AMLO, un gobierno unipersonal

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Actualmente, los riesgos y las oportunidades se combinan de una forma mucho más problemática que en cualquier civilización anterior. Todos los países luchan en estos momentos por redefinir su identidad.
Anthony Giddens.

El mensaje sólo es eficaz si el receptor está dispuesto a recibirlo y si se puede identificar al mensajero y éste es de fiar.
Manuel Castells.

Jorge Arturo Estrada García.

Sobrevivir en una pandemia es difícil y vivir en una crisis económica es agobiante. Pero transitar, al mismo tiempo, por un país enfrascado en una guerra entre facciones políticas tan desacreditadas es frustrante. Es patético ver a los villanos de siempre ponerse ropajes de héroes, hablando de traiciones y de salvar a la patria. En todos los bandos de la política mexicana hay villanos de oscuro pasado y fortunas sospechosas. Casi nadie se salva.

El mundo se hizo pequeño. Somos sociedades formando redes mundiales intercomunicadas en muchos sentidos. El modelo económico-social en el que nos incrustaron demanda que los países puedan insertarse en la economía global en forma competitiva. Sólo así se pueden incorporar a las cadenas de valor en las que se generan los empleos con barnices de formalidad y progreso.

En los poco más de 200 años de historia del país, este neoliberalismo tan desigual trajo un período de estabilidad luego de las crisis y modelos que padecimos e intentamos. Los viejos podemos dar testimonio de eso. Luego, vimos a los presidentes prianistas navegando de muertito y ahora tenemos a uno que intenta hacerlo en sentido contrario.

 Por primera vez en la historia del país, el número de personas fuera de la marginación ha superado al de los millones de pobres que nos acompañan en la lucha diaria en este país. Sin duda eso es un avance. La clase media creció, subsiste en forma precaria, pero se adquieren viviendas y pueden enviar a sus hijos a las escuelas a adquirir habilidades que les permitan insertarse en el mercado globalizado.

Sin embargo, los malos gobiernos, que hemos elegido los apáticos mexicanos, nunca se han ocupado con eficiencia de suministrar las oportunidades de progreso en un marco de igualdad, que nos abarque a todos.

Algunos sociólogos como Anthony Giddens y Manuel Castells explican cómo el mercado, en su organización laboral, selecciona distinguiendo entre trabajadores autoprogramables y genéricos. Agregan, que la flexibilidad y adaptabilidad de ambos tipos, a un entorno en cambio permanente, constituyen una condición previa para su utilización como mano de obra. Es decir, hay que alcanzar la visibilidad suficiente para que los mercados los integren tanto en lo individual como en lo colectivo. El que no se adapte sería considerado desechable y entraría en la marginación.

Algunos estados del país lo han comprendido más rápido y han enfocado sus acciones hacia la competitividad internacional para la atracción de inversión productiva que genere empleos y redes de valor en los territorios. En ellos, se impulsó la educación del capital humano y la construcción de la infraestructura para el desarrollo. Así se aprovechó el TLC y los gobiernos estatales se volvieron promotores de sus estados internacionalmente. La calidad de vida mejoró.

Es evidente que nuestro país se mueve a distintas velocidades, casi seguramente con prioridades diversas, pero con los mismos anhelos de justicia social. A todos nos gustaría contar con un modelo económico que permitiera la solidaridad y el Estado de Bienestar. En el que tuviéramos acceso a buena educación en todos los niveles, al servicio médico de primer orden, a buenos salarios y a pensiones dignas, con casas propias y patrimonios sólidos.

Para lograrlo, sería indispensable hacer ajustes acertados, que no pongan en riesgo la estabilidad de unos por pretender mejores resultados, rápidos, para otros. 

Actualmente, el futuro de México es incierto, se gobierna con demagogia, destruyendo las estructuras existentes sin sustituirlas por unas nuevas y mejores. Así, en medio de las crisis más graves de los últimos 100 años vemos al presidente intentando reconstruir un país del siglo XXI con recetas de los tiempos del “Arriba y Adelante y La solución somos todos”. Pareciera que se pretende resucitar a un modelo de país diseñado para un mundo que ya no existe.

Desde el Palacio Nacional, erigido con las piedras de los templos de la gran Tenochtitlán en donde habitaron y reinaron tlatoanis legendarios se gobierna de forma unipersonal. Sin más consejos que las voces de los fantasmas que pululan por el centro histórico de la capital del país. El presidente es un tipo solitario a la hora de tomar decisiones.

Él ha decidido gobernar directo y sin intermediarios. A través de sus mañaneras emite sus mensajes. Y, a través de sus programas y becas hace llegar dinero a los hogares de los beneficiarios. Su justicia social comienza y parece agotarse en el asistencialismo y la redistribución de la riqueza: Cobra a los que producen y consumen y luego esos recursos los reparte entre los seleccionados por los Servidores de la Nación. Así, alimenta a sus bases con doctrina y dinero. Así, espera ganar las elecciones del 2021. Agotado el petróleo, no le queda más que echar mano de los impuestos y a los recortes presupuestales.

Se ha consumido un tercio del sexenio y no se perciben políticas de generación de empleos ni de atracción de inversiones. Sin embargo, el T-MEC seguirá siendo el caballito de batalla para el México neoliberal que se involucra en la generación de empleos formales. Ese es el motor que mueve al país con las maquilas y la manufactura de exportación. Luego viene el turismo.

El proyecto de consolidación de la transformación morenista requiere dominar los escenarios electorales a todos los niveles. El presidente no quiere que ni los alcaldes ni los gobernadores tengan dinero suficiente para hacer política electoral. Les recortaron los presupuestos al máximo. La medida afectará la competitividad en las localidades, se traducirá en menos seguridad, menos obras estratégicas, y menor desarrollo humano y económico. También, seguramente dejará menos dinero suelto para la corrupción y eso encaja en su lógica.

Las apuestas grandes de inversión pública federal se están haciendo en el petróleo. Se añora el oro negro de Cantarell que durante medio siglo mantuvo al país a flote y a la clase política haciendo fortunas. Ya metidos en el neoliberalismo, solamente pusimos la mano de obra barata y un mercado de 100 millones de consumidores, abierto a las trasnacionales. Mientras, los gobernantes se dedicaron a privatizar y a quedar bien con las grandes corporaciones.

Andrés Manuel quiere rescatar Pemex y resucitarlo como puntal del desarrollo. Pareciera un intento por regresar a un mundo que ya no existe. A un país en el que todos éramos jóvenes aspirando a educarnos y a construir un país moderno, urbano, con buenos empleos, autosuficiente y con un Estado de Bienestar que cobijara a todos. Se pretendía construir un buen lugar para criar y sacar adelante a una familia. Fracasamos.

Sin embargo, desde siempre, invertimos poco en educación y mucho menos en ciencia, tecnología e innovación. Hace décadas que renunciamos, calladamente, al desarrollo. Nos quedamos como “potencia emergente”, congelados en el Tercer Mundo de los subdesarrollados. El mundo nos dejó atrás.

Sin investigación y desarrollo, seguiremos acumulando marginación con brechas mucho más amplias que en la época industrial. La brecha digital que padecemos se volvió más evidente en esta pandemia. La educación se imparte por televisión, unilateralmente, como en el siglo pasado. Todos los intentos de llevar internet y computadoras a las escuelas públicas se fueron por el caño de la incompetencia y la corrupción.  Nadie mueve un dedo para remediarlo, actualmente.

Ahora nos encaminamos a los tiempos del presidencialismo pleno, con estados y municipios pobres y dependientes.  Se trata de acabar con la era de los poderosos Virreyes. El movimiento de los Gobernadores Federalistas pareciera ser el último estertor de una etapa que termina.

El escenario está preparado para la mega elección del 2021. El INE se reporta listo. El caso Coahuila permite asomarnos a los escenarios electorales. En esta entidad solamente votó el 40 por ciento del padrón y en promedio el PRI se llevó el 50 por ciento de los sufragios. Es decir, el 20 por ciento del total de los registrados en las listas del INE.

Morena logró el 25 por ciento de ese 40, es decir el 10 por ciento del total de empadronados. El PAN un poco menos. El PRI Coahuila, bien organizado, logró ganar en el mejor de sus escenarios: una afluencia a las urnas escasa y una oposición fragmentada. La marca Morena no bastó para arrancar de sus asientos a los coahuilenses y acercarlos a las casillas, les faltaron mensajes y pastoreo.

Para el año entrante Morena Coahuila ya tendrá dirigente nacional aguerrido que buscará pelear en cada distrito. El presidente también se involucrará con fuerza en la contienda. Será un súper domingo electoral en el país, con más de 600 cargos en juego entre ellos 500 diputados federales y 15 gubernaturas. La votación rondará el 60 por ciento del padrón.

El PAN Coahuila, seguirá reciclando a los mismos y cosechando derrotas. El PRI, también se irá por cartas muy vistas, pero más organizado. Morena buscará que la figura presidencial, ahora sí le atraiga votos. Tal vez el tricolor y el panismo hagan alianzas extrañas. Sería interesante.

Tenemos un presidente interesado en los fines y sin reparar en los medios. Atravesamos las peores crisis de salud, de violencia y tal vez económica en 100 años. Ahora vienen todas al mismo tiempo y las soluciones no son de corto plazo. Tampoco están a la mano del todopoderoso, que gobierna México. Es cierto que necesitamos cambios, pero es imposible revivir un país para un mundo que ya cambió. Son tiempos difíciles y además electorales. Ya veremos cómo nos va.

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