En meses ya no habrá lugar para la demagogia

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Jorge Arturo Estrada García.

Permanece con un líder cuando esté en lo correcto, quédate con él
cuando siga estando en lo correcto, pero déjalo cuando ya no lo esté.
Abraham Lincoln.


El buen líder sabe lo que es verdad; el mal líder sabe lo que se vende mejor.
Confucio.

El presidente quiere controlar el dinero público del país. Su mira no está en salir de la crisis de la pandemia, está en las elecciones. Él va por la discrecionalidad presupuestal y el dinero de las Afores.

Aves negras planean en los cielos. Es época de zopilotes dirían los rancheros. El mundo y su economía están de cabeza. Las crisis del coronavirus y la financiera expanden sus contagios. Los líderes de los países flaquean y los liderazgos se diluyen y, tal vez, cambiarán de manos. La realidad y la historia, implacables, colocarán a cada uno en su lugar. En unos meses ya no habrá lugar para la demagogia.

La historia moderna de México ha estado salpicada de crisis que impiden el desarrollo, detienen el progreso, destruyen a la clase media y hacen crecer el número de pobres. Es indiscutible que el papel que nuestro país juega en el entorno mundial se ha decidido desde Washington. Los estadounidenses nos invadieron; nos despojaron de más de la mitad del territorio; fabricaron y alentaron golpes de estado; nos recolonizaron, nos impusieron un modelo económico y nos indicaron hasta que productos deberíamos manufacturar para alimentar a los mercados mundiales. Así, durante casi 200 años, ellos han ido marcando con sus decisiones la ruta del país en casi todos los aspectos.

Cuando los vecinos del norte decidieron expandirse nos invadieron y nos despojaron del territorio. Cuando el dictador Porfirio Díaz no les convino por andar alentando inversión europea, apoyaron el movimiento maderista que lo expulsó a París. Cuando el coahuilense ya no entró en sus planes, apoyaron a Victoriano Huerta quien le arrebató el poder y la vida.

Posteriormente los procedimientos variaron, pero no sus intervenciones.
A veces con las armas y a veces con los millones de dólares de los rescates económicos, México y sus presidentes se han sometido a los dictados del imperio que creció junto a nuestras fronteras, mientras los liberales y los conservadores se peleaban por el control del país y su destino.
Muchos de esos episodios y de esos personajes quedaron marcados en la historia más como gobernantes fallidos que como héroes del panteón nacional. Están en la fosa de los villanos.

El presidente López Obrador ha metido al país en una tormenta económica, que se agrava cada día más, ante el azote mundial del Covid-19. Pandemia para la cual sólo contamos con un sistema de salud precario y mal parchado. El mandatario se percibe agobiado por sus demonios internos, por su miedo a fallar, a no lograr sus proyectos transformadores y pasar a ocupar un lugar entre los repudiados expresidentes que lo antecedieron. Parecieran importarle más sus proyectos políticos y materiales que cualquier otra cosa.

Se ha apresurado a recortar dinero para todo, menos para sus prioridades de entregas de dinero a ciudadanos censados por los servidores de la nación y para sus obras faraónicas. En México la política se hace con dinero, con mucho dinero. El presidente quiere controlar y acumular el flujo del dinero público en el país. Su mira no está exclusivamente en salir de la crisis de la pandemia, está en las elecciones. Él va por la discrecionalidad presupuestal y el dinero de las Afores para afianzar su proyecto.

Él demanda mucho dinero para realizar su transformación. Le molesta mucho cuando le piden recursos para otras cosas que no son sus prioridades. Él ya está pensando en la siguiente elección, incluso incluir su nombre en la boleta de Revocación de Mandato. En la emergencia, sus acciones se perciben titubeantes. A veces lentas y otras, arrebatadas. Las derrotas lo volvieron extremadamente cauto y eso lo refleja al hablar en público, tiene miedo a equivocarse y ser sujeto a la crítica relatan quienes lo conocen. Él vive del elogio y está en busca de aprobación permanentemente. Su visión del país está con la vista en el pasado. Está abrumado por las adversidades, como lo estuvieron otros de los que se sentaron en la Silla del Águila, antes que él. El país se le desmorona en las manos.

A partir de la constitución de 1917 se diseñó un país que construyera un Estado de Bienestar, que incluyera justicia social, rectoría del estado e inversión privada nacional y extranjera. Lázaro Cárdenas aplicó la Reforma Agraria y diseñó un país agrario, autosuficiente, con una base industrial no muy grande, que hiciera énfasis en apoyar a los marginados y educarlos.
Sus sucesores dejaron atrás aquello, y construyeron el modelo de sustitución de importaciones; impulsaron la industrialización; protegieron a las empresas, cerraron las fronteras a productos extranjeros y las exentaron de impuestos por 15 años. El campo y sus habitantes pasaron a segundo plano.

A mediados de los años sesenta, las tres décadas del Milagro Mexicano revelaron sus defectos al producir unos pocos mexicanos muy ricos, una clase media estrecha y una gran cantidad de pobres hacinados en los cinturones de miseria de las ciudades, con el campo devastado por la falta de apoyos. En 1943, se creó el Seguro Social. Su avance fue lento, hasta finales de los cincuenta el instituto construyó centros médicos en las capitales estatales, primero. También, se generaron sistemas de pensiones para obreros y para burócratas. Ya desde Díaz Ordaz los mandatarios reconocían y lamentaban, en su discurso, la enorme pobreza existente.
En el sexenio de Luis Echeverría, 1970-1976, se trató de implementar el “Desarrollo Compartido” para apoyar a los marginados del milagro.

Contrató deuda. Subió los salarios frecuentemente, construyó grandes obras públicas para modernizar la infraestructura, se creció al 6 por ciento, regresaron los apoyos al campo, su gobierno adquirió empresas quebradas, que los hombres de negocios iban a cerrar, para mantener abiertas las fuentes de empleo. También echó a andar la máquina de imprimir billetes para continuar Arriba y Adelante. Entró en conflicto con los empresarios, intentó una reforma fiscal, se refería a ellos como “Riquillos”. Varios de estos hombres de negocios sacaron sus fortunas del país. La economía se volvió deficitaria, se desató la inflación y la deuda creció rápidamente. El dólar pasó de 12. 50 a 19. 50 pesos.

En el sexenio de Luis Echeverría, 1970-1976, se contrató deuda, echó a andar la máquina de imprimir billetes, entró en conflicto con los empresarios, la economía se volvió deficitaria, se desató la inflación, la deuda creció y el dólar pasó de 12. 50 a 19. 50 pesos.

Su sucesor, José López Portillo, buscó la unidad. Luego de un inicio vacilante se descubrieron enormes mantos petroleros, que sostuvieron al país hasta hace unos cuantos años. México llegaría a colocarse como la quinta potencia petrolera del mundo. Entonces, anunció el presidente que habría que “Aprender a administrar la riqueza”. En sus memorias recuerda que los banqueros extranjeros perseguían a sus funcionarios para ofrecerles préstamos para obra pública; y por supuesto los aceptaron. Se construyeron autopistas, puertos, presas, plantas de energía, etcétera. Para su mala suerte, más adelante los precios de los hidrocarburos se desplomaron, los intereses de la deuda subieron, la devaluación del peso se volvió inaplazable y López Portillo se convirtió en un presidente devaluado. Entró en conflicto con los empresarios, los acusó de saquear al país; de nueva cuenta los capitales emigraron al extranjero. El mandatario culpó a los banqueros y decretó la expropiación de la banca. El dólar se elevó hasta 46 pesos.

La llegada de Miguel de la Madrid marcó el final del Nacionalismo Económico. Agobiado por la inflación y por el pago de los intereses de la deuda externa recurrió a los organismos financieros internacionales para renegociarla. El Fondo Monetario Internacional se metió de manera permanente a dictar la política económica de México. El discurso dejó de ser nacionalista y el pequeño estado de bienestar sería desmantelado. El mercado regularía todo y los presidentes gobernarían bajo los dictados de Washington, sin más. Se impuso la apertura de mercados en el marco del “Consenso de Washington”.

Carlos Salinas de Gortari privatizó 250 empresas públicas estratégicas como Telmex, Mexicana de Aviación, la cadena de televisión oficial, la siderúrgica Lázaro Cárdenas, Altos Hornos de México y los bancos. Creó una nueva generación de banqueros y de millonarios.

En 1992 reformó el artículo 27 constitucional que decretó el fin del ejido para permitir la venta de tierras ejidales y comunales y otra vez grandes terratenientes. Se privatizaron las minas estatales los beneficiarios fueron Peñoles, Grupo México y Carso; es decir, Bailleres, Larrea y Slim. La CFE perdió el monopolio de generar y vender energía y llegaron las empresas extranjeras. Estados Unidos nos incluye en el Tratado de Libre Comercio como los suministradores de mano de obra barata para las maquilas y la manufactura, con casi nula transferencia de tecnología.

Carlos Salinas de Gortari privatizó 250 empresas públicas estratégicas como Telmex, Mexicana de Aviación, la cadena de televisión oficial, la siderúrgica Lázaro Cárdenas, Altos Hornos de México y los bancos. Estados Unidos incluye a México en el TLC como mano de obra barata.

En 1994, Ernesto Zedillo vuelve a tronar las finanzas Públicas. Bill Clinton lo rescata y otra vez las medidas para desmantelar se imponen. Los Ferrocarriles Nacionales de México se privatizan, Kansas City y Grupo México son los elegidos. Así, se privatizaron los sistemas de pensiones, ya individualizados y administrados por instituciones financieras privadas. Los bancos mexicanos son rescatados de la quiebra por el gobierno zedillista y se convirtieron deudas privadas en deuda pública: el famoso Fobaproa. En el 2007, las pensiones de los burócratas, enmarcadas en el ISSSTE, también pasaron a los bancos, que ya estaban en manos de extranjeros. Con las reformas estructurales, hasta la explotación del petróleo quedó en manos de particulares.

El presidente López Obrador sabe que está en medio de un huracán financiero que pone en riesgo a su Cuarta Transformación. Sabe que si las finanzas del país se hunden tendrá que recurrir a los organismos financieros Internacionales, al temido Fondo Monetario Internacional, para que hagan el rescate. Su “Primero los pobres”, quedaría pospuesto.
Él tratará de impedir a toda costa que eso suceda, ya que las medidas del FMI cancelarían y regularían varios de sus programas sociales clientelares; también sus ambiciosos programas de infraestructura y electorales se verían afectados.

En este momento se siente amenazado, pero su personalidad lo mantiene aferrado en su estilo personal de gobernar. Modificar es traicionar, es el lema de la 4T. Al presidente le ha pasado lo mismo que a varios de sus antecesores: Tanto poder, para poder tan poco. El tiempo dirá.

jjjeee_04@yahoo.com