados a la Secretaría de Hacienda. Aún así, Florers Tapia se comprometería a pagar la deuda durante su sexenio, pues según escribió: le pareció inmoral pedirle a su amigo Presidente que se la condonara.

En su libro “El Señor Gobernador” Flores Tapia cuenta que “cuando Beteta exigió el pago de los impuestos federales retenidos, el gobernador Gutiérrez llamó a su tesorero, Carlos Ayala, y frente al Secretario de Hacienda lo llenó de injurias, maldiciones, entre las cuales las más suaves eran las mentadas de madre. -¡Me engañaste imbécil! ¡Me aseguraste que todo estaba pagado! ¡Anda y chin… a tu madre!”.

“La deuda ascendía a $ 542’300,338.00… y algo más, la lista de proveedores a los que no se les había pagado hicieron llegar a mil millones la deuda del Estado, recibí en estado de quiebra”.

Alguna vez, antes de publicar “El Señor Gobernador”, le pregunté Flores Tapia a dónde creía que habían ido a parar los millones de pesos de la deuda gutierrista. OFT aseguró que algunos miembros de la familia cercana de Eulalio Gutiérrez habían sido los beneficiarios de esos cuantiosos recursos, con la complicidad de Carlos Ayala, a quien después veríamos como funcionario público del gobierno de Enrique Martínez y Martínez.
Luego se especuló que don Eulalio nunca pudo superar el escándalo de la deuda, y murió un año después de entregar la gubernatura a Flores Tapia, el 14 de enero de 1977. El escándalo de la deuda gutierrista dividió para siempre a la clase política coahuilense, principalmente a la saltillense. 
De allí nació el grupo que seis años después ayudaría a José López Portillo a deshacerse de Flores Tapia: Los López del Bosque, los Gutiérrez, Armando Castilla, Jorge Masso, Óscar Villegas Rico, Abraham Cepeda y otros más.
Por otro lado, Luis Horacio Salinas se convirtió en el florestapista que sobrevivió a su situación de apestado, consiguiendo la posición de “notable” que ahora ostenta. En su nueva faceta de empresario de la comunicación, Luis Horacio dejó atrás los años cuando se le acusaban de todo lo malo que sucedía en Coahuila, cuando era el villano favorito de todos los grupos políticos.

Esta división política influiría en el sexenio de José de las Fuentes Rodríguez (“El Diablo”), y fue determinante en las luchas que equilibraron la política estatal.

También es cierto que la situación que generó la deuda del gobierno gutierrista, impidió que Eulalio Gutiérrez fuera considerado un buen gobernador, aquel que con habilidad y sensibilidad política pudo superar y salir bien de los movimientos independientes que enfrentó en su sexenio: El movimiento por la Autonomía de la Universidad de Coahuila, el nacimiento del movimiento popular con el problema de la colonia Chamizal y la huelga obrera de Cinsa-Cifunsa. Movimientos que ya hemos relatado en las anteriores ediciones.

Aunque parezca una broma del destino, Eulalio Gutiérrez Treviño y Óscar Flores Tapia terminaron sus gobiernos con problemas semejan- tes: acusados de corrupción, quizás por ese motivo ambos personajes han sido olvidados, incluso por aquellos a quien tanto beneficiaron. Y a ninguno de los dos les recuerda como buenos gobernantes.

Pero mientras yo andaba por la selva de la huasteca, los cortesanos coahuilenses, en la toma de posesión de Óscar Flores Tapia, lanzaban al unísono su frase preferida que los distingue del resto de los mortales: “El rey ha muerto, viva el rey”. Así iniciaba un sexenio más en el gobierno coahuilense.

(Continuará).
Florestapismo (1975-1981)…