J. Jesús Santos González.
Inmerso en un clima político polarizado entre chairos y fifís, un crecimiento económico lejos del 4% anual prometido en campaña, y un índice de inseguridad y violencia del crimen organizado que no se tuvo siquiera en los últimos meses del régimen de Enrique Peña Nieto, los mexicanos conmemoramos este pasado 5 de febrero, el 103 aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917.
Cuando todo hacía parecer que con el arribo de AMLO a la Presidencia de la República el 1º de diciembre del 2018, por fin el país se encaminaba a transitar por senderos de paz y concordia y en una ruta de crecimiento económico, estabilidad y fortalecimiento de las instituciones consignadas en el marco jurídico de nuestra ya centenaria Carta Magna, ha bastado apenas un año para darnos cuenta que no todo es miel sobre hojuelas, y que los abrojos y las espinas abundan en los caminos que los mexicanos transitamos diariamente en busca de mejores niveles de vida.
Ese despertar a la cruda realidad que se vive cotidianamente, donde el respeto e independencia a las instituciones que el país había logrado construir gracias a un incipiente pero significativo avance democrático logrado en los últimos 30 años, hoy por desgracia con un congreso dominado por el partido en el poder, y un titular del poder ejecutivo que a estas alturas todavía no acierta a conducirse como verdadero estadista pues en sus ya famosas conferencias mañaneras, lo hace como si estuviera todavía en campaña, y es común no solo su falta de respeto a la disidencia, sino también a la división de poderes, pilar fundamental de nuestro sistema jurídico consagrado en nuestra Constitución, que juró respetar y obedecer al asumir el cargo de Presidente de la República.
La vida social, política y económica no esta disociada del respeto y obediencia a la ley, sino que al contrario, este es el primer requisito para el funcionamiento de las instituciones hoy en acecho por el autoritarismo. Esa directriz parece estar en crisis en estos momentos en que bajo el pretexto de combatir al neoliberalismo que como ideología de los regímenes anteriores hundió al país en la más severa de las crisis de los últimos tiempos y con ello condenó a la pobreza extrema que viven más del 50% de los mexicanos, con ese pretexto repito, se está incurriendo en sus mismos errores al no respetarse la opinión de lideres y sectores de la población que discrepan de la política del actual ejecutivo, al descalificarlos por ese solo hecho con dislates, ocurrencias y calificativos propios de un espectáculo de circo que pone en evidencia no solo su investidura de estadista que el voto del 50% de los ciudadanos le otorgó, sino también el futuro mismo del país.
En tal contexto, a 103 años de la promulgación de la Constitución de 1917, el destino de esta nación exige que sean los gobernantes los primeros en obedecerla. Acatarla irrestrictamente al pie de la letra, es el mejor homenaje a aquella generación de mexicanos que congregados en el teatro de la República de la ciudad de Querétaro, tuvieron la visión y lucidez después de una cruenta lucha armada que costó miles de vidas, de dotar a México de una carta fundamental que en su época fue la más avanzada de su tiempo, por el espíritu democrático y las reivindicaciones sociales, políticas, culturales y económicas consignadas en su texto.
La historia y las futuras generaciones, habrán de juzgar si la nuestra bajo los principios que enarbola el actual régimen como política de gobierno, es capaz de salir avante de los retos planteados en esta 4ta. transformación que vivimos; pero sobre todo si seremos capaces de exigir y velar por el cumplimiento del orden jurídico emanado de nuestra actual Constitución.
Si lo hacemos, honraremos no solo la memoria de José María Morelos, Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas del Río, prototipos de hombres ilustres de la 4T, sino también la de otro coahuilense distinguido como lo fue Don Venustiano Carranza, que pese a su calidad de jefe máximo de la revolución y convocante del Congreso Constituyente de Querétaro, tuvo la madurez cívica y ciudadana de acatar sus decisiones y promulgar así la ley fundamental emanada de sus discusiones; que a un siglo de distancia sigue siendo la herencia de miles de mexicanos que ofrendaron su vida y derramaron su sangre en los campos de batalla durante ese movimiento social que fue la Revolución Mexicana de 1910, hoy tan vilipendiada, abandonada y traicionada por los regímenes posteriores al Cardenismo.