Simón Álvarez Franco.
Historia
La batalla de Icamole realmente se inició en el Puerto de Nacataz, bajío en la parte alta de la Sierra Madre Occidental entre Santa Catarina, N. L. y Ramos Arizpe, Coah., en la actualidad un túnel ferrovario atraviesa esa sierra, facilitando el traslado.
Fue un enfrentamiento entre las fuerzas de Porfirio Díaz y las del gobierno encabezado por Benito Juárez, quien en ese momento había cedido el puesto al Vicepresidente Sebastián Lerdo de Tejada, mientras él recorría el país en un coche de dos caballos, llevando consigo la Presidencia itinerante.
La batalla que nos ocupa llegó a extenderse hasta Icamole (pequeño asentamiento, en medio del desierto, con una economía muy por debajo de los estándares, sin embargo, es un punto muy interesante en nuestra historia por haberse librado allí una batalla entre el ejército liderado por que las fuerzas lerdistas comandadas por el general Carlos Fuero (1840-1892) persiguieron cruelmente a los leales al Pacto de Tuxtepec. Aunque las fuerzas de Porfirio Díaz eran menores en número, dieron fiera batalla a los lerdistas, derrotados los primeros, huyeron hacia el norte, cruzando por Villa de García para continuar su ruta hacia el país del norte, pasando la fatigada tropa por el camino de tierra rumbo a Monclova y Piedras Negras, Coahuila.
Por cierto, el general Fuero fue premiado por su victoria por Lerdo de Tejada quien lo hizo gobernador de Durango en ese mismo año durante un período al final del cual fue trasladado a México donde murió en 1892.
Anécdota histórica
Al anochecer de ese infausto día, el general derrotado hizo un alto en su huida hacia el norte, en la Hacienda de Icamole, acercándose, antes de que se hiciera más tarde, a la puerta del corral en el que se guardaba tanto el precario ganado mayor como el menor.
Aprovechó el militar el encuentro casual con un chamaco que custodiaba los animales, conversando con él.
- Dijo el militar: Oye chamaco, ¿tú cuidas este ganado?
- El chiquillo zarrapastroso y sucio, por la falta de agua para bañarse, ya que el tajo que pasaba por la hacienda estaba seco por la proverbial falta de lluvias en el campo, agravada por el intenso calor que ya en mayo predecía un estiaje caliente en la región, contestó: Si mi’amo, así es.
- ¿y cómo se llama tu patrón?
- Pos don Froilán Alvarez Garza el dueño de esta hacienda.
- ¿No me haces favor de llamarle? O a alguna persona mayor que me pueda atender.
- No, pos si, aquí espéreme mientras voy a buscarlo c’a don Simón, (mi bisabuelo) su hijo.
- El chiquillo corrió hacia una de las casas que se distinguía por su tamaño y bien cuidado frente encalado, de tal forma que reverberaba al rayo del sol.
- Llegando a la casa el chamaco tocó repetidamente a la puerta con una manita de acero que el dueño había puesto a la mitad de la puerta, para que con su base, también de acero, se llamara la atención de los vecinos que estaban dentro.
- Al salir don Froilán al zaguán de la casa, con el cabello de la cabeza alborotado y dándose masaje sobre los párpados para quitarse la somnolencia que la siesta le había proporcionado.
- ¿Qué quieres chamaco del demoño, que con tus toquidos no me dejas dormir?
- No quero nada patrón, pero sucede que allá en la barda del corral está un “curro” que quiere hablar con usté.
- ¿Un curro, conmigo?
- Pos si patrón, aunque viene con la ropa destrozada y aterrado, todavía se le ve que trae los restos de una levita y casaca militar, aunque todo lleno de polvo se le nota que es hombre de valía.
- Anda, cuélale, búyele, ve a decirle que ya voy, nomás busco a mi hijo Simón para que me acompañe, no quiero atenderlo solo, porque algo me dice que no trae buenas noticias.
- Así lo hizo el muchachillo y no tardó el dueño don Froilán Alvarez, junto con su hijo Simón Alvarez Nerio en llegar al portón del corral.
- Ahí encontró a un hombre que aunque mal vestido, casi zarrapastroso en los restos de lo que fuera un glorioso uniforme militar, pero de aspecto altanero.
- Dígame amigo, ¿qué se le ofrece?, el visitante en voz baja le dijo su nombre y rango militar, le hizo una prolija exposición de cómo había sido derrotado por las fuerzas gobiernistas, por lo que se veía obligado a pedirle algo de comer para sí mismo y para los pocos efectivos que lo acompañaban. Poco a poco se le fue quebrando la voz por la emoción de hacer recuerdos de su desventura bélica, cuando ya estaba casi a las puertas de alcanzar su destino en la frontera del país vecino a donde quería llegar. El visitante lloraba al terminar su relato, con lágrimas de pena por su derrota y vergüenza de pedir ayuda a un desconocido, sacando de un bolsillo del pantalón un paliacate sucio con el que secaba sus lágrimas.
- Ande amigo, no se amilane, que la vida así es y en su rodada nos lleva a veces arriba y otras veces abajo, no recule, que seguramente en su vida ha tenido triunfos que recordar y uno que otro descalabro, ándele pase a comerse un taco junto con su gente y ya veremos cómo le ayudamos.
- El visitante aceptó la invitación de don Froilán, pero antes se recargó en la viga superior que cerraba el portón del corral, manteniendo baja la cara, agachado sobre la viga, secándose los ojos, pero el llanto no paraba.
- Este visitante no era otro que don Porfirio Díaz Mori que derrotado trataba de huir a la frontera para cruzar hasta Nueva Orleans a componer su vida. Escapó de las fuerzas gobiernistas y logró llegar a su destino donde con muchas penalidades se embarcó a Veracruz, habiendo juntado un pequeño ejército marchó hasta la capital para reintegrarse a la lucha bajo las órdenes de Lerdo y poco después (1876) fue elegido presidente de la República durante un período, que él se encargó de alargarlo con sus sucesivas reelecciones hasta durar más de 35 años en el poder.
Desde entonces lo conoce la historia, con el peyorativo mote de “El llorón de Icamole”.