Adolfo Olmedo Muñoz.
“De la estupidez a la locura: crónicas para el futuro que nos espera”.
Título de uno de los magníficos libros de Umberto Eco.
Independientemente del apodo con el que se clasifique una obra plástica contemporánea, todas acaban rondando de pastiche en pastiche. Más allá del gusto por el mal gusto, el “pseudo arte” en la actualidad no es más que un instrumento mercantil. Muchos grandes investigadores de las artes visuales se han preocupado por tratar de darle una decodificación a las expresiones artísticas contemporáneas, con muy inciertos resultados.
Para algunos ese arte baladí, que podremos convencionalmente tipificar como “arte Kitsch” ha logrado borrar fronteras culturales que, en el impulso de la globalización, todo lo ha reducido a mercancía. El arte kitsch, dicen y estoy de acuerdo, se produce en masa para un público genérico, “es producido -dice Clement Greenberg- por la industria cultural para responder de los imperativos de la cultura de masas”, y, lo que es más, agrega, “el kitsch está en camino de convertirse en la cultura universal.
Umberto Eco quien identificó también al kitsch como el mal gusto en el arte, lo asoció como una forma de mentira artística, dentro de la cultura de masas, pero formando parte de una cultura de consumo, de lo cual podemos coincidir en que el arte contemporáneo tiene el más marcado matiz de mercantilista y banal.
Una de las más recientes clasificaciones de lo que se considera el espectro de la estética que va desde lo bello hasta lo horrendo, llegando incluso a lo degenerativo, lo significó “la Vanguardia” que más correctamente debemos mencionar como “las” vanguardias, pues desde esa explosión de antiarte que se generó desde finales del siglo 19 y que se fortaleció el siglo pasado, ha terminado por abaratar, empobrecer, devaluar e incluso pervertir lo que alguna vez se le nominaron como “las bellas artes”.
El problema es que se ha producido, en lugar del arte, un “pseudoarte”, una actividad que tiende a provocar un efecto en favor de quien emite su mensaje, lo cual debemos asociar con lo que es, dentro de la cultura comunicacional, la publicidad, entendida ésta como una “comunicación persuasiva” desde el momento en que se separa semióticamente de lo que es la comunicación, informativa, periodística genuina y objetiva, como para poder seguir disfrutando de su carácter de “Fuente histórica”
En cambio, la publicidad, permite y propicia que la comunicación conlleve incluso mensajes ocultos a fin de persuadir al espectador para que adquiera un bien o realice determinadas tareas, o inversamente, se le niega que piense o actúe contrariamente a los intereses del emisor, que en nuestro caso del que hablamos, sería el artista “contemporáneo”.
Pero dejemos de lado las elucubraciones filosóficas de la Estética para externar un comentario de lo que pienso está ocurriendo en el ámbito del arte en nuestro país: Más allá de la obtusa visión de inclinar, de manera oficial, el arte popular, reducido a folklor, la depauperación de las manifestaciones artísticas se viene acentuando, al grado de evaluar más una “obra” por el precio en dólares que ha ido alcanzando, que por los valores estéticos, humanísticos, culturales y éticos, que debiera contener.
Se ha puesto en boga el hablar de las “obras” de un autor que, hasta hace no mucho, era un perfecto desconocido pero que ahora se cotizan sus cuadros, con el asombro y orgullo de los imbéciles que creen que ello representa un verdadero valor estético.
En realidad, es la obra de otro de esos locos que se creen y se dicen artistas, y que por los niveles de insolencia, inmoralidad y patológica corrupción de las desquiciadas mentes de los cada día prolíficos súcubos mostrencos, hijos de una sociedad también cada vez más desequilibrada.
Frenéticos como David Nebrada o Piero Manzoni, entre muchos otros autores en el catálogo del arte pervertido, en el que se inscribe ahora un autor que tuvo que recurrir a supuestas propuestas de “desmitificación” de imágenes y personas.
Se trata del engendro chiapaneco Fabián Cháirez a quien los perversos mercaderes del arte le están dando espacio apologético cuasi paroxista, con tal de inflar precios y rellenar sus malnacidas fortunas.
El engañoso mercado del arte se ha venido convirtiendo, desde hace algunos años, el antípoda del mecenazgo; hoy, se patrocina espectáculo denigrante, degenerado de supuestos contenidos dogmáticos de carácter psicóticos, de protesta social, de protesta política, de protesta moral religiosa y de libertinajes sexuales.
Epígono de aquellos enfermos mentales que como el español David Nebrada, Cháirez retrata sus más ruines instintos y exhibe una pobreza intelectual y cultural lastimosa. Su “obra” exsuda el fétido hedor de esos que hoy se arrastran en el mismo miasma de la mierda que retrata el italiano Piero Manzoni cuya obra (en todo sentido) se expuso por primera vez en agosto de 1961.
Se suponía, según los intereses propagandísticos de los promotores de esa osadía: “hacer una crítica mordaz” precisamente en contra del mercado del arte, donde se infla el “nombre” de un sedicente autor artístico, con tal de que valga más “la firma de autor” que la obra misma, provocando la inflación especulativa en el precio del mercado.
En el caso concreto de esta obra que aludimos, Manzoni optó por exhibir un total de 90 latas de cinco centímetros de alto por seis centímetros de diámetro (como las de atún), conteniendo cada una de ellas, 30 gramos de la mierda del autor, según las especificaciones de su etiquetado, que precisa que es contenido neto, producido y envasado en mayo de 1961
Desde luego que son varias las obras -no solo la controvertida de una representación de “un Zapata” afeminado, desnudo montado en un caballo que exhibe fálicamente el verdadero “motor” del autor en cuestión. Tiene otras, como aquella en la que su otro yo, lame el cañón de una pistola empuñada, pero con el dedo meñique levantado luciendo una uña larga, obviamente femenina.
Obra ésta de Cháirez que no es un mero pastiche, pero si evidentemente de una vulgaridad epígono de aquellos que como Nebrada, sacudieron ocasionalmente a la opinión pública, pero a través de los panfletos publicitaros inducidos por los mercaderes de arte, contribuyentes del deterioro y empobrecimiento de la cultura, del humanismo, de los más simples valores éticos y estéticos.
Su lógica en una retórica de retrete, muy “ad oc” con la corriente oratoria del dirigente de la editorial de Estado más importante con que contamos, el Fondo de Cultura Económica, se desplaza inmersa en una transformación profundamente involutiva.