Saltillo rezagado, estancado y con pésimos alcaldes

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Jorge Arturo Estrada García.
ed. 354, agosto 2018

“Estoy impulsando a los jóvenes para que sean empresarios de empresas sociales y contribuyan al mundo, en lugar de solamente hacer dinero. Hacer dinero no es divertido, contribuir y cambiar el mundo es mucho más divertido”.
Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz 2006.

 

Saltillo es una ciudad con el progreso limitado y la población en constante expansión. Su dinamismo proviene de un modelo de desarrollo obsoleto y dictado desde el extranjero que enriquece a capitalistas trasnacionales y a las élites económicas y políticas locales, quienes han entretejido lazos de negocios al amparo del erario con tráfico de influencias y corrupción. En contraste, los ciudadanos viven en la inseguridad, con empleos precarios, de bajos salarios, con escasa movilidad social, agobiados por su pésima movilidad, contaminación y escasa sustentabilidad.

Manolo Jiménez Salinas.
Su torpeza llega al extremo de promoverse sin decoro alguno para el Palacio Rosa cuando el gobernador Miguel Ángel Riquelme apenas cumple ocho meses en el cargo.

La viabilidad de la ciudad está en riesgo. Estamos atrapados entre las estrategias electora- les de Donald Trump renegociando unilateralmente el TLC; la sobreexplotación criminal del agua potable de nuestros acuíferos para ampliar un oscuro negocio de unos cuantos; la inexistencia de una clase empresarial, de alto nivel, a nivel local; y la pésima clase política que padecemos. Sería necesario otro milagro, del Santo Cristo, o de Washington, para que Saltillo deje de caer en calidad de vida. Se trabajan más horas, más personas de una familia, para tratar de mantenerse sobre la línea de la pobreza.

Nos salvamos en el 2010 cuando Barak Obama rescató de la quiebra a las armadoras que nos dan vida: General Motors y Chrysler. En esa ocasión se perdieron decenas de miles de buenos empleos, y otros tantos obreros estuvieron a medio sueldo y en paro por largos meses. A políticos y empresarios ya se les olvidó, ellos no lo sufrieron.

Sin embargo, los operarios y sus familias quedaron marcados de por vida, los niveles salaria- les ya no serían los mismos de antes de la debacle. Su discurso sigue siendo triunfalista y vacío.

Saltillo y su futuro están en una nueva disyuntiva, en la que ni siquiera están en sus manos las decisiones. Éstas, se toman en Washington y en los circuitos financieros internacionales. Acá, los empresarios locales se limitan a instalar servicios de limpieza para las plantas, comedores, transportes, contratación de personal poco capacitado y barato, instalar franquicias, antros, están obsesionados en construir minicasitas en las laderas de los cerros, lejanísimas, mal comunicadas y lo más importante: conseguir obras públicas con presupuestos inflados, es tradición que los políticos se vuelvan constructores.

Los saltillenses somos presumidos y apáticos; somos poco solidarios e incapaces de unirnos, de exigir buenos gobiernos y castigar a los pésimos funcionarios que padecemos consuetudinariamente. Siempre nos presentan a los mismos candidatos que tuvieron reprobables desempeños y aun así ganan elecciones. No cabe duda que nos merecemos los alcaldes y la clase política que hemos sostenido y enriquecido.

La reelección de Manolo Jiménez, su actitud, sus acciones y sus colaboradores retratan las crisis a las que llegamos en la ciudad, al consumirse el primer quinto del siglo XXI. No hay capacidad ni liderazgo en la presidencia municipal, para resolver los enormes retos que se nos presentan.

Ahí se instaló un político poco diestro, que busca convertirse en gobernador cabalgando en la propaganda pagada con los recursos públicos. Siempre apoyado por emisarios del pasado, reciente y remoto. La torpeza de Jiménez Salinas llega al extremo de promoverse sin decoro alguno para el Palacio Rosa cuando el gobernador Miguel Ángel Riquelme apenas cumple ocho meses en el cargo.

Luego de un año de ser electo, la primera vez, ha quedado en evidencia que no está capacita- do para el cargo, que no cuenta con colaboradores experimentados y que es poco diestro. Él trabaja sin plan estratégico, ni visión de futuro, sus documentos rectores están llenos de rollo, mal investiga- dos, mal diagnosticados y con políticas públicas de escaso impacto social. Se ha retratado como un tapabaches, un repartidor de cobijas y de camisetas verde neón, también como amante del rodeo y poco más que contar.

A Manolo se le percibe como un millennial desorientado y engreído que va de paso por el cargo en busca de aplausos, halagos de sus cortesanos, haciendo negocios y acumulando capital, más económico y escaso político. Igual, se le percibe lejano a los problemas reales que agobian a los ciudadanos. Un gobierno con poco talento para una ciudad decrépita.

La policía municipal da vergüenza lo mismo que la academia. Con pocos y mal preparados policías, los asaltos y robos son cosa de todos los días. La inseguridad impera en barrios y colonias. Cuando una autoridad es incapaz de cuidar las escuelas de sus ciudades el problema es muy grave. El pandillerismo crece y se vuelve más peligroso. El tejido social está roto y nadie lo atiende. Hay más pandillas que patrullas y policías en Saltillo. increíble. El alcalde ni siquiera puede arreglar el caos vial cotidiano, los semáforos no están sincronizados, los puentes y vialidades primarias se convierten en cuellos de botella, la anarquía reina en las calles desmadradas. El transporte público es pésimo, es caro, es ineficiente y está diseñado para enriquecer a los concesionarios y fastidiar a los usuarios.

Al amparo de la caterva de malos alcaldes, los concesionarios millonarios han ido acumulando concesiones de taxis de transporte urbano, incluso los juniors de políticos y empresarios ya se sumaron al negocio.

La mancha urbana es cruzada por arroyos contaminados, los millonarios exigen recursos públicos para canalizarlos, para disminuir los hedores y para construir sobre ellos en los tramos que pasan por sus fraccionamientos. Ninguno piensa, ni trabaja, en limpiarlos y sanearlos.

El gobernador Miguel Ángel Riquelme anunció la construcción de un metrobús para Saltillo para dentro de algunos años, pero el estado está quebrado. Sin embargo, las obras públicas de Saltillo correrán a cargo del lagunero: algunos bulevares, parques y pasos a desnivel, en combinación con la federación. A Manolo sólo le tocará hacer compañía a Riquelme cuando ponga las primeras piedras, supervise los avances de obras y en el corte de los listones.

Isidro López no fue capaz de construir una ruta de transporte nueva, su máximo logro fue vender concesiones de taxis a sus empleados consentidos y familiares.

Ante las estrecheces presupuestales, Manolo debería estar enfocado en realizar estudios serios, profesionales de clase mundial de proyectos estratégicos de movilidad, de desarrollo económico, de sustentabilidad, de reparación del tejido social con miras a recuperar la viabilidad.
El siguiente nivel para Saltillo, el obligado, es dejar de ser una ciudad anclada en la era industrial que los países desarrollados dejaron para los tercermundistas en las décadas finales del siglo XX. Es necesario evolucionar, desarrollar clústers de empresas basadas en el conocimiento, con base en parques tecnológicos y constituir, junto a los centros de educación superior y de investigación, una Ciudad del Conocimiento, para la que ya también vamos 20 años tarde. Es indispensable pasar de la manufactura a la Mentefactura, de los bajos salarios a los de alto valor agregado.

Todos nuestros alcaldes acuden a Austin a pasear y de compras. Llegan con ideas que nunca concretan. Isidro López no fue capaz de construir una ruta de transporte nueva, su máximo logro fue vender concesiones de taxis a sus empleados consentidos y familiares; fue a Austin y a Colombia para “conocer los avances en materia de transporte” pero se concretó a viaticar.

Manolo, por supuesto tampoco visitó los parques tecnológicos ni las empresas basadas en el conocimiento, ni los centros de investigación y desarrollo, que educan y dan empleo a los jóvenes texanos. Él llegó tarde a la reunión con el mayor. Todo quedó en discursos, abrazos fotos y folclorismo.

La gran idea que trajo fue la de las Smart Cities. Lo que dicho en pocas palabras, trata de estrategias para volver a los centros urbanos más sustentables reduciendo la contaminación y el consumo de combustibles fósiles mediante la innovación, el uso intensivo de la tecnología y el Big Data.

Los parámetros estratégicos son: gobernanza, planificación urbana, gestión pública, tecnología, medioambiente, proyección internacional, cohesión social, movilidad y transporte, capital humano y economía. Como usted sabe, estimado lector en todos ellos Saltillo es un desastre, por deterioro serial infligido por nuestros alcaldes y nuestra apatía ciudadana.

En Saltillo, los políticos, los millonarios y los juniors de ambos ya fracasaron. Con Manolo y sus colaboradores y cabildos plagados de recomen- dados que van sobre los sueldotes y los negocios, ya tocamos fondo. Hay que exigirles o removerlos. Ahí quedaron incrustados los juniors de Armando Gutiérrez, de Héctor Franco, de José María Fraustro, de Blas Flores, de Verduzco, de Abraham Cepeda, etc. En una urbe de obreros, profesionistas destacados y académicos, la “juniorcracia” acapara posiciones.

En la ciudad, todavía, la maquinaria tricolor, la compra de votantes, la pulverización del voto de castigo y la apatía de los ciudadanos rigen. El país cambia y Saltillo está rezagado, estancado. A Saltillo hay que cambiarlo también. Para construir una Smart City necesitamos un Smart Mayor, es requisito indispensable.

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