Sería lamentable convertir el “dos de octubre no se olvida” en un simple mito oportunista

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Adolfo Olmedo Muñoz.

Como todos los años, a partir de aquel glorioso 1968, el día 2 de octubre es motivo de un manoseo mediático obsceno a veces, perverso en otras ocasiones debido a los intereses de los emisores de tales o cuales comentarios al respecto, chocantemente ignorantes los más y pocos, muy pocos, se constriñen a buscar una verdad, ya no histórica, por aquello de que “la historia la escriben los vencedores”. Creo que sería mucho mejor tratar de emprender un estudio serio, a fondo, sobre lo que podríamos denominar una paleontología socioeconómica, holística, que nos lleve por los más oscuros recovecos de nuestra génesis como nación.

La anarquía no tiene color, es ontológicamente oportunista:
de derecha, de izquierda, de arriba, de abajo. Ni siquiera se pueden catalogar entre buenos o malos, y como otros males sociales, es contagiosa, pervertidora, que crecerá más y más
en la medida en que se sea cómplice ideológico de ellos,
en lugar garantizar un régimen de derecho.

Un estudio de nuestro ADN en una antropología sociocultural por la que podamos reconocer, ¿dónde hemos estado?, no tanto para regresarnos pues, como dijera el propio José José (QEPD); “Ya lo pasado, pasado”. Sí que nos permita conocer desde la “variopinta” perspectiva de los actores en el abstruso universo social y cultural que nos define como mexicanos. Conscientes de que no necesariamente el sistema en que vivimos puede o debe ser determinado como la suma de todos los componentes en que se ha ido descomponiendo nuestra evolución genética, desde el punto de vista de la sociología.

Me confieso que yo mismo no sé por dónde empezar, aunque, quiero expresar, por lo menos como una tesis, una opinión que no hurto, pues de alguna manera, superficial o profunda (eso solo yo lo sé), participé activamente en los acontecimientos que se desencadenaron a partir de una estúpida riña entre alumnos de dos planteles, uno del sector público, la vocacional 5 y otra una preparatoria particular conocida como “la Isaac Ochoterena” de donde eran alumnas unas muchachitas de muy buen ver (y mejor tocar, decían), que fungieron como “manzanas de la discordia”, pugna que derivó en una disputa callejera… su revancha… otra bronca, hasta que intervienen los granaderos, jenízaros de la represión social y política de entonces.

Eso hoy es irrelevante, como mucha de la paja que en verborrea se manosea en medios como las autonombradas “redes sociales”, a diferencia de documentales muy interesantes y reveladores, expuestos por cortesía de la filmoteca de mi Alma Mater, la Universidad Nacional Autónoma de México. De literatura, abundan los “puntos de vista” que suenan acompasados por estribillos que suenan de mucha, pero mucha hipocresía, a tal cual más interesada en “llevar agua a sus molinos”.

Incluso los molinos de viento, como aquellos que dibujara textualmente el “Manco de Lepanto” y su Don Quijote, símbolo del más puro idealismo, que se vio aquel entonces encarnado en la mayoría de los alumnos de escuelas públicas y no pocas privadas, de diferentes niveles, sobre todo de preparatorias y vocacionales, pero los de mayor peso fueron los de escuelas y facultades del nivel profesional, que participamos (yo matriculado en la Facultad de Derecho) en esa jornada de lucha por una mejor democracia; la inclusión de una mayor y más variada participación de corrientes ideológicas, y desde luego en la lucha por la mayor y mejor inclusión de las juventudes populares, obreras, campesinas y desde luego estudiantiles.
En ese crisol, las propias consignas de mayor libertad, se dio cabida a:
buenos y malos. Al final, todos con derecho, pero creo que ya es tiempo de despojar los disfraces y las máscaras de muchos de ellos, que, con fines propagandísticos, se pretenden vestir de blancas palomas cuando en realidad, fueron, son y serán, mientras no lo reconozcan, cínicos, mediocres y cobardes “gavilanes”.

Los bandos eran los mismos que desde nuestros orígenes como nación: liberales y conservadores. Etiquetas que han ido cambiando con el tiempo enclocadas e incubadas por la ignorancia, que aún hoy propician los diversos “profetas” de paraísos terrenales; todos ellos enclavados en una cartografía sociopolítica pergeñada desde finales de los años cuarentas y en los cincuentas del siglo pasado, en la que se dividió al mundo en: Culturas occidentales y culturas orientales; Capitalistas o socialistas; Economías del hemisferio norte, industrializadas, y del hemisferio sur, de vocación según los artífices cartógrafos, que desde el final de la segunda guerra mundial, ya sabemos quienes son, como “campesinos”, así, con una connotación peyorativa al punto de etiquetarlos como: países subdesarrollados, dependientes de los desarrollados “industriales”, tecnológicamente avanzados y especuladores de los grandes capitales del orbe.

En no pocas ocasiones he querido convencer a mis amigos, de que nuestro país ha sido usado desde hace ya muchos, muchos años, como un laboratorio de experimentación, como un trampolín, como circo romano para las arregladas peleas de gladiadores, ideológicos o puramente mercenarios. Pero eso sí, todos dependientes de un “patrón” o patrones que, desde lóbregos tapancos, sostienen los hilos de los activistas locales e internacionales encubiertos con zaleas de corderos como “consejeros comerciales, embajadores, promotores de la cultura y de la inversión”, etcétera. Repito, idealistas o mercenarios, al fin y al cabo, influyentes todos en el devenir histórico de una sociedad como la nuestra, que se nutre, desde antes de 1810, de una anarquía crónica, endémica.

Hasta la reforma emprendida por el licenciado Benito Juárez, los bandos eran bastante definidos o definibles. Sin embargo, la filosofía política en el mundo empezó a marchar de manera más y más acelerada, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con una gama cada vez más amplia en los campos de las ideologías, aunque partiendo casi siempre de aquella dicotomía entre conservadores y liberales; de derecha y de izquierda como se etiquetó después.

Pero una de las primeras influencias evidentes en el devenir sociocultural de México lo fueron las ideas de Mijaíl Bakunin, un ruso decimonónico, pero, sobre todo, las del filósofo de la política, el francés Pierre Joseph Proudhon, padre del anarquismo “moderno” quien con el filoso escalpelo de su ironía y valor intelectual como filósofo de la sociología, practicó crudas vivisecciones en sus publicaciones donde habló sobre la “Filosofía de la Pobreza”; se preguntó y se contestó sobre qué es la propiedad privada, la que calificó como un robo.

En lo personal, llamó mi atención de inicio, su estudio sobre “El principio del arte y sobre su destinación social” donde incluye conceptos como “arte social” y de la “estética sociológica”. Fue de los primeros pensadores que se cuestionaron sobre “¿cuál es la utilidad del arte?” Y sobre “¿Cuál es la función de los artistas en la sociedad?”.

En un alarde de sinceridad, se autonombró “carente del sentido del gusto” lo cual para mi resulta un viejo ancestro del llamado “arte Kitsch” que, estéticamente hablando no es más que “el gusto por el mal gusto”.
Su pensamiento parte de su animadversión hacia el clasicismo y el romanticismo, sobre los que opina que: El refinamiento del arte llevó siempre a la corrupción y que, por ello, hoy (segunda mitad del Siglo XIX), desde hace poco más de 200 años, hemos ido hacia lo más profundo de la corrupción, incapaces de hallar una salida más que la anarquía estéril.

Habría mucho que profundizar en sus teorías de filosofía estética, por ahora, he querido tomar al mismo inventor del término “anarquía”, para comentar que en la política vivimos también, como en el arte, la más estéril anarquía. En lo social, en lo político, en lo económico, en lo cultural y en lo moral, estamos hundidos en una ignorancia extrema que solo le conviene y por ello la mantienen, a los que pelean por el poder.

La anarquía no tiene color, es ontológicamente oportunista: de derecha, de izquierda, de arriba, de abajo, ni de Dios ni del Diablo. Bueno, ni siquiera se pueden catalogar entre buenos o malos, son simplemente perversos, y como otros males sociales, es contagiosa, pervertidora, que crecerá más y más en la medida en que se sea cómplice ideológico de ellos, en lugar procurar y garantizar un régimen de derecho (la civilizada normatividad); mientras se engañe a la sociedad con amenazas de “acusar a los infractores” con sus mamacitas, México seguirá siendo un país “de tercera!”.

Lo único esperanzador es saber que, como dijo el propio Marx -santo de devoción de la mayoría de los “funcionarios” de la actual administración; tarde o temprano “todos los sólidos se desvanecen” en el aire, éter en el que parasitan hoy, una gran masa de población, anarcos por naturaleza, liderados por un anarco que no ha entendido aun, que no es lo mismo “andar de borracho impertinente, que llegar a ser el cantinero”.

El kitsch de la política; el mal gusto del actual ejercicio de la lucha por el poder apesta como la obra del sedicente fotógrafo David Nebrada, autor entre muchas otras depravaciones, de: “Merde d’artista”, que recuerdan irrevocablemente muchos de los actos del gobierno en el último año. Es un hecho que Nebrada no es “fifí”, y nunca será de sociedad, bueno, por lo menos, de la sociedad “mutualista” actual.

Por todo ello, vemos que, lamentablemente “El 2 de octubre no se olvida” por caprichosos enfoques, cada vez, “se reinventa”.