#poema Lluvia de televisión

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Oliverio Ascascius.

Aparece misteriosa
o descaradamente improvisada.
No se le ve
o se le ve demasiado tarde.
Le gusta jugar al villano
y se viste de «mujer de la calle».
Se desliza por el pavimento
sensualmente lubricada.

Los autos se estrellan unos con otros
y cientos de humanos, no humanos,
inhumanos, animales, bestias
y hasta pequeñas hormigas
son atropelladas y aplastadas
contra un moco verde.

Genera violencia
pues ella misma es violenta.
Arrastra a los niños
por las coladeras
y los árboles aplastan
unas cuantas viejecitas
que no pudieron llegar a sus casas.

Cuando aparece en la noche
envuelta entre rayos y centellas
el viento lanza su grito de guerra
y los árboles extienden sus ramas
para aplastar entre su follaje
las partes íntimas
de los últimos transeúntes.

Los malos le temen
y cierran puertas y ventanas.
Presurosos apagan las luces
y prenden velas con olor a vino tinto.
Ponen cruces de sal en el suelo
y elevan al cielo
sus últimas oraciones.

En medio de sus miedos
creen escuchar que salen los muertos
de sus tumbas,
que los perros maúllan
y los gatos ladran histéricos.

Imaginan ríos en las calles,
cocodrilos en el agua,
y ballenas rabiosas
que chupan sangre
de automovilistas varados.

Después la ciudad se apaga,
se inundan las plazas
y hasta las catedrales.
Las cañerías se desbordan
y como palomas en parvada
aparecen «los mojones voladores».

La ciudad se ennegrece sin sus ojillos de luz,
la gran ciudad que antes yacía iluminada
con el dinamismo obligado
y la angustia desbordante,
con el cansancio evidente de sus habitantes,
hoy está oscura,
oscura como la vida
de muchos de sus hombres.