Luis Eduardo Enciso Canales.
“La población en general no sabe lo que está ocurriendo, y ni siquiera sabe que no lo sabe”
Noam Chomsky.
Algo muy grave está sucediendo en nuestro país cuando la sociedad se ha quedado fuera del debate político. En la actualidad los canales para la participación de la sociedad en la vida pública están acotados o en la mayoría de los temas neurálgicos cancelados, a pesar de que se diga lo contrario, y de que ahora más que nunca la gente, se supondría, puede opinar desde cualquier red social. Pero esto definitivamente es una trampa como lo dijera Bauman; porque no representa una verdadera participación, es solo “activismo de sofá”, eso a lo más que llega es a funcionar como una válvula de escape que permite opinar sin sentido y sin incidir realmente en nada, sirviendo solo como un placebo social.
Se podría aspirar a una verdadera participación si existiera una auténtica voluntad política para abrir ese debate, y que éste además involucre el asumir esto como una obligación de un sistema político que se jacta de ser democrático, obligado por las diferentes fuerzas políticas a garantizar la construcción de condiciones para que ese diálogo social, sobre lo fundamental, se realice y sea parte de un ejercicio sistemático.
Es evidente que los esfuerzos que en su momento se hicieron, en el pasado, lograron abrir ciertas vías de acceso para manifestar la opinión pública, pero se quedaron cortos sin lograr llegar a consolidar esos espacios y esas puertas se volvieron a cerrar. Y es que el ejercicio de la participación requiere condiciones de igualdad, ya que el diálogo solo se puede dar en equivalencia de circunstancias y no solo con buenos deseos. La primera condición es que se tendría que estar frente a un régimen auténticamente democrático, y que éste tenga la voluntad real de sentar las bases políticas para que el diálogo sea posible, después se deben respetar las garantías individuales, que no existan represalias, ni coacción.
Los canales institucionales deben de ser los adecuados y estar regulados por un marco jurídico que provea de certeza, que garantice el flujo de información y le dé formalidad a los acuerdos, y que por consiguiente vengan a revitalizar y fortalecer la confianza, algo que por mucho en la actualidad está perdida por completo. La ciudadanía ya no cree, desconfía de las instituciones y de sus políticos, volviéndose apática.
La actual administración federal desde el inicio de su mandato dio claras muestras de no querer tener nada que ver con la ciudadanía, López Obrador canceló esa posibilidad al quemar los puentes con todos los organismos de la sociedad civil, y con los que ha tenido algún tipo de acuerdo los ha llevado a cabo por debajo de la mesa y en corto, su discurso jamás estuvo matizado con el estandarte de la ciudadanía, éste fue permutado por la bandera de los pobres, como si estos no fueran ciudadanos, y de paso los confina a seguir siendo pobres, ya que en su proyecto de nación figuran como el eje rector donde se sostiene y justifica toda su visión, es más, requiere de más pobres para continuar alimentando su discurso, y parece que lo está logrando porque gran parte de la clase media ya se encuentra inmersa en ese segmento gracias a sus políticas públicas que solo han servido para desmantelarlo todo. El presidente no permite ningún tipo de diálogo, llegando a no querer escuchar ni a sus propios correligionarios, lo que lo ha llevado a hilar una pifia tras otra, que lo tiene hoy, en el nivel más bajo de popularidad.
El prematuro fracaso de este gobierno no es más que el reflejo de la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza. Es la velada creencia colectiva de que los líderes políticos no solo son corruptos, sino que son incapaces. Para actuar se necesita poder, ser capaz de hacer cosas, y se necesita hacer política, algo que hace mucho se dejó de hacer. La habilidad de decidir qué cosas se tienen que implementar es el resultado del profundo conocimiento de las necesidades de un país y sus alternativas de solución, pero esto es algo que un gobernante no lo puede llevar a cabo solo, ni con su pequeño grupo de colaboradores, se necesita la participación, el acompañamiento y el respaldo de todos.
En esta marginación de la sociedad en la vida pública los partidos políticos tienen mucho que ver, ya que estos solo vieron por ellos y sus intereses, contribuyeron en cerrarle la boca a la voz ciudadana, se adjudicaron sus demandas para comerciar políticamente con ellas, pero sin saberlo se dieron un balazo en el pie que a la larga los ha dejado a la deriva, y en la actualidad con un futuro muy incierto.
El mayor indicador de que los partidos han fallado es que ahora estamos gobernados por un presidente sin partido, MORENA es solo una amalgama que sirvió como un escalón. Haciendo un breve análisis de los números de la elección donde gana AMLO, es claro entender el rompimiento entre sociedad, partidos políticos y gobierno. Andrés Manuel y su movimiento ganan con el 30% de la votación del padrón electoral, el otro 30% queda repartido entre el resto de los partidos y sus candidatos, y el porcentaje final del total del padrón se abstiene.
El hecho de que el nuevo gobierno no levante está relacionado con ese vacío ciudadano, porque la participación de la gente en lo político no solo tiene que ver con ir a votar, una autoridad tiene que justificarse aunque haya ganado una elección. Toda jerarquía es ilegítima hasta que no demuestre lo contrario y eso solo se logra con el respaldo de los gobernados. La oposición política también tiene la responsabilidad de legitimarse. De la profunda crisis que estamos enfrentando derivada de la epidemia, solo podremos salir siendo incluyentes y dejando fuera el discurso separatista.