PIB y felicidad

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Samuel Cepeda Tovar.

Tres aristas importantes; la primera: sí existe un medidor de la felicidad; se llama el Happy Planet Index (HPI); del Fondo Monetario Internacional. Segunda; no sirve para medir el grado de bienestar de una sociedad. Tercera, la medición del bienestar social mediante el Producto Interno Bruto no es absoluta, ya que existen muchas variables que se miden y depende también del país en que se aplique, hasta de la proporcionalidad de habitantes; es decir, no hay precisión en el uso de esa herramienta para determinar éxito en materia económica de cualquier nación.

De ahí que el presidente López Obrador se equivoca si piensa que medir la felicidad puede sustituir mediciones de bienestar, aunque también el mismo PIB hace honor a su nombre a la hora de medir el verdadero éxito económico de una nación. Veamos por partes: en primer lugar, según el Happy Planet Index, en 2019 México era el segundo país más feliz del mundo, después de Costa Rica, lo cual tampoco es sinónimo de que la gente estuviese contenta con el gobierno de MORENA, sino que se trata de una tendencia de felicidad de años atrás a pesar de la violencia casi generalizada, de la pobreza en la mitad de los mexicanos, de la rampante corrupción y los gobiernos fallidos de PAN y PRI en los últimos 18 años. Desde 2016 se canta a los cuatro vientos el honroso segundo lugar mundial en felicidad.

El Índice HPI, multiplica el bienestar con la expectativa de vida y a su vez este resultado es multiplicado por las desigualdades y dividido entre la huella ecológica, lo cual lo vuelve complicado y sus resultados son cuestionables. ¿Cómo puede un país con la mitad de su población en pobreza ser feliz? Algo no cuadra.

Por su parte, el PIB, es una herramienta también bastante cuestionable para medir el crecimiento de un país y el bienestar de sus habitantes. Bobby Kennedy afirmaba en 1968, sobre el PIB: «mide todo… excepto lo que hace que la vida valga la pena». La tradicional forma de medir la riqueza y bienestar de los habitantes es mediante el PIB per cápita, es decir, dividir toda la riqueza nacional entre el número de habitantes, lo cual es bastante cuestionable y el ejemplo de Bill Gates en el bar es la mejor manera de echar por tierra esta absurda medición. La premisa es simple; Bill Gates entra a un bar donde todos son pobres y en promedio, según el PIB per cápita, todos son millonarios.

Los métodos del gasto, del valor añadido y de las rentas son igual de imprecisos a la hora de medir crecimiento. Ahora bien, ¿se puede relacionar crecimiento económico con bienestar social? Es igual de complicado, el Porfiriato es el mejor referente que tenemos de esta falta de relación. ¿Cómo puede el presidente AMLO entonces medir el bienestar del pueblo si desea eliminar el PIB como instrumento de medición de crecimiento? Es igual de complicado, no obstante, me parece que un atinado procedimiento sería empezar a construir otro instrumento que midiera otras variables relacionadas con el bienestar personal; el Índice de Progreso Social (IPS) es una propuesta interesante que deberíamos tomar en cuenta, y se basa en tres simples preguntas: ¿Un país satisface las necesidades más esenciales de sus habitantes?; ¿Están dadas las bases para que las personas y las comunidades mejoren y mantengan su bienestar?; ¿Existen oportunidades para que todos los individuos puedan alcanzar su máximo potencial? Se trata entonces, como lo señalan los autores de esta herramienta de medición (Social Progress Imperative), de medir todo, menos el rendimiento económico.

Si AMLO desea prescindir de lo tradicional, debe proponer una herramienta que sea efectiva e innovadora y que mida entonces lo que realmente signifique bienestar para las personas.

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