Saltillo, la ciudad de los malos alcaldes

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1966

por Jorge Arturo Estrada García.

“La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular”.
Edmond Thiaudière.

“Un buen político es aquel que, tras haber sido comprado, sigue siendo comprable”.
Winston Churchill.

Saltillo es un fracaso. Es una ciudad fallida en donde la mayor parte de sus sistemas no sirven, son incompletos y además son obsoletos. Los alcaldes de los últimos 20 años han sido especialmente malos y varios pésimos. La posibilidad de reelección brinda un panorama negro para los sufridos habitantes de la capital coahuilense. Y, lo peor es que además sueñan con ser gobernadores en cuanto pisan el Palacio de Coss.

Tradicionalmente los gobernadores han hecho presidentes municipales de esta ciudad a personajes para impulsarlos o para contenerlos políticamente. Sin embargo, la inefable clase política ha roto con toda lógica y tipos muy poco preparados llegan al Palacio de Coss. Hasta finales del siglo pasado Isidro y Javier López tuvieron derecho de veto y los gobernantes concertaban con ellos. Los únicos alcaldes blanquiazules han sido parientes de ellos: Rosendo Villarreal, Manuel López Villarreal e Isidro López Villarreal, los cuales tampoco destacaron por su talento y eficiencia.

El Plan municipal de Desarrollo de Manolo Jiménez Salinas y sus consejos ciudadanos de cuates y socios no convencen a nadie. Se mueve en una burbuja de cortesanos que trabajan poco, presumen mucho y dan pocos resultados.

En la clase política saltillense la movilidad social se da en forma mucho más acelerada que en el resto de los segmentos sociales. Así, a inicios de la década de 1970 puedes ser un agobiado burócrata federal, clasemediero, poco apreciado por las élites económicas locales y 30 años después eres un influyente millonario y hombre fuerte de la política local, y además contar con un nieto arropado y asociado por los descendientes millennials de los conservadores locales. Actualmente, los juniors de los viejos políticos y los hombres de negocios ya se integraron; formaron alianzas familiares y políticas; acudieron a los mismos colegios, universidades y clubes sociales; y ya preparan, en forma descarada e irrespetuosa, su asalto al Palacio Rosa. Claro, envueltos en su limitada visión y su arrogancia.

En México la movilidad social es muy difícil, particularmente difícil. Si naces pobre puedes tardar 11 generaciones en deja la pobreza. 74 de cada 100 mexicanos que nacen en la base de la escalera social, no logran superar la condición de pobreza. Pero eso sólo aplica para los que tienen que trabajar para vivir, alejados de la demagogia y lambisconería.

A finales del siglo XX los juniors de la revolución y de los ricos del Milagro Mexicano se convirtieron en alcaldes: Enrique Martínez; Mario Eulalio Gutiérrez, dos veces, su papá además fue gobernador y alcalde, su abuelo presidente de la república; Carlos de la Peña, su padre fue jefe de la Comuna; Rosendo Villarreal, su padre también fue alcalde; Miguel Arizpe Jiménez y Manuel López Villarreal. Entre De la Peña y Rosendo estuvo el comerciante Eleazar Galindo, y como sustituto de Villarreal estuvo el abogado Bibiano Berlanga.

A partir del nuevo siglo está movilidad social entre la casta política local se aceleró. Llegó el último palomeado por don Javier López del Bosque: Oscar Pimentel, un avezado político que dio el impulso inicial al Moreirismo, que germinó como grupo en el seno de su administración municipal. En un tiempo trabajó para conseguir la candidatura al Palacio Rosa, pero se la ganó Enrique Martínez.

Posteriormente, sobrevino la debacle para la ex Atenas de México. Humberto Moreira usó su cargo como plataforma para su proyecto a la gubernatura, y gobernó a su estilo: desordenada- mente y consolidando base social amplia. Dejó como heredero a Ismael Ramos, nieto de un alcalde y experto en ingeniería financiera, ahí sí logró que las cuentas cuadraran.
En seguida llegó otro indescriptible persona- je de la política local, Fernando de las Fuentes, hijo del exgobernador José de las Fuentes, otro beneficiario de la revolución en tiempos de José López Portillo, la ciudad tampoco progresó, solamente creció inmerso en la inercia de derroche moreirista, la bonanza petrolera y el auge del Tratado de Libre Comercio en el clúster automotriz local. El Diablito tampoco terminó su período y llegó Jorge Torres López, el encarcelado con tarjeta roja de la DEA, cerró la gestión que también se caracterizó por la mediocridad y la fortuna en dólares que crecía en cuentas bancarias de Texas y el Caribe que acumuló el junior del clan López. Ambos, soñaron con ser gobernadores de Coahuila en su momento.

Jericó Abramo Masso llegó al Palacio
de Coss, con buenas ideas, malos colaboradores y demasiados negocios
y socios encima. Intentó construir un sistema de transporte moderno, pero
fue bloqueado por Rubén Moreira.

Jericó Abramo Masso, un entusiasta priísta y amigo de Humberto Moreira llegó al Palacio de Coss, con buenas ideas, malos colaboradores y demasiados negocios y socios encima. Intentó construir un sistema de transporte moderno, pero fue bloqueado por el gobernador Rubén Moreira y se conformó con hacer un par de biblioparques, una ciclopista que sus sucesores dejaron que se destruyeran. Jericó aspira todavía a ser gobernador, aunque acaba de perder la senaduría.

Otra vez la élite económica local cooperó con otro de sus miembros para estorbar el progreso de Saltillo y abultar la cartera del junior: Isidro Lopez Villarreal. Su tío Rosendo y su hermano Manuel, como alcaldes, ya habían conseguido aguas residuales gratis por 99 años para abastecer al Grupo Industrial Saltillo, y comercializar los remanentes de agua tratada por su empresa AINSA, Aguas industrializadas S. A., haciéndole la competencia al propio ayuntamiento y su planta.

Don Isidro hizo una cocherota, que costó medio millón de pesos junto a su oficina, compró varios terrenos a sus amigos, inició un biblioparque, metió a los juniors a la nómina, regaló un millón de pesos en donas y champurrado entre los que pagaban el predial en los meses de frío. Y otros millones en contratos a sus consentidos. Instauró fotomultas que luego no pudo cobrar. Cobró caro y trabajó poco. No era muy capaz para el puesto y le gusta más el golf que el trabajo, tal vez por eso nunca ha sido CEO del GIS, que fundó su abuelo en un patio de la ferretera familiar, haciendo ollas a mano, personalmente, con una máquina fiada. Saltillo no mejoró, aunque él también aspiró al Palacio Rosa.

Actualmente otro calefacto ocupa la prisidencia municipal. Desde la Silla del Sarape se prepara para llegar al Palacio Rosa. Con un discurso aburrido, vacío, poco efectivo dice que gobierna a una potencia mundial que asombra al mundo. Ya intentó construir el altar de muertos más grande y fracasó, lo mismo con la rosca de reyes en donde le dieron un diploma de Guinness por “la mayor fila de panes del mundo”, y ahora con su turismo temático de Dinos y Vinos que involucra a fósiles de dinosaurios del cretácico con viñedos de viejos políticos priístas y panistas y sus juniors, Rosendo Chuy María Ramón, Popo Aguirre, entre otros, Sorprenderá al Mundo. Qué tal.
Mientras la movilidad de la ciudad es un caos, y se ha convertido en un factor que afecta la competitividad del obsoleto clúster que le da vida a la región. El parque vehicular crece geométrica- mente. El transporte urbano es obsoleto, inservible, corrupto y caro. El 34 por ciento de los saltillense se transporta en Rutas Urbanas, el 38 por ciento en autos propios, el 6 en transporte de personal, el 4 en taxi, y 18 por otros medios. La mitad de la población es afectada por el pésimo servicio de los concesionarios, otra vez, mezcla de políticos y juniors, que acaparan las concesiones de taxis y camiones. Un gran negocio.

La élite económica local cooperó con otro de sus miembros para estorbar el progreso de Saltillo y abultar la cartera del junior: Isidro López Villarreal. Su tío Rosendo y su hermano Manuel, como alcaldes, ya habían conseguido aguas residuales gratis por 99 años para abastecer al Grupo Industrial Saltillo, y comercializar los remanentes de agua tratada por su empresa AINSA, Aguas industrializadas S. A.

Los resultados de Manolo Jiménez son pésimos. Su Plan municipal de Desarrollo y sus consejos ciudadanos de cuates y socios no convencen a nadie. Él se mueve en una burbuja de corte- sanos que trabajan poco, presumen mucho y dan pocos resultados. Lo traen arriba del volantín como dicen los viejos, más viejos.

Lo cierto es que la ciudad es un desastre. Nada funciona con eficiencia. La academia de policía de Saltillo es itinerante y siempre improvisada, y sólo es capaz de graduar a 90 agentes por año y el déficit es de 1600. Saltillo, está en un valle de 30 kilómetro de largo y 15 de ancho y te tarda más de una hora en atravesarlos de punta a punta por el caos vial. Los semáforos no están sincronizados, la planeación urbana vial no existe, el tráfico tiene un diseño de hace cincuenta años, los agentes de tránsito son pocos y son mordelones. Lo mismo que los policías que son colocados como “floreros” en los negocios de amigos, socios y parientes. Los mil millones de inversión que ha anunciado Manolo desde hace meses sólo existe en spot y espectaculares, se han desvanecido mientras el presidente no autorice, el dinero que presume es federal y estatal en gran parte.

Aumentó la tarifa de los autobuses urbanos, negocios de sus amigos, y le echa la culpa al presidente López Obrador y sus gasolinazos. Los pintó de blanco como uno de los mayores logros de su gestión. Nos convirtió en capital internacional del rodeo. Amplía vialidades rumbo a los fraccionamientos familiares en el Norte de la ciudad, señalan los conocedores. Y además las construye con cableados subterranizado para mejorar el paisaje de la zona de los fifís.

Los consejeros del Aguas de Saltillo son viejos miembros y empleados de las élites quienes esconden los nombres de los socios saltillenses de los españoles, les aprueban las cuentas y tarifas. Agsal desperdicia el 40 por ciento del caudal de agua que circula por la red. No hace lecturas en muchas ocasiones y cobra con base en estimaciones infladas, al estilo español de Gas natural. Las tuberías de agua potable de muchas zonas de la ciudad son viejas, son de asbesto y no han sido cambiadas. Para eso se asociaron hace 20 años, por cierto.

Oscar Pimentel, ahora director del Instituto Municipal de Planeación, reconoce 20 años después que Saltillo es una ciudad pésima que su crecimiento es anárquico. Que su transporte es malo, que está contaminada, que creció demasiado en un modelo que enriqueció a terratenientes y fraccionadores, políticos y juniors. Que el agua es escasa y que hay que cuidarla. Que el agua tratada se desperdicia criminalmente. Convertido en experto en agua tras su paso por Conagua, y su participación en la semiprivatización del sistema local, conoce perfectamente las consecuencias de erigir una Ciudad Modelo en Derramadero para 20 mil habitantes y cinco mil casas sobre los escurrimientos de los mantos, y tener fraccionamientos invadiendo las faldas de la sierra de Zapalinamé, y un ciudad sedienta hacia abajo.

Tal vez lo único que faltaría agregar es que el presidente municipal y su equipo no pueden con el paquete. Que Saltillo es mucha ciudad para sus capacidades, y que la demagogia no les alcanza para esconder los problemas. Saltillo es una ciudad de grandes problemas, enormes negocios y malos alcaldes.