Luis Eduardo Enciso Canales.
«En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
George Orwell.
La pandemia ha dejado expuestas muchas cosas al derribar los endebles entretelones que cubrían el andamiaje de la estructura social, cultural, política y educativa que nos conforma como país, dejando expuesta la morfología del ser nacional que somos, el México de a de veras, el real. La crisis de salud ha traído consigo otras dificultades para las cuales simplemente no estábamos preparados para enfrentarlas porque estas exigían una visión de futuro imposible en un país ficticio metido en la supervivencia y en la inmediatez de las reinvenciones sexenales. En donde la honestidad, disciplina, unidad, consenso y liderazgo son simples figuras de ornato. Esta epidemia nos ubica de frente contra el espejo obligándonos a ver el deterioro que ya venía avanzando, pero del que hoy se aceleran sus consecuencias. Por ello, las circunstancias han creado una disyuntiva que antes no parecía probable; caminar decididamente hacia la democracia o retornar abruptamente al autoritarismo. La democratización exige necesariamente el ejercicio constante del dialogo abierto y sin censura, algo que por supuesto no ha existido en nuestro país porque esto demandaría un urgente “fuera mascaras”, quitarnos de una vez por todas ese “cubrebocas” ancestral e imaginario que nos ha impedido hablar de frente para poder reconocernos tal cual somos.
En la actual crisis de salud, que paulatinamente se ha ido generalizando a diversas áreas, las verdades a medias ya no tienen cabida, como lo dijera Chomsky; La población en general no sabe lo que está pasando, y ni siquiera sabe que no lo sabe. Hoy los gobiernos deben estar generando un dialogo social, no político, que priorice la verdad y que hable de un desarrollo incluyente y no solo, como ha venido sucediendo desde hace mucho, beneficie o privilegie a unos cuantos. Porque en este trance no existe el “sálvese quien pueda”, la realidad nos está demostrando que estamos ligados unos a otros. Para poder remontar esta nueva crisis pandémica habría que entender primero que el mundo cambio y que con ello también está colapsando el sistema de privilegios, es insostenible pensar que el virus de la desigualdad se podrá combatir con analgésicos sociales, hoy los pobres son más pobres pero además la clase media está seriamente disminuida y afectada, la brecha de la desigualdad es una profunda grieta que amenaza los intereses que siempre han lucrado con el statu quo y que han obstaculizado el avance por décadas, si no es que por siglos. Si a eso le aunamos el gran botín que se vuelven las crisis para los grupos políticos que tratan a toda costa de sacar partido de la desventura ajena.
Por eso y con toda razón se dice que nada como una crisis para demostrar cómo realmente somos. Las crisis sacan lo mejor y lo peor de las personas, de los gobiernos y de los países.
Esta situación está siendo la gota que derramo el vaso, creada por una brutal recesión derivada de la pandemia y agravada por la forma en que el gobierno ha conducido los asuntos públicos. Antes de esto nos encontrábamos en el momento justo en que el país demandaba un gran liderazgo y una apertura democrática a sabiendas que esta tiene costos, pero sus virtudes son únicas. La oportunidad ideal estaba ahí, creada por una crisis política y de credibilidad, pero la población se está topando con un presidente incapaz de alterar sus prejuicios y preconcepciones, y que por lo tanto se está quedando a la deriva, sin control y sin timón. Paradójicamente sus opositores aplauden y se regodean de los desaciertos del presidente sin alcanzar atisbar que incluso ellos también viajan en el mismo barco. El ex primer ministro de Gran Bretaña Harold MacMillan, afirmó en alguna ocasión que lo que más le preocupaba era “lo inesperado” porque eso marcaría su futuro. Es decir, lo inesperado es una oportunidad de ser diferentes ya que no puedes resolver un problema “nuevo” tratándolo con el mismo criterio que siempre los has hecho.
El momento es por demás propicio para un cambio en el rumbo por la contraposición de posturas y demandas que van desde los gobernadores hasta los desempleados, los empresarios, los presidentes municipales, y la sociedad en general. El margen de maniobra para el presidente es limitado y más por navegar a ciegas como lo ha hecho en medio de esta crisis. Nadie sabe cuál será el devenir, pero la oportunidad es única siempre y cuando nos quitemos las máscaras, derrumbemos el mito del cubrebocas que nos impide hablar y logremos generar la pregunta clave ¿cómo salir de la recesión juntos? Sin que esto se vuelva una torre de Babel donde todos hablan y nadie diga nada, o lo peor, que cada quien jale para su lado. La tesitura es simple, o el gobierno impone sus preferencias y obliga a toda la población a seguir sus pautas, o la sociedad comienza a tomar control de su devenir. Lo cierto es que nos es momento de polarizar al país, el horno no está para bollos, es el momento de dejar de fingir y sobre todo de mentir, porque la mentira también cobra vidas. Cierro con una frase del gran Albert Camus que quizás logre ilustra esto de mejor manera; “Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizás sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”