Samuel Cepeda Tovar.
Los resultados de la jornada electoral del pasado 18 de octubre nos dejan algunas lecciones y un resultado contundente. Comenzando por las lecciones; se trató sin duda alguna de un proceso atípico, inmerso en una pandemia nunca antes vista a nivel mundial, sin embargo el resultado fue el esperado estadísticamente hablando, pues desde un principio se vaticinaba una baja participación producto de por lo menos dos aristas: la primera, se trataba de un proceso poco atractivo, pues la elección de legisladores locales no suelen ser imanes de participación ciudadana en cuanto a votos electorales a pesar de la enorme importancia de su función, y en segunda, la pandemia parecía que inhibiría la afluencia de personas a las casillas el día de las elecciones.
Al final la votación no fue muy diferente de otros procesos similares, por ejemplo, en 2014 la elección de legisladores en Coahuila fue de un 39.5%; ligeramente menor que en este 2020 y aunque ciertamente es difícil saber cuántas personas no votaron por miedo al contagio del COVID, la realidad es que los datos de participación nos dicen que esta última arista influyó muy poco en la participación ciudadana.
La primera lección, es que, con las medidas sanitarias adecuadas, se pueden desarrollar tranquilamente un proceso electoral, pues participó un porcentaje similar a otros procesos, por lo que a reserva de lo que suceda en 2021 con respecto al virus, el proceso electoral se puede desarrollar exitosamente operativamente hablando.
En segundo lugar, los candidatos hicieron uso de las redes sociales mostrando un escenario de éxito, sumando voluntades y filias en cada caminata, recibiendo apoyo, burlas y acusaciones y sacando la mejor parte de sus repertorios para parecer respetuosos, incluyentes y conocedores de las necesidades de los habitantes de sus distritos; y todo esto en redes les generó una proyección impresionante que el día de la jornada no se reflejó en lo absoluto en las urnas ni mucho menos en el PREP, lo cual nos dice, como segunda lección, que “likes” no equivale a votos ni mucho menos a triunfo electoral.
Así mismo, nos dimos cuenta que, es simple crear un partido, y más sencillo perder el registro, lo cual sin duda alguna nos debe dejar como tercera lección la reflexión sobre la viabilidad económica de erogar recursos en cada proceso electoral que a final de cuentas no durarán más allá de un proceso electoral en nombre de la pluralidad; con base en ello, tal vez es tiempo de analizar el endurecimiento de las reglas para la creación de nuevos partidos.
La última lección, es el fracaso de las autoridades electorales en cuanto a su deber legal de fomentar la participación ciudadana, pues hasta el momento no existe una sola estrategia integral a largo plazo para incentivar la cultura de la participación a través de políticas educativas, tanto el IEC como el INE han fracasado en este importantísimo tema.
Finalmente, el gran ganador de todo este extenuante proceso que se prolongó por cuatro meses no fue el PRI con carro completo, ni MORENA como el partido de izquierda que por vez primera obtiene una votación histórica que le da derecho a ser la segunda fuerza (en teoría); no; el gran ganador fue el abstencionismo; pues la participación ni siquiera alcanzó el 40% del listado nominal. El 39.38% de los coahuilenses participaron (4 de 10 ciudadanos votaron), y de esos 4 de cada 10, el PRI obtuvo el 49%, es decir, al final solo dos de 10 coahuilenses decidieron el destino de la elección.
Los números no son para nada halagadores y el ganador debe estar consciente que carece de legitimidad ante una sociedad cargada de apatía y desinterés por las cuestiones públicas. Así las cosas. Con el abstencionismo, perdimos todos.