David Guillén Patiño.
En el reloj del sexenio federal habrán de transcurrir 30 minutos, el doble de los que han pasado, para estar al “cuarto para las doce”, hora en la que no podría hacerse prácticamente nada en caso de que se requiriese alguna acción apremiante o de recomposición.
En efecto, la manecilla se ha desplazado exactamente 90 grados, lo cual indica que es hora de hacer una escala técnica, cuando no una parada de emergencia. Este alto en el trayecto se justifica si pensamos en los múltiples servicios que necesita la nave en la que viajamos los mexicanos, que no en el avión presidencial, símbolo del agravioso derroche de una clase política que, para sobrevivir, se aferra a las posiciones que le quedan.
La instauración del nuevo régimen no es cosa menor, ya que implica un proceso de profundas transformaciones políticas, económicas, sociales y hasta culturales, que suelen reclamar costos muy altos, sobre todo para los sectores privilegiados, que hoy se sienten afectados en sus intereses. Lo confirmó en febrero pasado Ángela Merkel: “Uno de los problemas de América Latina es que los ricos no quieren pagar nada”, ni siquiera los impuestos, diría también el presidente Andrés Manuel López Obrador, respecto de algunas grandes empresas.
Por fortuna, estamos ante una revolución pacífica, a saber: una inédita transición hacia mejores condiciones de vida que, de cumplirse, nos permitiría ubicarnos entre los países próximos a formar parte del primer mundo, con todo y ciertos imponderables, como son, por ejemplo, los vaivenes de la economía internacional y la actual pandemia por Covid-19.
Pero el trabajo comienza en casa, donde hay mucha tela de dónde cortar, más aún si se trata de apuntalar el desarrollo, fortalecer la hacienda pública, distribuir equitativamente la riqueza y promover la participación de todos los sectores sociales en el progreso nacional.
Si bien el combate a la corrupción e impunidad es parte esencial de las estrategias de cambio del actual gobierno, también lo debe ser el asegurarse de que los servidores públicos, principalmente los de primer nivel, sean leales a sus idearios y al Estado, lo cual incluye su compromiso de llevar hasta sus últimas consecuencias el programa de gobierno en curso.
En esto consiste la primera parte de la tarea, al cumplirse ya el primer cuarto del sexenio. Estos son tiempos cruciales y, por lo tanto, de definición y depuración, tanto en el ámbito partidista como en la administración pública. Efectivamente, en el actual parteaguas no todos son lo que parecen, aunque naveguen con bandera morenista, lo cual me parece delicado.
Esto último representa, sin duda, el talón de Aquiles de la administración de AMLO, como lo fue del efímero gobierno del presidente Francisco I. Madero, guardando proporciones, a pesar de que sus allegados le advirtieron que el enemigo se había infiltrado, situación que, a la postre, le costó la vida y, posteriormente, que el país viviera una cruenta lucha armada.
Recordemos el relato del escritor Ignacio Solares: “Aquella misma mañana, muy temprano, en la terraza del Castillo de Chapultepec… Gustavo insistió (a su hermano Francisco I. Madero): ´Hasta las piedras que están abajo de nosotros saben que Huerta confabula contra ti y sólo tú no lo quieres ver. ¿Cómo pudiste creer su argumento de que dejaba entrar los carros de víveres a la Ciudadela para que los rebeldes no se dispersaran por la ciudad y crearan mayor caos? —Tenemos que dejarlo trabajar de acuerdo con sus planes —dijo el presidente—. En estos momentos no nos queda más remedio que jugárnosla con Huerta”.
Llama la atención este fragmento, por su semejanza con las declaraciones que, a través de una entrevista grabada en febrero de 2018, ofreció a Televisa Andrés Manuel López Obrador, en su calidad de precandidato a la presidencia por la coalición «Juntos Haremos Historia».
La pregunta que se le formuló fue directa: “¿Por qué acepta a los que antes rechazaba? ¿Por qué recibe en Morena a quienes antes lo atacaban y lo satanizaban, y usted a ellos? ¿Por qué revivir a personajes como Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal o a la familia de la maestra Elba Esther? ¿No está vendiendo propuestas viejas con empaques nuevos?”.
El ahora mandatario respondería así: “…Necesitamos la unidad. Estamos enfrentando a una mafia del poder, a grupos de intereses creados muy poderosos que no quieren perder privilegios, que no quieren dejar de robar, y necesitamos de la unidad de todo el pueblo, y estoy convocando a eso, pero además es un acuerdo del congreso nacional de Morena, desde hace un año… de buscar unirnos con militantes de otros partidos, con dirigentes de otros partidos, con ciudadanos sin partidos, con mujeres y hombres de buena voluntad…”.
Y, en efecto, dicho llamamiento tuvo tanto éxito que empezaron a llegar a Morena toda suerte de individuos, lo mismo ciudadanos independientes, que militantes y dirigentes de otros partidos, entre ellos, algunos funcionarios reconocidos. Pertenecer a Morena era tan fácil que el partido se dio el lujo de expedir credenciales de afiliación en forma indiscriminada; del mismo modo, poco a poco se cedió a los nuevos “compañeros” el manejo del partido.
Aquello era como “salir del clóset” y, de pronto, todo mundo se decía morenista y experto en asuntos del actual proyecto de nación. En tanto, López Obrador se rodeaba de personajes de cuestionable trayectoria, como Manuel Bartlett, Alfonso Durazo y Porfirio Muñoz, y de figuras vinculados al sector empresarial, como Yeidckol Polevnsky y Alfonso Romo.
Como se recordará, una pléyade de políticos de tal envergadura fue salpicando el gabinete presidencial, así como diversas dependencias e instituciones públicas, mientras que a otros se les convirtió en legisladores de la Cuarta Transformación.
Así pues, la moneda está en el aire: o bien, Morena se oxigena y abre mayores espacios de participación a sus militantes, es decir, a quienes han invertido más tiempo, talento y recursos para empujar el cambio, o simplemente habrá que esperar a que los infiltrados de la oposición terminen de desarticular al morenismo, peor aún: que Andrés Manuel López Obrador cumpla su amenaza de renunciar al partido, ahora secuestrado, dejándolo huérfano y a la deriva, ruina que no se descarta… su advertencia se escuchó fuerte y claro.
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