Augusto Hugo Peña Delgadillo.
ed. 354, agosto 2018
Va López Obrador a resolver los problemas de la nación? No. ¿Acabará con la violencia, la criminalidad, robos y asesinatos y la corrupción gubernamental? Tampoco. ¿Los sicarios dejarán de serlo para convertirse en becarios? Se ve difícil. ¿La clase política corrupta, que es casi toda se volverá honesta con el cambio de gobierno? Imposible. ¿Las propuestas y promesas de AMLO serán viables? Absolutamente que no. Estas percepciones son la de Lorenzo Meyer, un intelectual de capa y espada absolutamente honesto. Entonces… ¿Las intenciones de buenaventura de quien será el próximo presidente resolverán las problemáticas que ahogan a nuestra sociedad? Es claro que no.
Lo único que hemos ganado el 1º de julio fue un cambio de gobierno y de gobernantes. Lo queríamos y lo logramos, ¿por qué comer ansias? Esperemos que asuma el mandato AMLO y ya veremos que sucede del 1º de diciembre hacia adelante, no sin antes entender que un solo hombre no es capaz de resolver los desbarajustes que durante 36 años hicieron los gobiernos anteriores. Todo va a mejorar, tengamos fe.
Las buenas intenciones, como todas las cosas buenas -parafraseando el discurso de Peña Nieto- “cuentan y cuentan mucho” porque en esta vida, todo es perfectible, hasta lo que está muy bien hecho. ¿Por qué no habríamos de suponer, o cuando menos creer, que lo que marcha mal podría ser mejorado? Acabar con la corrupción dentro del gobierno de los tres niveles es una de las tareas más difíciles de llevar a cabo, porque estamos hablando de millones de personas corruptas, muchas de ellas coludidas con agentes de la clase empresarial y con la delincuencia organizada, pero hay que considerar que la intención es buena aunque no suficiente del todo, porque la corrupción está acendrada, radica en la naturaleza del ser humano, y es parte sustancial del comportamiento que el humano ha heredado de sus ancestros.
La distancia que guarda el ser corrupto y el no serlo está separada por un delgado velo que es la oportunidad. Todo mundo es honesto hasta el momento que se encuentra con la oportunidad de no serlo. ¿Podríamos imaginar a un Javier Duarte, a un Rubén Moreira, a un Peña Nieto, un Emilio Lozoya o un Carlos Salinas, honestos? Ciertamente no, y aquí radica el problema.
Esto lo saben López Obrador, Lorenzo Meyer y usted, estimado lector, pero ello no es causa ni razón por lo que no habría de suponer, que una buena intención acompañada de buenas acciones, podrían bajar los índices de la corrupción a parámetros más aceptables por la sociedad y manejables por la autoridad. Hay que tomar en cuenta que el nuevo gobierno no está partiendo de cero, lo hace de un déficit de seguridad y un superávit de delincuencia, corrupción e inseguridad, y en este punto es donde radica la posibilidad de disminuir los índices de esas plagas que asolan a la sociedad; en que comprendamos que un solo hombre, su buena voluntad y mejores intenciones, no podrán resolver el problema de todos, del país como un ente gubernamental y de una sociedad de 125 millones de ciudadanos, ya que todos y cada uno de nosotros tenemos que aportarle el plus necesario, para ir resolviendo uno a uno todos los problemas que nos acogen y atosigan, ya que cada uno, sumados a otros, hacemos un todo, y todos hacemos un conjunto de voluntades suficientes para mejorar las condiciones de vida de las mayorías.
Todas las críticas al nuevo gobernante son válidas, lo que no lo es, la desesperanza y la negación de ver que es posible mejorar nuestro entorno, empezando por nuestra persona y nuestra familia, Si partimos del hecho de que nos va a ir mal, lo más seguro es que así suceda, considerando el axioma de que: “los pesimistas tarde que temprano tendrán razón”. Nuestra sociedad tiene muchos decenios intentado sacudirse a estos malos gobiernos y a los políticos corruptos. Con este cambio de paradigma y de gobierno, casi lo hemos logrado, por lo que no cabe en este momento, un pensamiento negativo.
Tuvimos los arrestos para votar en contra de los corruptos, ineptos y violentos con el fin de aspirar a algo mejor; ya lo hicimos y logramos nuestro cometido, en tanto no creo que quepa la vacilación, las dudas y el pesimismo. Los que perdieron en esta contienda electoral pacífica, son quienes deben mortificarse y preocuparse, nosotros en cambio, debemos ocuparnos de hacer bien nuestra tarea, cada quién y cada cuál desde su propia trinchera, y ser pacientes, porque los males que nos han agobiado por decenios no van a cambiar de un día para otro, y tampoco nos serán resueltos por un solo hombre. Hay que sumarnos a él, ¿cómo? Otorgándole nuestra confianza y apoyo con un comporta- miento cívico. El cambio aún no comienza, todo ahora son planes y preparaciones, y a partir del 1º de diciembre iremos viendo cómo se irán cumpliendo una a una las propuestas y promesas, y en el caso que no las cumpla, entonces, hasta entonces, podríamos conminarlo a que las cumpla, como lo ha venido prometiendo.
Nada se obtiene gratis, todo en la vida tiene un costo y hay que pagarlo, en este caso nuestro pago será, lo reitero, creer en que todo va a cambiar a mejor, ser pacientes, seguir depositando nuestra confianza en el líder que escogimos y tener fe en que sus intenciones son honestas. No veo justificación ni alguna razón para dudar de sus buenas intenciones, pero metámonos a la cabeza que no siempre las buenas intenciones, son suficientes para resolver los problemas tan graves y sentidos, que nos han dejado los últimos seis presidentes, del que el peor resultó, el último, un Peña Nieto inepto, corrupto y de malas entrañas.
Hemos avanzado un paso, López Obrador ya ganó electorallmente la presidencia, pero aún no tiene el poder en sus manos, hay que saber esperar.
Nada menos en la TV Multi-medios, este 7 de agosto en el programa de Azucena Uresti, se entrevistó a Luis Carlos Ugalde, y éste dijo que, ve imposible que López Obrador cumpla sus promesas, porque son demasiadas, y le recomienda que sea más cauto y mesurado, ya que, de no cumplir sus propuestas y promesas, su gobierno y él serán repudiados.
Yo insisto, no hay que criticar agrazmente, lo que todavía no se ha empezado, pero los medios, en voz de sus noticieros, ponen en duda sus promesas. ¿Por qué no esperar a que empiece a gobernar para cuestionar- lo negativamente? O, ¿Usted qué opina, apreciable lector?