Saltillo, desde su fundación hasta ahora

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Jorge Arturo Estrada García.

No puedes imaginarte lo efectiva que es la Mentira. El hombre medio nunca se atreve a sospechar que los que están en el poder tienen sus mismos perversos instintos. La diferencia es que pueden realizarlos.
Además, ningún hombre puede jurar que sea inocente. La verdad es que todos somos culpables…
Norman Mailer.

Una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico.
Joseph Pulitzer.

La historia de Saltillo es simple, se trata de la guerra por los principales recursos: el agua y la tierra. Este conflicto que persiste hasta nuestros días, se desató en el valle de Saltillo desde la llegada de Alberto del Canto y sus veintena de compañeros de armas y la reclamaron para su rey y se la repartieron con todo y habitantes.

La fecha de la fundación de la villa de Santiago del Saltillo es un misterio. El acta está perdida, la fecha que conocemos la definió el gobernador Oscar Flores Tapia para festejar el aniversario 400 en 1977.

“Cuando llegaron los españoles a nuestra enorme planicie encontraron un bosque compuesto por múltiples especies de árboles: oyameles, piñoneros, encinos, mezquites, huizaches, paloblancos y capulines, así como otras especies que florecían desde lo alto de la montaña hasta las partes bajas, en un extenso terreno que se extendía hasta cubrir el espacio que ocupa la ciudad de Ramos Arizpe. Más de mil aguajes y manantiales sostenían un ambiente de frondosas arboledas y pastos interminables; había no menos de doscientas ciénagas, algunas enormes, y ningún arroyo en que no corriera agua de manera permanente”, registra el historiador Carlos Manuel Valdés en el libro Historias de protección y depredación de los recursos naturales en el Valle de Saltillo y la Sierra de Zapalinamé.

El doctor Valdés agrega: “La tupida vegetación propiciaba la abundancia de osos, venados, pecaríes, guajolotes y tortugas; enormes manadas de berrendos corrían en la planicie y durante el invierno asomaban los bisontes”.

Sin misión oficial y patrocinados por los Ibarra, una rica familia de mineros y exploradores, que se enriquecieron con minas en Zacatecas, Del Canto y su grupo fundaron una villa demasiado lejos de casi de todo. La ubicaron a 3 días de distancia de Mazapil. Fue un paso muy importante hacia el Septentrión novohispano, también uno muy riesgoso. Pero había que avanzar en la carrera en pos de la mítica ciudad de oro del imaginario de los conquistadores del siglo XVI.

La fecha de la fundación de la villa de Santiago del Saltillo es un misterio. El nombre de su fundador no fue aclarado sino hasta mediados del siglo pasado. El evento se le atribuyó durante decenas de años a Francisco de Urdiñola, el fundador de su verdadera ciudad hermana: San Esteban de la Nueva Tlaxcala, que sólo estaba separada por una acequia que bajaba por la actual calle Allende desde la meseta del ojo de Agua. El acta está perdida, la fecha que conocemos la definió el gobernador Oscar Flores Tapia para festejar el aniversario 400 en 1977.

Del Canto, sus hombres, sus armaduras y armas metálicas; sus caballos, su pólvora y sus ignorancias y ambiciones no llegaron a un lugar desierto. El verde oasis estaba habitado por decenas de miles de cazadores-recolectores que durante 10 mil años lo habían recorrido cíclicamente siguiendo los ritmos de la naturaleza y las estrellas. Esos naturales registraron en las rocas sus mensajes que son testimonio de sus actividades religiosas, de cacería y de forma de vida. Estos petrograbados y pinturas rupestres son expresiones de su cultura, que seguramente no comprendemos a cabalidad pero que no dejan de asombrarnos. La mayoría de los nombres con los que se les conoce estos cazadores recolectores provienen de los otros, de sus enemigos, los que no los comprendieron, de quienes los exterminarían: chichimecas, cuachichiles, tobosos, borrados rayados, coahuiltecas, etc. Desde ese, primer momento fundacional la tierra y el agua tuvieron como dueños a la clase dominante del valle de Saltillo

Los europeos trajeron su espada y la cruz. En su bagaje incluían una crueldad que le cambió la fisonomía al valle para siempre. Su forma de mirar la vida y la muerte, con un sistema de explotar los recursos para generar ganancia y hacer fortunas con base en el trabajo del esclavizado y del sometido. La vida y la energía de los nativos la convirtieron en fábrica forzada de ganancias. Sólo pocos de ese grupo de aventureros, y sus descendientes, convertidos en comerciantes, ganaderos y esclavistas acumularon riqueza. Vamos, ellos ni siquiera imaginaron que su precaria villa subsistiría hasta nuestros tiempos. En esas circunstancia inicia nuestra historia como saltillenses.

La vida en un poblado de 40 o 50 personas, con un par de docenas de casas a finales del siglo XVI, que tenían haciendas enormes y alejadas, pero que habitaban alrededor de la plaza de armas. Que se ubicaban desde la Angostura y Buena vista hasta Ramos Arizpe y desde la plaza de armas hasta Arteaga, no era fácil. Vivían, rodeados de irreductibles bandas de cientos de guerreros flechadores, cuachichiles, que no se dejaban esclavizar, ni modificar su modo de vida a cambio de conocer al dios crucificado y doliente de los europeos. Los colonos debían apresurarse para llegar al pueblo antes del anochecer por el riesgo de ser emboscados. Aún así, lograron cosechas de trigo y criar hatos de ovejas, cabras, mulas, caballos y ganado mayor para alimentarse y comerciar, incluso construyeron molinos y rutas comerciales con Mazapil y Zacatecas.
En 1591 casi un centenar de familias de tlaxcaltecas llegaron a la villa del Santiago, que estaba en peligro de desaparecer. Los tlaxcaltecas volvieron viable a la ahora presuntuosa capital de Coahuila. San Esteban de la Nueva Tlaxcala fue un proyecto de la corona española para pacificar el territorio chichimeca, pensaban que la civilidad de los naturales del centro del virreinato influiría en el modelo de vida y la conducta de los cuachichiles.
No convencieron a los nómadas, pero se convirtieron en valientes defensores de la villa de Saltillo y sus habitantes. San Esteban iniciaba en la calle Allende y se extendía hasta el Cerro del pueblo, sus tierras se llenaron de huertas de árboles frutales, milpas, ganado menor y magueyes.

El nombre del fundador de Saltillo
no fue aclarado sino hasta mediados
del siglo pasado, pero el evento se le atribuyó durante decenas de años a Francisco de Urdiñola.

Excelentes agricultores y artesanos nos legaron el pan de pulque y el sarape de Saltillo que en su colorido registra los amaneceres y atardeceres del valle que habitamos. Los dos templos de la zona eran el de Santiago apóstol que luego se convertiría en una monumental catedral y el de San Esteban de sencilla belleza.

La llegada de más colonizadores expulsó a los cuachichiles de la planicie, quienes se refugiaron en la sierra transversal que sirve de cabecera a la ciudad hacia arriba, hacia el sur. Las montañas eran inaccesibles para los caballos, y los europeos no se atrevían a enfrentar a los bárbaros sin estar montados en sus corceles, eran más bajos y menos fuertes que los nativos, cuyo aspecto era por demás impresionante: altos, fuertes, acostumbra- dos a los rigores de la vida del semidesierto, cabello largo hasta la cintura; iban desnudos completamente, usaban pintura en su rostro y cuerpo, y eran muy diestros en el uso del arco y las lanzas. Más adelante, cuando aprendieron a usar caballos, desarrollaron refinadas tácticas guerrilleras en sus encuentros con los miles de europeos que llegaban.

En esas montañas, habitó el legendario cacique Zapalinamé, era su territorio, su sierra, la Sierra de Zapalinamé como la denominaron los españoles. Este líder nos dejó el símbolo que nos une, que a veces nos sensibiliza, que nos llena de orgullo y que sistemáticamente depredamos en aras de negocios y “empleo”. Aunque todos sepamos que en la actualidad es nuestra vital fábrica de agua, la que le da vida y viabilidad a Saltillo.
A lo largo de más de cuatro siglos el daño al medio ambiente del valle ha sido: “tan brutal que consiguieron transformar un bosque gigantesco en un semidesierto”, señala el doctor Carlos Valdés.

Actualmente, Saltillo es una mancha de asfalto y concreto surcada por arroyos contamina-dos por desechos industriales y drenajes habitacionales. Las aguas de estos arroyo nacen limpias como hace siglos, pero los saltillenses las ensuciamos y los alcaldes, están ocupados en permanente campaña para ser gobernadores o en hacer negocios.

En el siglo 21 estamos empeñados en destruir nuestra fábrica de agua. Nuestros alcaldes ya vendieron a los españoles una parte de nuestra vital líquido, y la convirtieron en un negocio con accionistas ocultos y representantes “ciudadanos” espurios. Esta empresa, Aguas de Saltillo, sucursal de Aguas de Barcelona, desperdicia en fugas el 40 por ciento del agua que se distribuye por las viejas tuberías que no ha renovado, pese al compromiso de hacerlo. Aún así, mediante estudios cuestionables, reclaman mayor acceso a los reservorios. Los acuíferos locales están sobreexplota- dos ya consumimos aguas profundas, casi fósiles. Otra vez la búsqueda de riquezas y progreso mal entendido reclaman la explotación de las reservas del sur de la ciudad para hacer negocios.

Hemos padecido una serie de presidentes municipales constructores, o parientes de constructores. Actualmente los juniors de políticos y empresarios se han vuelto fraccionadores que violando las leyes construyen inefables desarrollos habitacionales en las faldas de la Sierra de Zapalinamé, la agreden por los flancos de Arteaga y del camino a Derramadero. Ellos condenan a los ciudadanos a vivir en las pendientes de las crestas de las cañadas de las faldas de la sierra, también en arroyos y ciénegas rellenadas que cada vez que hay tormenta se inundan y se cuartean. Para ir a los centros comerciales de aquella zona deben bajar al bulevar Fundadores y volver a subir, están incomunicados en forma transversal.

Es cierto, todos queremos a Saltillo. Lo hacemos de distintas formas y por diversos moti- vos. Unos lo queremos por ser nuestro lugar de nacimiento o de adopción, por nuestros recuerdos familiares, etc.

Otros, unos cuantos, lo quieren para usarlo como escalón para su carrera política o para hacer negocios millonarios traficando con la tierra, el agua y los presupuestos. Soñando con una nueva ciudad con cinco mil viviendas, a la sombra de las fábricas, trafican influencias para ganar con la plusvalía de los terrenos, tramitan para que con los dineros del gobierno se introduzcan las vialidades y los servicios.

Todo se vale en aras del negocio en el valle del Saltillo. Incluso importar a miles de trabajadores para mantener los salarios bajos, a los sindicatos dóciles, a las trasnacionales contentas y los hombres de negocios locales con los bolsillos llenos.

A lo largo de los más de cuatro siglos de la ciudad, es evidente que la verdadera riqueza de Saltillo es el carácter y laboriosidad de sus habitantes. Ese carácter que proviene del mestizaje, de nuestras raíces indígenas, africanas y europeas; y de la migración constante que nos enriquece sistemáticamente con su trasiego de culturas. También, del tesón de los saltillenses para enfrentar las dificultades que implica sostener viva y próspera a esta comunidad. Para ser mejores, sólo faltaría una cosa: escoger mejor a nuestros presidentes municipales y no permitir que nos los impongan.

jjjeee_04@yahoo.com