José C. Serrano Cuevas.
Juan Ramón de la Fuente es autor del libro La sociedad dolida. El malestar ciudadano. Él es médico egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con especialidad en psiquiatría cursada en la Clínica Mayo de Rochester, Minnesota, Estados Unidos.
En su práctica profesional se convirtió en un reputado investigador, con un influyente trabajo en el campo de las adicciones. Su alma mater , la UNAM, lo llamó para que encabezara la Coordinación de la Investigación Científica en esa casa de estudios, donde ha sabido combinar la práctica médica con su vocación como educador.
Entrevistado por Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez, coautores del libro El intelectual mexicano. Una especie en extinción, el ex rector de la UNAM, ex secretario de Salud, ex presidente de la Academia Mexicana de Ciencias, doctor honoris causa por 19 universidades en México, Canadá, Estados Unidos, Europa y Sudamérica, afirma que “dentro de los diversos campos de la medicina, el más fascinante de todos es el que trata de entender los mecanismos cerebrales que subyacen a nuestra conducta y a nuestra naturaleza misma”.
En dicha entrevista, el doctor de la Fuente se refiere al rol del rector como quien tiene que estar al frente de una institución y de una comunidad plural, disímbola, muy crítica, diversa, donde se aprende que discrepar es un privilegio de la libertad, que no debe verse con encono; aceptar que disentir es parte del quehacer universitario; aceptar que coincidir es un privilegio de la razón. La realidad coloca a cada quien en escenarios donde estas dos posiciones conviven como les es posible hacerlo.
Desde su atalaya del conocimiento Juan Ramón de la Fuente ha podido constatar que el malestar ciudadano viene de la inconformidad, del hartazgo de la gente en respuesta a la injusticia derivada de un modelo de desarrollo global que ha abierto más la brecha entre los que tienen y los que no, entre aquellas pocas vidas que los gobiernos han decidido proteger, Karime Macías Tubilla es una de las PRIvilegiadas, en relación a aquellas que han decidido abandonar.
En medio de un sistema que no ha dudado en erradicar muchas de las políticas públicas de bienestar emergen el enriquecimiento desvergonzado de una cuantas élites internacionales y locales y la desigualdad social llevada al extremo. “En México los gobiernos han hecho que prevalezca un sentimiento de inseguridad individual y colectiva que hace de la rutina diaria un asunto agobiante. Tal vez por eso la sociedad no se imagina a sí misma con la fuerza para cambiar su rumbo. Desconectada entre clases sociales, limitada, sumida en el día a día con tal de sobrevivir, no logra hacer consensos ni dirige esa ira para transformar a un régimen que ha sistematizado la miseria, la ignorancia, y sólo está pendiente de la gente cuando llegan las elecciones”.
El daño psicológico que significa vivir en un país donde los crímenes sociales se reiteran es aún incalculable. A la fecha las autoridades responsables de la seguridad pública informan que el número de personas desaparecidas es de 37 mil 435 (y contando). Ni se resuelven los problemas de siempre como la corrupción institucionalizada, ni se detienen a aquellos que atentan contra la integridad de los habitantes de este país, generadores del estrés, la angustia, la depresión y el colapso nervioso provocados por las tantas muertes en la fallida estrategia contra el crimen organizado.
Dice el doctor de la Fuente: “No saber la verdad, daña. No tener expectativa de futuro, daña. Vivir bajo los aspectos sicológicos y sociales de la negra historia de criminalidad de un país, daña. Estar en una sociedad incapaz de tener empatía con los otros daña”. Las autoridades ministeriales y judiciales son el ejemplo contundente de esa resistencia a la empatía con las víctimas.
El autor del libro en comento se ocupa en uno de sus apartados del tema al que llama Una sociedad furiosa. “La corrupción es un fenómeno que ha socavado a buena parte de la clase política en México y en otras partes del mundo. Es una plaga. Un bacilo que se ha introducido en nuestro mundo y lo contamina desde dentro. Dirigentes tanto de izquierda como de derecha, se han beneficiado de ella (…) La furia social puede ser bienintencionada y generar cambios positivos de progreso y bienestar, pero también puede volverse destructiva y maligna, sobre todo si la movilización popular queda en manos de dirigentes demagogos, de líderes sectarios irresponsables. La furia social es un proceso volátil que puede dispararse en cualquier dirección”.
La furia social puede entenderse porque hay un resentimiento acumulado: sea por la corrupción y la impunidad de los gobernantes, sea por la innegable desigualdad en la distribución de la riqueza y de las oportunidades. Cuando se prolongan en exceso las esperas democráticas de justicia y bienestar, cuando se incumplen las promesas reiteradas de progreso y desarrollo, surgen el malestar, la decepción, el enojo, la frustración, el miedo y toda una gama de emociones que desembocan en el malestar ciudadano, ese dínamo impredecible.