El “realismo fantástico”

0
808

Adolfo Olmedo Muñoz.
ed. 354, agosto 2018

La actividad política anda verdaderamente como perrito sin dueño; tanto el PAN como el PRD y el propio PRI, recién desbancado, han convocado a sus consejos políticos, para ver qué diablos se puede hacer ante esta nueva era de mesianismo que, por fin, al menos así se cree en la imaginaria populachera, acabó con el régimen de partidos en nuestro país.

En el caso del PRI su expiación debe partir desde el aun presidente, Enrique Peña Nieto, para reconocer que fue él quien clavó la última escarpia con que se crucificó a su partido.

Cada partido buscará la forma de renovar sus cuadros, para lo que tendrán que reinventar sus estrategias, tal vez volviendo a sus orígenes, en los casos del PAN y PRI, porque, en el caso del PRD, pues son producto de una deserción de las filas del PRI, aderezado si se quiere con algunos miembros de pasados movimientos de corte socialista y sobrevivientes de la Internacional Comunista.

Entre tanto y para ello, mucho, pero mucho queda por estudiar en serio, sobre el desarrollo económico, político, social y cultural de nuestro país, que de acuerdo a la historia de la economía política, -materia que desde luego ignora el 99.9 % de los políticos mexicanos- podríamos afirmar que en México el Siglo XX transcurrió contaminado de una sobreideologización, que se agudizó en las dos ultimas décadas, tratando siempre de explicar, “por qué fallan los demás”, nunca una autoexploración de: qué, cuándo, cómo y de qué manera, participamos todos y cada uno de los mexicanos en la caída que se pregona.

Aun hoy, se regodean cretinos, algunos de ellos que presumen ser intérpretes de los oráculos de la ciencia política, continúan con el estribillo de que la “depauperación” del país se debe al PRI, y así lo planearon y ejecutaron jilgueros del acratismo utópico, en campañas urdidas en redes de comunicación electrónica, a través de diarreicas “mesas de análisis” que pulularon desde tiempo atrás, anunciando la venida del mesías y la caída del “leviatán” priista.

La mentira se ha infiltrado en todos los ámbitos, incluso los religiosos y hasta económicos, prototípicos del anacronismo ideológico. Hipocresía amoral de una posverdad labrada por la canalla que en la actualidad seduce al resto de una sociedad embrutecida por la perversidad de “la verdad”; esa quimera de la que dan cuenta los nuevos medios de comunicación a través de sus Mandarines, al tiempo que alaban prematuramente la honorabilidad, la honestidad, la ética, la moral de una “nueva era”.

Se “olvidan” todos, que son políticos, y sólo escucharán el “canto de las sirenas” de los “reformistas”, quienes por cierto me hacen recordar una metáfora de Edgar Alan Poe, parafraseada por Charles Baudelaire, que cuenta: “ la nariz del populacho es su imaginación; tirándole de ella (como se hace con los toros y bueyes anilla- dos) siempre se le podrá conducir con facilidad”, con lo cual nos ilustran de cómo la bestia más temida se le puede reducir a los caprichos y la malicia de la clase política, junto con esos, vividores de la seudocomunicación política.
De alguna manera, vivimos lo que algunos verdaderos comunicólogos han bautizado como “realismo fantástico” que se caracteriza por una narración de hechos históricos, aderezados con otros argumentos más o menos imaginativos, ficticios y en la mayoría de los casos, falsos e indemostrables.

Ejemplos puede haber muchos, pero recordemos a propósito, que hace más de cuatro lustros se hablaba de la bondad de la “Era de Acuario”, que transformaría a la humanidad en una civilización ejemplar y universal unida por la paz y el amor. Otros ejemplos, tal vez más a propósito, como la famosa historia del “Código da Vinci” o bien “La noche quedó atrás” de Jan Valtin, o varias de las novelas que publicó Luis Spota, como “Palabras Mayores”, o si usted quiere, “El Retorno de los Brujos”.

Es una oportunidad invaluable para los verdaderos amantes de las ciencias sociales, políticas, económicas, y desde luego contando con un arraigo historicista, para buscar la verdad histórica del transcurrir de nuestra vida como país independiente, en el “nuevo mundo”. Sin miedo a desenmascarar los yerros y las vergonzosas derrotas y consecuentes acuerdos internacionales que hemos tenido que cumplir, por ser un país muy nuevo, inocente e indefenso, ante la voracidad de potencias como los yanquis que en más de una ocasión nos han saqueado.

Incluso, sin necesidad de ver “Moros con tranchetes” provenientes del exterior, debemos reconocer que las únicas etapas de desarrollo sostenido en la economía mexicana se dieron: una durante el porfiriato, ese que los gringos nos “ayudaron” a derrocar, que salvo en algunos lapsos del último tercio de esa gestión, todo fue progreso y crecimiento económico.

Luego de la sangría del período revoluciona- rio, donde no sólo se cayó la economía, sino que se perdieron cientos de miles de ciudadanos, además de los miles que huyeron hacia los Estados Unidos, donde se incorporaron como parte de los sectores de mayor impulso económico para aquel país, México retoma una senda de desarrollo sostenido a partir propiamente de 1932 y que se prolongaría, con algunos estacionarios altibajos, hasta 1982, donde cabe hacer el estudio de las acciones que se convirtieron en causas de la actual caída, más en lo político que en lo económico.

Si fingimos demencia y tiramos por la borda -como sistemáticamente lo han hecho esos “neo científicos politólogos e intelectuales de la comunicación”- este período de crecimiento más alto y prolongado de nuestra historia, tendríamos que caer en la cuenta, y reconocer, que habría sido el porfiriato el “único” período de desarrollo sostenido de nuestra economía.

Siempre hemos dicho, como lo es, que el mexicano es un ser sin memoria; que olvida con facilidad lo que le ha ocurrido el mes anterior, ya no digamos sexenio tras sexenio. Sin embargo, es también muy proclive, por flojera intelectual, a creer a pie juntillas lo que los “mandarines”, los intelectuales orgánicos en boga pregonan como “verdades absolutas e irrefutables”.

Pregoneros de la imparcialidad, la objetividad y la libertad de expresión, siempre y cuando no se les toque a ellos, pues satanizan de inmediato a quien osó opinar en su contra.

Habremos de pedirles cuentas también a ellos, artífices del derrocamiento político, para escucharles propuestas equilibradas, proyectos sustentables, congruencia en el decir y el obrar, denunciar la corrupción, no de manera genérica y abstracta, sino con nombres y apellidos. Ellos saben bien quienes son y qué han hecho y deshecho la inmensa mayoría de esos parásitos -igual que ellos- enquistados en todos los ámbitos del poder, político y económico. Sin perder de vista a los del llamado poder judicial, que, junto con algunos de los sectores privados, como los notarios y actuarios, independientemente de la caterva de jueces venales.

La supervivencia de los partidos les tocará a ellos mismos, hacer también, con sinceridad, con honestidad y autocensura, estudios, no para volver al estatus quo, o justificar una degradación, sino para retomar, como dije antes, sus idearios, sustentar firmemente sus bases ideológicas y apartarse de la corrupción en todas sus formas.

En el caso del PRI su expiación debe partir desde el aun presidente, Enrique Peña Nieto, para reconocer que fue él quien clavó la última escarpia con que se crucificó a su partido. Nadie le quitará que fue uno de los mejores presidentes de este país, cuando de economía se hable, sobre todo de macroeconomía. Sin embargo, en su contacto con la realidad social y política de la ciudadanía, estuvo más perdido que un borracho en la Alameda Central de la ciudad de México.

Ingenuidad, incapacidad o una prosaica moralidad fincada en una utópica imparcialidad; cualquier evasiva que se quiera tildar, no es válida para un presunto estudioso de las ciencias sociales. Aun si apelara a una “moral republicana” que le impidiera, estando en funciones, orientar la política del partido que le dio origen, hasta llegar incluso como Presidente de los Estados Unidos Mexica-nos. De lo contrario, estaríamos hablando de hipocresía.

La honestidad que hoy todos esgrimen y defienden, apesta, sobre todo cuando proviene de una cálifa de cafiolos -un montón de proxenetas- lo que me hace recordar otra metáfora literaria, atribuida a Edgar Alan Poe.

“Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian sin cesar las palabras; inmoral, inmoralidad, moralidad en el arte (en este caso yo lo asocio al arte de la política) y otras estupideces me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de cinco francos que, acompañándome una vez al Louvre, donde jamás había estado, empezó a sonrojarse y a taparse la cara, y tirándome a cada instante de la manga, me preguntaba ante las estatuas desnudas y los cuadros “inmorales”, cómo se podía exhibir públicamente tamañas indecencias”.

Por ello creo que resulta un tanto ocioso tratar de hacer un diagnóstico de la situación sociopolítica actual, cuando se dice una cosa y mañana otra; cuando callan los partidos y de repente anuncian cónclaves, cuando se ponen en duda reformas implantadas en el régimen actual y a la mañana siguiente se declara que mejor se hará una consulta popular; ¡de qué chin…guaguas sirves como político!, ¿qué preparación tienen para llegar a resolver los asuntos de vital importancia para la nación, a base de … consultas populares?

El traspié de nuestro país es evidente, el futuro … absolutamente impredecible.

Aunque creo que Cantinflas podría tener una visión más cercana al relato del realismo fantástico que nos espera, habremos de poner una buena dosis de esperanza, sin miedo al porvenir, sin el pavor de caer en un espín paralizante. Hay por ahí algunas mentes lúcidas, muchos de ellos, prófugos del PRI, que pudieran nivelar una destartalada balanza, para enfrentarse a los delfines de AMLO que como Marcelo Ebrard Casaubón (quien también militó en el PRI a la sombra de Manuel Camacho Solís) aspira ya desde ahora a continuar con la dinastía de la “cuarta era”.