Mis sexenios (14)

0
1973

José Guadalupe Robledo Guerrero.

Florestapismo (1975-1981)

A cambio de Rectoría, Melchor de Los Santos consiguió un puesto de asesor en la SEP con el Subsecretario Eliseo Mendoza Berrueto en donde sobrevivió
de manera indigna los meses posteriores a la entrega de la Rectoría de la UAC.

Estuve en Torreón cumpliendo con mis compromisos laborales y alejado de la política universitaria. Una vez terminada mi encomienda en los hospitales universitarios de Torreón, antes de que Melchor terminara su gestión, solicité mi cambio a Saltillo, y me enviaron a la Dirección de Planeación, cuyo Director era Pablo Reyes Dávalos. Eso fue en marzo de 1977. Allí supe que Melchor de los Santos no pensaba reelegirse.
Luego que retorné a Saltillo me reencontré con la política universitaria y con otros que pensaban lo mismo que yo con respecto a la UAC. Coincidíamos en que debía mantenerse la Rectoría de la UAC alejada de los enemigos de la Autonomía. Por eso, cuando Flores Tapia impuso como único candidato a Rector a Óscar Villegas Rico para relevar a Melchor, algunos decidimos conspirar en contra del candidato gubernamental, pero la conspiración de la mayoría fue verbal. 

Melchor ya no quiso reelegirse, temía enfrentarse a Flores Tapia y por eso obedeció sus órdenes. Antes de entregar la Rectoría, Melchor hizo un intento de conciliarnos con Villegas Rico. “Yo les ayudó”, se ofreció. Melchor tenía la orden florestapista de entregar la Rectoría sin conflictos, por eso le interesaba que Villegas no tuviera problemas con quienes lo habían enfrentado 5 años antes.

Finalmente todos fueron a la casa de campaña de Villegas. Yo no hice caso. Esa resistencia marcaría mis futuras relaciones con el villeguismo. Algunos negociaron con Villegas, Pablo Reyes se fue a estudiar un postgrado a Francia y el resto se montó en la ola villeguista, haciendo todo tipo de malabares y traiciones. Mi puesto laboral quedó en la estructura de Tesorería, cuyo titular era Mario Dávila Flores.

En esos días acompañé a Melchor en su soledad. El grito de los cortesanos “El rey ha muerto, viva el rey” estaba en su máximo apogeo, nuestras charlas eran sobre: filosofía, teoría política, libros, música y recuerdos de los tiempos de lucha. Melchor nunca fue capaz de hacer una autocrítica a su gestión rectoral, ni en esos días próximos a entregar la Rectoría de la UAC al enemigo de los universitarios y de la Autonomía. Melchor le devolvería el poder universitario al gobierno, cinco años después que se lo habíamos arrebatado con un movimiento estudiantil.

Nunca supe por qué Flores Tapia le entregó la Rectoría de la UAC a Óscar Villegas Rico, sobre todo por el pleito irreconciliable que hubo entre Flores Tapia y Eulalio Gutiérrez Treviño, derivado de aquel faltante de más de 500 millones de pesos que se le detectó al gobierno gutierrista al momento de la sucesión. 

Esta pugna no fue sólo de dos personas, sino de los “ismos” (gutierrismo y florestapismo) que durante años permeó a la política local, cuyas anécdotas mostraron la animadversión de estos dos grupos, como aquella de cuando Luis Horacio Salinas Aguilera fue rechazado por los familiares de Eulalio Gutiérrez cuando fue a presentarles sus pésames con motivo de la defunción del ex gobernador. Luis Horacio fue calificado de traidor.
Melchor se resistía a hablar de política. Se mostraba frustrado. Flores Tapia no quiso que se reeligiera, y no tomó en cuenta a los candidatos de Melchor, uno de ellos Pablo Reyes Dávalos.

A cambio de entregar la Rectoría, Melchor consiguió un puesto de asesor en la SEP con el Subsecretario Eliseo Mendoza Berrueto en donde sobrevivió de manera indigna los meses posteriores a la vergonzosa entrega de la Rectoría de la UAC. Mientras tanto, a la usanza de los priistas, Villegas arrasó en las elecciones. Los grupos universitarios -como siempre- mostraron su abyección, y organizados por Melchor se fueron a la cargada.

En la negociación que Villegas tuvo con Melchor, se acordó ratificar en sus cargos a los principales funcionarios melchoristas, luego los iría sustituyendo, en la medida que se interiorizaba en el manejo de la Universidad. 

La Rectoría de la UAC representaba para los gutierristas volver a la política, a través de la rehabilitación del ex Secretario de Gobierno de Eulalio Gutiérrez. Con este premio Flores Tapia le pagaba a Villegas las deslealtades con el ex gober- nador Gutiérrez, que para entonces había fallecido.
Años después, en 1984, cuando el Movi-miento Pro Dignificación de la UAC estaba en pleno desarrollo, visité a Flores Tapia, con quien había establecido una relación amistosa luego de que lo obligaron a renunciar a la gubernatura. Aquella vez, Flores Tapia me recibió con una pregunta: “Qué traen contra Villegas Rico”. A grandes rasgos le expliqué lo que él ya sabía.

Flores Tapia respondió a mi explicación y reproche: “Hice a Villegas Rector, porque fue el mejor que encontré para dirigir la universidad”. Defendía su error, aún cuando ya estaba claro que Villegas era miembro del grupo antiflorestapista que lo había acusado de corrupción en el Estado, y que había ayudado a echarlo del gobierno tres meses antes de terminar su periodo constitucional.

Desde que tomó posesión como Rector, Villegas acarició la idea de convertirse en goberna- dor de Coahuila, alentado por los Gutiérrez, los López del Bosque, Armando Castilla, Jorge Masso, las cúpulas empresariales y los cortesanos de oficio, tanto de la UAC como de la política local. Villegas logró con zalamerías que Flores Tapia le dejara hacer y deshacer en la UAC, convirtiéndola en el principal bastión del antiflorestapismo. 

Para mí los primeros meses del rectorado de Villegas fueron difíciles. Mis relaciones con Villegas y los villeguistas estaban deshechas, y sin yo pretenderlo, confrontadas. Mi pecado fue seguir en contacto con Melchor, a quien visitaba una o dos veces al mes en el Distrito Federal. Para enviarme mensajes, Villegas enviaba al dócil tesorero, Mario Dávila Flores. Por mi parte, invariablemente mandaba al diablo a los mensajeros, nadie me diría quienes serían mis amigos en mis horas libres mientras cumpliera con mis tareas laborales. Continúe con mis procesiones mensuales a la ciudad de México y sobreviví.

En esas estaba cuando las trabajadoras del Hospital Universitario de Saltillo (HUS) tomaron las oficinas administrativas, exigiendo la destitución del Director Jorge Fuentes Aguirre, del Subdirector Raymundo Verduzco Rosán y de la Jefa de Enfermeras Sofía Ríos Salazar. Los acusaban de prepotentes, arbitrarios, déspotas y de mantener una gran corrupción en el Hospital.

Esto no era extraño. Raymundo Verduzco, por ejemplo, además de las historias de pésimo médico, también ha sido señalado de corrupto. En el sexenio de Eliseo Mendoza Berrueto, fue suspendido de Coordinados de Salud por anomalías encontradas en una auditoría federal: facturas alteradas en su precio real.

El conflicto del Hospital Universitario desató especulaciones. Se creía que la protesta laboral había sido organizada por Villegas para sacar de la dirección hospitaria a Jorge Fuentes Aguirre, hermano de “Catón”, otro de los mal vistos. Pero las acusaciones de las trabajadoras eran ciertas, se confirmaron con la grosera corrupción que se encontró en el HU.

En ese entonces, el ex Rector Arnoldo Villarreal Zertuche ya había terminado su gestión como Diputado Federal y había retornado a la UAC, en donde Villegas le dio el cargo de Coordinador de Hospitales. Su nombramiento era honorífico, ni siquiera tenía oficina, era otro de los marginados por Villegas, porque lo consideraba su enemigo desde que renunció a la Rectoría para irse de candidato a Diputado Federal. Villegas lo acusó de ser el instigador del Movimiento de la Autonomía Universitaria.

Villegas envió a Villarreal Zertuche a apagar el fuego en el HUS, y le pidió que me comisionara con él. A su estilo nos pidió que entabláramos pláticas con los inconformes, pero que no nos comprometiéramos, pues sólo necesitaba 48 horas para solucionar el caso. Nos dijo que discretamente investigáramos la corrupción.

Algo evitó que Villegas solucionara el problema, pues fuimos por 48 horas y estuvimos más de tres años. Villegas se desentendió del conflicto y nos dio luz verde para resolverlo. De inmediato se destituyeron a las autoridades que acusaban los trabajadores y se nombró como Director a Arnoldo Villarreal Zertuche, como Subdirector a Hugo Rogelio Castellanos Ramos (+) y como Jefa de Enfermeras a Dora Alicia Villa. 

Con ayuda de los trabajadores más informa- dos hicimos una enorme lista de latrocinios hechos o permitidos por los “notables” médicos (Jorge Fuentes Aguirre y Raymundo Verduzco Rosán). Le entregué los datos de la corrupción a Villegas, quien los guardó sin hacerlos públicos, “para no politizar el asunto”. Nadie fue acusado de corrupto, a pesar de que había muchos prospectos a tal distinción. Lo cierto es que en la corrupción hospitalaria estaban involucrados algunos parientes de los villeguistas del primer círculo, entre ellos, un hermano de Valeriano Valdés Valdés que fungía como Administrador del HUS. 

Acordamos con los sindicalistas que homolo-garíamos las condiciones de trabajo y salariales de los trabajadores del HUS, y organizamos laboral y administrativamente el nosocomio, se hizo la remodelación del Hospital sin limitar los servicios, y combatimos la corrupción. Fue la única época en que hubo números negros en el HUS 

Recibimos el Hospital Universitario de Saltillo convertido en un verdadero desmadre. Se hacía negocio con todo, y había trabajadores paga- dos por el hospital que servían de sirvientas, cocineras, vigilantes, jardineros y choferes, en las casas de algunos funcionarios universitarios villeguistas.

Villegas terminó aceptándome, pero quería estimular mi deslealtad con Villarreal, bajo aquello de que “divide y vencerás”, pero no lo consiguió. El Hospital Universitario no tenía en ese tiempo ni un archivo de sus trabajadores. Las prácticas de servicio eran las mismas de la burocracia gubernamental. La corrupción permanente y en todas las áreas estaba implícita en el desempeño diario de los directivos. Como muestra basta un botón: los más viejos trabajadores comentaban que en una ocasión cuando fue relevado de su cargo un director, ya de salida -antes de dejar su oficina- se apropió de los recursos con que se iba a pagar la nómina laboral, aprovechando que su destitución se había hecho el día de quincena. 

El HUS era en ese momento el Hospital Civil de la ciudad. Allí iban los que tenían dinero y los más pobres que contaban con IMSS, ISSSTE u otra alternativa de salud. Se le dio orden y organización al Hospital. Se diseñaron todos los sistemas administrativos de supervisión y control, algunos de los cuales aún persisten pese a la “modernización” que supuestamente se ha hecho en las últimas décadas. “Modernización” que no no ha sido otra cosa que elevar las tarifas del hospital en perjuicio de los que menos tienen.

Sin pretenderlo me involucré nuevamente en la política sindical universitaria. Había compañeros que deseaban tener una delegación sindical “de a deveras” y querían nuestro apoyo. Los hospitales eran idóneos para esta labor sindicalista, porque en ese entonces -como lo he dicho antes- los tres hospitales universitarios aglutinaban a alrededor del 30 por ciento de la planta laboral de la UAC. Por otra parte, los trabajadores hospitalarios eran en aquel tiempo los más combativos, unidos e independientes del sindicalismo universitario. Por eso constituyeron una fuerza política importante en el interior del STUAC cuando el STAMUAC se desintegró. 

Por estas y otras razones logramos el reconocimiento de Villegas y el respeto laboral. Desde entonces Villegas constantemente me citaba a su despacho para platicar, en esas charlas me confió algunos secretos de la política universitaria. Así fue como me enteré, de labios del propio Villegas, que su Secretario General, Ariel González Alanís -durante su campaña para Rector- le había dado una nómina de universitarios destacados en la que reunía todas las características de su personalidad: ideología, traumas, problemas mentales, creencias, defectos, vicios, conductas, actitudes, motivos que los impulsan, etc. Y supe hasta entonces que yo estaba en esa lista delatora y hecha con suposi- ciones psicológicas de Ariel González, “el espía chino” universitario. Cuando conocí toda la especulación arielista sobre mi persona, me reí, qué más podía hacer ante tanta estulticia academicista.

Poco después de la confidencia, Villegas preguntó mi opinión sobre algunas cuestiones que le habían comentado. Según esto, Ariel González Alanís le había dicho que Luis Horacio Salinas Aguilera, uno de los enemigos de cabecera del Rector, estaba haciendo política en la UAC para conseguir la Rectoría. Eran tiempos en que Luis Horacio estaba apestado.

Mi respuesta fue negativa. Luis Horacio no podía ser Rector de la UAC ni le interesaba, y en política las desavenencias son porque dos personas quieren al mismo tiempo el mismo cargo, el mismo negocio o la misma mujer. Y nada de estas tres cosas se disputaban Villegas y Luis Horacio.

Villegas se dio cuenta de la tortuosidad de su Secretario General, se lamentó de su engaño y dijo: “He querido cambiarlo de puesto, pero hay quienes aseguran que se crearía un conflicto por eso. ¿Usted qué cree?”, preguntó a boca de jarro. Objetivamente le dije lo que yo creía, que nada pasaría, y le recordé una reflexión que en otra ocasión me había compartido: “Nunca acorrale a un gato, porque se expone a que se le eche encima y lo arañe”.

Por eso le recomendé que si tenía pensado cambiar a González Alanís, le diera una salida decorosa. Días después Villegas crearía la dirección de Postgrado, y para deshacerse de Ariel, lo destituyó de la Secretaría General y lo mandó como primer titular de Postgrado. Ariel fue recluído en un pequeño nicho y dejó la administración central y por supuesto, ya no hizo daño con sus acostumbradas intrigas.

Por ese entonces, al ver algunos casos que llegaron al Hospital Universitario, fui testigo de los abusos de la policía judicial al mando de Mario Guerra. Cada fin de semana llevaban a urgencias a modestos obreros o albañiles golpeados por los “guardianes del orden”, sólo porque reclamaron abusos en su detención por infracciones administrativas, o porque no les habían dado el soborno que solicitaban. Así estaban las cosas en el reinado florestapista, y aún faltaba la mitad del sexenio de Óscar Flores Tapia…

(Continuará)
Florestapismo (1975-1981).