México va a la deriva

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Jorge Arturo Estrada García.

“Estamos en manos de políticos ignorantes que no conocen la Historia ni tienen cultura. Sólo se preocupan por conservar su sillón. Pasan el día escuchando la opinión del contrario y pensando en qué respuesta darle. Así no se construye nada. No hay líderes ni hombres de Estado y así nos va”.
Giovanni Sartori, politólogo.

“Los cínicos no sirven para este oficio”.
Ryszard Kapuœciñski, reportero.

Quien controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas”.
Nicolás Maquiavelo, politólogo.

El presidente López Obrador se percibe agobiado y rebasado. Perdió la brújula,
la popularidad y hasta la guerra de mercenarios en las redes. Se ha revelado rencoroso y vengativo. Prefiere gastar en sus proyectos que en equipar hospitales.

La tragedia acecha y el desastre económico parece irremediable. México, es un país fallido. Todos sus sistemas, casi siempre frágiles, han ido colapsando a través de los años. No estamos preparados para lo que se avecina. Entre una clase de políticos corruptos e incapaces, y de ciudadanos apáticos, consolidamos una fábrica de desigualdad y de egoísmos. En estos momentos tan críticos de la historia, esos gobernantes están tomando las decisiones que impactarán, inevitablemente, el destino de nuestras familias.

El país va a la deriva. Estamos en una tormenta de proporciones inciertas. Vamos rápido y polarizados. Divididos, por proyectos políticos antagónicos en guerra permanente, igual de malos ambos. Es un duelo sistemático de filias y fobias en todos los terrenos. En el encierro, las redes aportan el campo de batalla ideal. Ejércitos de bots y ninis se han vuelto mercenarios del ciberespacio. No se perciben líderes a la altura de los retos.

En tiempos del coronavirus la información fluye a una velocidad pasmosa. Así, un día parece un mes. En una semana, las noticias ya huelen a viejas. Sin embargo, cada una de ellas no deja de sacudirnos y marcarnos. Aunque, al mismo tiempo, tal vez por pertenecer a una generación tan cínica que cree que ya lo vio todo y todo lo sabe, la magnitud de la epidemia se nos hace tan difícil de dimensionar y asimilar.

Los números y las decisiones aterran. Europa se derrumba, los norteamericanos lucen agobiados y echan andar sus mecanismos de guerra. La Guardia Nacional estadounidense toma posiciones y sus ciudades están bajo toque de queda. Ya no hay tiempo para el duelo y los entierros. Sin despedidas familiares los cuerpos son cremados. Tal vez, habrá una videollamada para un precipitado adiós, pero ya nunca más un abrazo o una caricia final. Los casos de adultos mayores que, una vez que caen en el hospital, saben que ya no regresarán con los suyos, son incontables.
En los hospitales de Italia, España y Bélgica ya se aplican medidas para elegir para el tratamiento de terapia intensiva a quienes tengan mayores posibilidades de sobrevivir. No habrá respiradores ni tratamientos avanzados para los más débiles. Criterios de guerra, de generaciones idas, para sus poblaciones. ¿Cómo serán las cosas en México y en Coahuila con tan escasos recursos sanitarios y financieros disponibles? En las ciudades agobiadas por la pandemia los cadáveres se abandonan en las calles ante la escasez de personas que los recojan. Eso ha pasado a ambos lados del Atlántico.

En la era de la alta tecnología, del capitalismo salvaje que controla al mundo occidental, un virus puso a las potencias en jaque, derrumbó los mercados financieros y estremeció a las corporaciones. Los gobernantes, en medio de la tormenta, muestran sus virtudes y sus carencias. La hipercomunicación actual magnifica sus mensajes. Sus palabras y titubeos los retratan Y son ellos quienes toman las decisiones sobre nuestro destino y el de nuestras familias.

Donald Trump, en plena campaña de reelección, juega al Maquiavelo y señala que morirán 250 mil norteamericanos en un escenario extremo. En el otro, establece que sólo perecerán 100 mil. Claro, que, si las cifras son menores, se investirá como el héroe nacional que los salvó del “enemigo invisible” que osó agredir a América.

En España e Italia han estado a punto de darse por derrotados. Los inescrutables chinos han llegado al rescate. Estamos presenciando situaciones de trapecio político en cascada: varios personajes carismáticos minimizaron y desafiaron a la pandemia, Donald Trump, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel, convocaron a sus gobernados a salir, a pasear y a hacer su vida normal. Los tres se han salvado del contagio, al menos al momento de escribir la presente colaboración. Ahora pretenden ser los salvadores de la patria. Sus gestiones y sus lugares en la historia quedarán marcadas por la época del Covid-19

Donald Trump, en plena campaña de reelección, señala que morirán 250 mil norteamericanos en un escenario extremo. En el otro, establece que sólo perecerán 100 mil. Claro, que, si las cifras son menores, se investirá como el héroe nacional que los salvó del “enemigo invisible” que osó agredir a América.

En México la incertidumbre es la marca del presidente. Seguimos inmersos en la letanía de liberales contra conservadores. Andrés Manuel resultó un presidente obsoleto que no comprende al mundo del siglo 21 y no le interesa conocerlo. Él piensa que ya sabe lo que se necesita para gobernar a una de las economías más grandes y frágiles del mundo. Un país enorme que desde siempre ha sido una fábrica de pobres y que además es brutalmente desigual. Tampoco, se ha resignado a que su sexenio podría quedar marcado por una brutal crisis económica. Lo que tanto ha temido, terminar como presidente devaluado como José López Portillo o como el Vendaval de la Guayabera, Luis Echeverría, con una gran deuda externa, es uno de sus escenarios más probables. Ironías del destino.

Los políticos, de todos los tamaños y disfraces, siguen enfrentados por el poder, se atacan por sistema, sólo interesados en sus carreras y sus negocios, mientras en sus países los muertos y los enfermos se acumulan. Así, Trump contra los demócratas; en España los partidos de derecha contra el gobierno del Partido Socialista Obrero Español de Pedro Sánchez, el patético Boris Johnson se atiende del “catarrito” marca Covid-19. Igual, los cientos de miles de muertos se convierte en números y en cenizas. Sin vacunas ni medicinas especializadas la atención y los resultados son manejados bajo la probabilidad y la estadística. A ese punto se ha llegado.
El presidente López Obrador se percibe agobiado y rebasado. Perdió la brújula, la popularidad y hasta la guerra de mercenarios en las redes. Se ha revelado rencoroso y vengativo. También, codicioso, prefiere gastar en sus temas y apoyos sociales que en equipar hospitales con decenas de miles de respiradores y material sanitario para el personal. Parece que su estrategia es la de conservar su base de militantes, los que no se mueran durante la pandemia, mediante los apoyos financieros de sus programas.

Es así, que 51.5 millones de mexicanos reciben directamente dinero federal, y esta cantidad de beneficiarios equivale a 41.7% de la población de México, que con cifras del Inegi, de 2017 es de 123.5 millones de habitantes. Para esos 11 programas se etiquetaron más de 320 mil millones de pesos lo que representa casi 1.5% del Producto Interno Bruto. Y es el equivalente a más de seis veces el presupuesto del estado de Coahuila, que para el 2020 es de 49 mil 746 millones.

El país ya se desmadró otra vez, no sabemos aún si más o menos que en el pasado. La muerte ronda por las calles, no hay cura ni vacuna a la vista. La pandemia nos atrapó como siempre, con las finanzas frágiles y los sistemas de salud y de seguridad semi desmantelados. Tiene razón el presidente, la corrupción carcomió al país hasta los huesos. Ahora todo parece desplomarse.

Como en la guerra, en las epidemias los ciudadanos, al parecer, son desechables. La economía manda. Así, se agrupan en cifras, datos que los gobernantes recitan de memoria luego de aprenderlos con dificultad. Enfrentamos a una tragedia que a los mexicanos que estamos vivos no nos había tocado vivir.

Entre tantas palabras, de tantos políticos, resaltan las de Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York. Quien en conferencia de prensa reclamó: “ Mi madre no es prescindible, tu madre no es prescindible y nuestros hermanos y hermanas no son prescindibles, y no vamos a aceptar la premisa de que la vida humana es desechable, y no vamos a poner una cifra de dólar en la vida humana.”

En el renglón de las pérdidas perdemos todos. Nunca más seremos los mismos. Yo tampoco, estoy seguro. Aunque, volveremos a encontrarnos y volveremos a juntarnos.

jjjeee_04@yahoo.com