¿Tenía que llegar el FBI para que AMLO cambie su política de “abrazos no balazos”?

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Adolfo Olmedo Muñoz.

Quizá en Coahuila haya caído la última gota que derrame el vaso y se desenmascare al fin la mañosa tolerancia, y por ende complicidad de Andrés Manel López Obrador en la escalada violenta de los cárteles de la droga.

Quizá en Coahuila haya caído la última gota que derrame el vaso y se desenmascare al fin la mañosa tolerancia, y por ende complicidad de Andrés Manel López Obrador en la escalada violenta de los cárteles de la droga, que en muy breve tiempo -menos de tres meses- no sólo han puesto en jaque al propio presidente de México, sino merced a su endémica ineptitud, a la estabilidad del país al propiciar una mayor y más abierta injerencia de los Estados Unidos.

La gente culta, entiéndase, la gente que ha estudiado historia de nuestro país tiene bien claro, que desde hace muchas pero muchas décadas, quizá desde antes de 1847, nuestro país ha sido acotado sistemáticamente por el imperio norteamericano, y que en muchos (al menos los más trascen- dentes) de los más espectaculares hitos de nuestro desarrollo histórico, podemos ver la mano de los estadounidenses.

Resulta por demás sospechoso el hecho de que tanto en la pifia de la operación de captura de Ovidio Guzmán, hijo del “Chapo” preso en los Estados Unidos, ocurrida en Culiacán, Sinaloa, el pasado mes de octubre y el artero y cruel ataque a miembros de la familia LeBaron en el que murieron seis menores y tres mujeres abatidos por cientos de balas y luego incineradas en el vehículo en que viajaban, en los límites de los estados de Chihuahua y Sonora, en los primeros días de noviembre, hagan patente la vinculación de autoridades estadounidenses.

En el primer caso, la orden de captura de Ovidio el hijo del “Chapo” provenían de las autoridades judiciales del vecino país del norte, operación para la cual, por su improvisación y rudimentaria actuación de autoridades judiciales de nuestro país, que se hicieron acompañar de un puñado de militares, se vieron obligados a enfrentar la furia irracional de la jauría delincuencial del cártel de Sinaloa que, ante la captura del “chapito”, provocaron balaceras, desordenes y amenazas en toda la ciudad y en alrededor de una hora, por órdenes del presidente, el ejército capitulara, provo- cando la deshonra del Ejército mexicano.

En el caso de la comunidad mormona de Mexicoamericanos, la familia LeBarón, ubicada en la frontera de Sonora con los Estados Unidos, la cuestión se puso más delicada, pues provocó que el inestable intelectual de Donald Trump, no tardara en señalar que pediría a sus órganos legis-lativos internos que catalogaran a los cárteles mexicanos de la droga como “organizaciones terroristas” con lo que se abre potencialmente una rendija para que se diera pretexto para llevar a cabo incursiones, territoriales, económicas, judiciales y desde luego diplomáticas, de insospechadas consecuencias para nuestra nación.

El sofisma populista impuesto en el monólogo “amloista” ha llegado a su límite y aunque en las encuestas la popularidad del “folclórico” manda- tario permanezca en el mejor ánimo del populacho, se deja ver en esas mismas encuestas que la mayoría de los mexicanos, no está de acuer- do con la política que está llevando, sobre todo en cuanto a la inseguridad y la desestabilidad económica.

El abuso que viene haciendo del poder que le dio el momento histórico social y político de nuestro país, ante el caduco sistema de partidos políticos, tiene el límite, cada vez más cercano, de la fría realidad.

La agresión contra la familia LeBarón, provocó que el inestable intelectual de Donald Trump, pida que cataloguen
a los cárteles mexicanos como “organizaciones terroristas”, para
abrir una rendija que les diera
pretexto para hacer incursiones territoriales, económicas, judiciales y diplomáticas, de insospechadas consecuencias para nuestra nación.

El problema es que está hipotecando la estabilidad de nuestra inacabada democracia; está erosionando a la institución del estado para erigir en cambio, una caricaturesca dictadura populista en la que evidentemente, a contrario sensu, lo menos que le importe sea la comunidad nacional. Él solo apela al pueblo para usarlo como una fachada, como una coraza para contener a sus enemigos, que por cierto son más los que ha venido haciendo en éste su primer año de mandato, que los que tuvo durante su larguísima campaña hacia la presidencia que hoy, “haiga sido como haiga sigo” ostenta con cinismo.

En el caso de Coahuila, se pueden hacer varias lecturas, una de ellas, muy evidente, es que el gobierno del priista Miguel Ángel Riquelme es cobijado por el morenismo en el poder. La otra es que, gracias al salvaje y artero ataque de uno de los cárteles al pequeño e indefenso municipio de Villa Unión, empieza a abrir mejor los expedientes de lo que es en realidad la estructura del crimen en nuestro país.

Se sabe ahora, por ejemplo, que son más de trecientas organizaciones criminales, denominadas cárteles, en todo el territorio nacional, pero lo más importante es que se empieza también a transparentar la injerencia de grupos económicos y delincuenciales de los Estados Unidos, que, de manera directa o indirecta, han sostenido, si no es que propiciado, la delincuencia organizada en nuestro país.

Pero se ha puesto también en evidencia, que el estado mexicano tiene conocimiento de la existencia de las organizaciones criminales transnacionales desde hace ya muchos, pero muchos años, solo que, por ineptitud, por sometimiento, por complicidad o vaya usted a saber por qué las autoridades mexicanas fueron “incapaces” de desmembrar ese cáncer del narcotráfico.

En la danza de los miles de millones de dólares producto de la delincuencia han bailado en complicidad autoridades de las dos naciones limítrofes.

Esperemos que estas pifias que provoca la ineptitud de la “morena” no le den pretexto a la voracidad de los yanquis, ¡ya sabemos del apetito feroz! que desbordan los gabachos ante cualquier país que sienten endeble.
Este último acontecimiento ocurrido el último día de noviembre en Villa Unión, pudiera significar la toma de consciencia y la determinación para fincar una colaboración abierta, pero respetuosa de la soberanía de ambos países, para que, las autoridades tanto de la Unión Americana como de México transparenten e intensifiquen una colaboración que cada vez es más urgente, antes de que venga una “quinta” y definitiva transformación, o deformación para ser más precisos.

Y sospecho, que la creciente participación del FBI norteamericano mostrará muy pronto, la ineficiencia de las autoridades mexicanas, representadas en principio, por su estructura judicial que, como se han venido mostrando, tiene mucha cola que le pisen.